sábado, 1 de diciembre de 2012

Hanami en La Plata: Juanele hecho pétalos, palabras

 La conversación anterior con S suscita esta otra con G, que la continúa y la completa.

Querido Alberto: ¿Cómo estás?
Acabo de pasar por el blog, y siempre es una sorpresa tan grata...es como un gran telar, donde las historias, los lugares, las personas, se entretejen en el espacio y el tiempo.
La espontaneidad de mi escritura surge a partir de la foto del hanami en Buenos Aires, que nos conecta tan profundamente con los jacarandáes.
Aquí en La Plata es un acontecimiento silencioso y de cómplice espiritualidad. Por las calles se entremezclan, en el aire y en los ojos, largas diagonales de jacarandáes. Y tilos por todas las plazas (en sí, por casi toda la ciudad).

Es una vivencia profunda atravesar, paciente, todo el proceso junto a las flores. Desde su extraño brote, al esplendor en el árbol y al posterior manto lila por las calles.
Nunca pude salir a fotografiarlo, pues me resulta tan efímero y sensible. Pero este año salí al encuentro. Aproveché un domingo nublado, que el fondo blanco y grisáceo del cielo hace vibrar el color de las flores. Y además de un paseo, guiada por los árboles, me conecté con muchas personas que también fotografiaban, o caminaban silenciosas y con ojos apacibles.
Quiero compartirte algunas fotos, y regalarte en especial la que dice katto.
Desde que leí el teisho, no dejo de buscar, en todo aquello que miro o dibujo, una imagen que lo sintetice. Y creo haberla encontrado en esta foto, que me llena el corazón.
Además de árboles, ramas, hojas y flores hay semillas (y potenciales nuevos árboles), nidos, pájaros, bichos, y otros micro-mundos, entreverados.

El resto de las fotos, fueron sacadas al atardecer. El sol al bajar con el cielo nublado, refleja sus colores tan vitalmente, que un minuto de su brillo, compensa y barre la tristeza de todo un día de lluvia.

Espero que estés muy bien. Un cálido abrazo, G

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viernes, 30 de noviembre de 2012

Amistad (más sobre el post del hanami)


Una conversación amistosa que prosigue la anterior sobre hanami porteño:

Querido Alberto:
Ante todo una aclaración: la foto de Bs.As en noviembre la obtuvo una amiga desde las torres nuevas de F. Alcorta y Salguero, te la envié como presente de cumpleaños en este tiempo sentido de ausencia tuya de Bs.As.
También como un juego asociativo al que me llevan las palabras: Lila como juego divino en sánscrito y lila como color de los jacarandáes.
Mi hanami pasa por la complicidad con la fugacidad de estas flores en los paseos urbanos, en las caminatas por sus galerías desparejas, en las que de tanto en tanto el perfume de los tilos me alcanza.
El paisaje incluye a esas otras hojas, las de los libros. Entrar a una librería al paso (si se puede tomar té mejor) y leer el libro antes de decidir (o no) comprarlo. Atando cabos, traje a casa 'El libro del anhelo', de Leonard Cohen; a veces volamos juntos, a veces no lo entiendo. Casi siempre convoca mi complicidad. Esa mujer que insiste en sus versos, tan corpórea y sensual, me recuerda al vino de Omar Khayyam, penduleando desde lo corpóreo a lo insustancial, desde el deseo al anhelo.

Mi querida:
Gracias por tu mail. Muy hermoso.
Te encuentras con un poeta enorme como Leonard Cohen. Mientras que yo, de forma coincidente (¿o no?), tuve un encuentro con alguien que conoce y admira al canadiense, en su poesía y como ícono gay. Se trata de uno de los poetas vivos más importantes de Japón, Mutsuo Takahashi. Estuve en su hermosa casa de estilo francés: vive en la costa, cerca de Kamakura. Se tomó el trabajo de preparar, con ayuda de su amigo y asistente, reposterías de otoño/invierno, pastelitos de nueces y almendras, varios tipos de thé suave, sandwiches de miga con relleno de ostra, de aceituna o de huevo. Una 'merienda-cena' a las tres de la tarde, como se acostumbra en Japón si uno quiere tomarse las cosas con tiempo. Me obsequió muchos de sus libros. Estoy considerando traducir algo suyo al español y algún día invitarlo a Buenos Aires.  Todavía no se lo he dicho. Mira, aquí tienes a Takahashi.
 
Tuvimos una charla 'a calzón quitado'. Él, homosexual de gran notoriedad, hablándole a un hétero comprensivo de que cada persona atesora en sí mismo los dos componentes. Me recordó que muchos grandes de la literatura japonesa fueron homosexuales: ¡por ejemplo el mismísimo Matsuo Bashô!, cosa que yo ignoraba (ahí me tragué el pastel que estaba comiendo y abrí grandes ojos). Por mi parte le recordé que Buda Kannon, japonización de una versión india denominada en sánscrito Avalokiteshvara, consiste en  iconizar la oscilación entre los dos sexos (no hablo genitalmente, sino actitudinalmente y en los rasgos). Ambas referencias avivaron la conversa. Le recordé asimismo el asombro de Jacques Lacan cuando, de visita en Japón, fue a ver una gran efigie de Buda Kannon, creo que en Kamakura, a pocas cuadras de la casa de Takahashi, coincidencia que lo hizo sonreir (ha leído mucho a los franceses; a Barthes lo considera, con afecto e ironía, 'inventor de un Japón francés'; le dije que concuerdo con él).
Desde la visita a Takahashi empleo los momentos libres (menos de los que imaginaba antes de llegar a Tokio) en leer sus poemas. Admira profundamente a Borges, a quien dedicó unos sentidos versos. Considera con desdén los múltiples galardones recibidos. Declara que incluso quiere ir 'más allá' de la homosexualidad. 'Quiero empezar todo de nuevo', me dijo un par de veces. Esto es notable, teniendo en cuenta que el próximo 15 de diciembre cumple 75 años. El Zen le interesa mucho y tomó como algo natural que yo sea practicante. En sus tiempos de periodista pasó una semana haciendo un reportaje ¡en mi templo de Hosshinji! (provincia de Fukui)  y recuerda que Sekkei Harada ya estaba mal de salud. Considerando que, 30 años después, Harada sigue vivo, le comenté el dicho español que dice de alguien: 'Tiene una mala salud de hierro'.
En el tren de vuelta a Tokio, pensaba: en esta vida, no caben dudas, uno va por ahí encontrando más de lo que se atrevería a buscar. El encuentro hubiera merecido una foto más airosa...

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Tokio parece Kioto

Con los días me fui dando cuenta: estoy tan a gusto en el barrio de Yanaka...porque en algo me recuerda a Kioto. Los templos incontables. No haber sufrido terremotos, batallas destructoras, bombardeos, maremotos. La manifestación desvergonzada de la naturaleza. El tejemaneje de las bicicletas. Como consecuencia, abundan casas como la de la foto, siendo así que el ojo (bobamente amaestrado por el estereotipo y la publicidad) nos hace buscar el último y tópico destello de alguna tecnología. Esta también brilla, obvio, aunque en otros barrios que parecen de otra ciudad, y por momentos de otro mundo.

La casa de la foto no es la única en Yanaka: muchas son así, esta es muchas otras. En momentos así, Tokio (東京都) es Kioto (京都市), sólo que al revés, si se miran los kanji que designan a una y a otra capital. Si miramos todavía mejor, no es exactamente por el revés que se relacionan: es por las artes juguetonas de un espejo algo deformado. La vida misma.

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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Aprender a mirar

En el Facebook voy subiendo cada día una foto tomada por Silvia. El asunto tiene para mi varias caras. Por un lado, miramos las cosas juntos, durante salidas o paseos. Con el decisivo matiz de que es ella quien saca las fotos. Y cada vez, revisando sus 'capturas' al final del día, caigo en la cuenta de que una cosa es 'mirar' y otra bien distinta 'ver'. Mi segunda visión de las fotografías, 'visión de la visión', es la que me enseña cómo proyectar los ojos (y toda la persona) en cierta dirección, a fin de captar algo de lo que se explaya como posible ante la vista. Como quiere Dôgen del Zen, la fotografía es de algún modo un aprendizaje de la mirada. Para mi, es un pequeño privilegio aprender a ver de la mano de quien sabe mirar.

Hace unos días cometí un error al subir una foto dedicada a mi hija Lucía. La foto con la hija casadera vestida de novia debió ser esta (si se mira bien, se percibe que el nombre de la novia de la vitrina es 'Lucie'). Saper vedere: un arte lento y delicado.

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lunes, 26 de noviembre de 2012

Hanami en Buenos Aires

En plena primavera porteña, SC me envía esta foto estupenda. ¿Es Núñez, verdad? En todo caso, es la amplitud y la evasión propias del vuelo. Gracias por recordarme que hanami hay en todas partes: ella me alerta ahora sobre el suyo. En realidad, cada uno tiene el hanami que se merece...

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miércoles, 21 de noviembre de 2012

Japón, país de contrastes

** Uno de los recursos frecuentes para explicar o comprender a Japón consiste es el uso de contrastes (cotejo de diferencias entre situaciones o realidades juzgadas de la misma especie). Es un mecanismo retórico válido cuando se cumple una serie de condiciones (eso lo sabe cualquier investigador de ciencias sociales). Pero cuando se utiliza sin buscar el correlato de la analogía (que también las hay entre Japón y 'Occidente') y sólo busca lo ameno, lo pintoresco o lo chocante (llevo treinta años observando la escena japonesa y la forma en que los occidentales damos cuenta de ella), se transforma en un juego a veces gracioso, pero que linda con lo estéril. Los mass media se llevan la palma en ese tipo de aproximaciones por lo insólito y lo provocativo. Recuerdo programas de televisión, llamados en Europa 'Humor amarillo' o 'Endurance', consistentes en payasadas irrisorias y pruebas de esfuerzo rayanas con lo imposible. Lo 'amarillo' del humor era el ridículo en que el ángulo de mira dejaba sin falta a los japoneses. Una denigración irónica del 'otro', en apariencia light. Y tal vez, cierto mensaje implícito: si 'los amarillos' se muestran un poco tontainas, será que 'los blancos' somos 'lo más'.

** Pero en Japón se ven contrastes, claro que los hay. Muchos tienen que ver con el desfasaje entre la imagen de una situación que concebimos como 'antigua' (el Budismo, los bonzos, los templos; podría ser la naturaleza, la geisha, el sumotori, el samurái, etc., etc.) y otra que tomamos por 'actual' (el teléfono móvil; pero también el 'Tren bala', una noche iluminada de oficinas, el béisbol). La imagen de este post es muy acertada en su encuadre y luminosidad (conste que la foto de Silvia no intentaba 'informar'; soy yo el que 'exprimo' ese instante de arte, a fin de obtener gotas de información útiles para mi propósito). Pero también brinda un dato corriente sobre 'algo viejo' en el momento de verterse en 'algo nuevo'. El impecable bonzo llega de vuelta al templo pasado el mediodía y de pronto recuerda una gestión que dejó a medias. Saca el keitai (telefonito) en un lugar 'improcedente' (la mera entrada del templo) para resolver su urgencia. ¿Será el Tenzo Kyokun, jefe de cocina de su templo? Autoridad parece no faltarle...

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lunes, 19 de noviembre de 2012

El sistema de los templos

** En Japón, los templos se diseminan por la geografía urbana formando 'un sistema'. Vale decir: no se 'dispersan' sino que se 'distribuyen'. La localización templaria en Japón acaba siendo nítida cuando el ojo del observador comprende y acepta (yendo más allá de una comprensión 'inocente' del hecho religioso) que los templos forman parte integrante del entramado social.

 ** Suelo escuchar o leer estos días que en Yanaka, barrio de Tokio donde vivimos, 'hay más de trecientos templos'. Al comienzo, la cifra parecía figurada (como las mil y una noches, los cuarenta ladrones de Alí Babá o las siete plagas de Egipto). Luego de habernos cruzado ya con más de sesenta, no sólo en correrías barriales sino en simples trámites postales, de aprovisionamiento o tintorería (¡ah los tintoreros japoneses!), tendemos a pensar que la cifra debe ser resultado de un recuento.

 ** Los templos de Yanaka antes estaban en Ueno, barrio adjunto que fue centro y eje de la antigua capital Êdo, que hoy conocemos por Tokio. Pero los templos atraían a demasiada gente, con los consiguientes quebrantos para la clase pudiente: mucho ruido, mucha basura y, sobre todo, mucha vela produciendo muchos incendios. Los templos se mudaron al barrio siguiente, según un orden de colocación que los transforma (lo entendemos mirando un buen plano) en una especie de muralla mirando hacia el norte (en laderas tras las cuales podían acercarse batallones u ejércitos opuestos al shogun). La decisión de trasladar centenares de templos fuera del casco urbano generó a su vez un nuevo casco urbano, ahora más silencioso y estudioso, menos fabril y comerciante...y a la larga nuevamente más arbolado y residencial.

 ** Los templos de Yanaka son una belleza. El de la foto tiene mucho valor estético, aunque no haya conseguido alzarse al honor de una foto en las guías turísticas. Lo cruzamos cuando vamos a la estación (el barrio es de tal belleza que tomar el tren 'para ir a Tokio' no es cosa de cada día: no queremos perdernos este ambiente de pueblito a apenas quince minutos del centro rugiente de la ciudad). Yanaka no es el único caso de vida apacible en esta conurbación de veinte millones de habitantes. Pero es uno de los más notables: ya lo habían notado Ogai Mori o Natsume Soseki,  afamados miembros del vecindario. Que Yanaka sea una 'ciudad de gatos' sin duda guarda relación con la conocida obra de Soseki 'Soy un gato'. Como ya conté, a menudo se ven gatos por la calle: de a uno (las bandas están mal vistas en Japón, y además penadas por la ley), aseados, nada silvestres, solamente haciendo uso de su proverbial sentido de la independencia. En el templo de la foto también he visto gatos.

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viernes, 16 de noviembre de 2012

Hablar de Zen




Un fragmento de la conversación sostenida con Nicolás Schuff, publicada en la revista Yoga +, de Buenos Aires, en el mes de noviembre.  


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En el libro Zen I, Ruta hacia Occidente, escribís que palabra y silencio son dos polos de una misma dialéctica, básica para entender el Zen, y que contraría cierta idea, más reciente y con aroma occidental, de privilegiar lo inefable con respecto a lo afable. ¿Cuál es la relación del Zen con el lenguaje?

Uno de los puntos en los que más choca el soto Zen con el Zen rinzai, pero también con cierta manera de designar la experiencia contemplativa incluso en Asia, es el hecho de que la palabra no es un suplemento o un ornamento, sino parte vertebral de la experiencia. Dôgen, el iniciador del soto Zen, entiende el Zen como un camino para el conocimiento de la existencia propia, entreverado con el conocimiento de las palabras que designan esa experiencia. No es que haya que decir simplemente algo que ocurrió, sino que la elocución de eso que ocurrió forma parte del tramado de la experiencia.
Es notable cómo, en ese punto, el Zen funciona como la escritura literaria. La escritura crea la persona del escritor a posteriori. Es una invención profundamente humana. El escritor descubre o averigua quién cuernos era, un poco aupado por la escritura. Y muchas veces lo ve refrendado por la lectura que los otros hacen.
Creo que todas esas cosas Dôgen las tenía muy presentes. Y de hecho él se da a conocer básicamente mediante la palabra, oscilando entre la prosa poética y una prosa ensayística, filosófica.


La idea que en occidente se ha difundido del Zen lo vincula al silencio, a una estética “minimalista” y despojada, a una experiencia que tiene justamente algo de inefable…

Sí, como si fuera un mecanismo en el que hay una práctica donde ocurre un acontecimiento que nos deja mudos, perplejos. O que mediante la práctica de zazen se accedería a un lugar donde ya no es necesario hablar. Y no es así, claro.
Por otra parte, el "orientalismo" tiene su dialéctica, donde una versión se antepuso a la otra y la opacó durante muchos siglos. Hay una expresión del Budismo que es mui shinnin, que significa “hombre sin atributos”, como si esa fuera una diferencia o una característica que marca lo que es la contemplación oriental. Y Dôgen usa ui shinnin, que es lo contrario: el hombre con atributos. Y el atributo del hombre, para Dôgen, es indiscutiblemente el lenguaje.
Lo curioso es que Dôgen acaparó el discurso, ya no del Zen, sino japonés, de los últimos siete u ocho siglos. Es EL pensador japonés. Ocupa todo el escenario discursivo de Japón. Es una cosa casi graciosa, exagerada. Pero creo que es así precisamente porque es capaz de enhebrar el lenguaje con, por decir así, la aguja de tejer de la vida. Constantemente, él se va trasladando de su experiencia a la forma de decirla. Su práctica es ese vaivén. Práctica, escritura, práctica, escritura. Y lo notable es que de eso no sale un diario espiritual o unas confesiones, digamos, sino una visión fenomenológica de la existencia, donde la primera persona del singular no existe. La vida puede desarrollarse en unas circunstancias donde el atributo de la primera persona del singular no se activa. Y la vida sigue.


En ese sentido, ¿qué lugar ocupa la figura del maestro? ¿Cómo se transmite el Zen?

Dôgen dice: "zazen es tu maestro". El zazen (la meditación sentada) 'corrige' al Zen. No porque sea algo mejor, sino porque ajusta las palabras a lo que hay. Y por eso siempre me parece que el Zen no es eterno. Puede ser vitalicio en una persona. Pero cuelga del hilo de su práctica, el zazen. Si se corta la práctica pueden quedar textos de momentos señalados, pero pasan a ser textos 'usados', que necesitan la verificación personal.
El zazen es algo que se puede experimentar en compañía, manteniendo siempre una práctica individual. En ese compañerismo hay desigualdades, asimetrías, pero no hay maestría.
Un extremo de la temática del maestro, para poner una imagen actual en Buenos Aires, es la del hombre extranjero, exótico y barbudo que llega en un avión y que se dirige a una multitud que espera oír la palabra justa.
Fijate que si lo pusiéramos en palabras fuera de este ejemplo concreto parecería que estamos exagerando, haciendo una caricatura… Pero claro: no hay maestro sin la avidez de una congregación de discípulos. Michel Foucault dice que no hay dominación que no se corresponda con cierta satisfacción que experimenta el dominado. ¡Tremendo! No está dicho desde el cinismo, sino desde la tristeza o el drama de comprender que eso forma parte del funcionamiento social.
Así que el Zen aspira a que zazen sea el maestro. Y eso plantea una expectativa de autonomía personal muy alta, que probablemente no es posible para todo el mundo. De hecho, aunque es el más florido y prestigioso, el Zen de Dôgen es minoritario respecto a otras ramas más cultuales y eclesiásticas del Zen en Japón. Y sobre todo es mucho menos poderoso. Porque si ya pusiste en duda al maestro, vas camino a poner en duda al gobernante, al jerarca, al dueño de la tierra, al especialista. Forma parte de la misma lógica. Una lógica que no es exactamente de protesta, pero sí de cuestionamiento. Y la propia historia de Dôgen muestra hasta qué punto eso molestaba muchísimo a los poderosos de su época, aunque no los acusara con el dedo. Simplemente los dejaba en evidencia. Así que el tema del maestro es la parte niestzcheana del Zen. O sea, no existe el superhombre, en absoluto, ni siquiera como una idea graciosa, pero existe la posibilidad del hombre libre. Y al mismo tiempo la evidencia de que el camino de libertad no es la avenida más ancha, más cómoda ni más frecuentada. Esa libertad se refiere a la determinación, en cada uno, de las propias ideas y los propios comportamientos. Que no es equidistante, no es un “justo medio”. Ni siquiera en lo político. Tiene sus preferencias, sus cuitas.
Por supuesto yo he tenido, tengo y espero seguir teniendo personas cuyo consejo y ayuda busco y valoro muchísimo, cuya influencia me resulta importante en distintos planos de la vida. Pero haría un triste espectáculo si esperara que bajaran de un avión, con una túnica encima, para decirme unas palabras dulces, que por otra parte pueden ser un tremendo lugar común.


Vos hablabas de ramas eclesiásticas del Zen en Japón. ¿El Zen tiene algo de religión?

El Zen no es religión, pero "recae" a menudo en ella. Por religión entiendo institución: caracterizada por una "forma reglamentaria" y discernible en "doctrinas" que, cuando se escuchan o aplican pasivamente, lindan con el dogma. El Zen es humano y, como tal, sujeto a la ley de la gravedad. El pájaro en vuelo, si no aletea se desploma. El nadador goza del río mientras bracea; pero si se deja estar, se ahoga. Salvo que aprenda muy bien a hacer la plancha, arte extraño y consumado que alterna estar arriba y abajo del agua. La religión no es mala en sí, pero constituye un poderoso distractivo en el "trayecto" de un hombre libre. No digo "hacia la libertad" (la libertad no es un lugar al que se llega), porque el practicante de zazen YA es libre cuando practica. Libre en los márgenes más amplios o más estrechos que le autoriza "el tamaño" de su conciencia en ese momento. La conciencia es una planta que crece.

A la luz de lo que acabas de decir, ¿qué es el zazen?

Suelo decir que zazen es la distancia que separa nuestra fantasía de libertad y bienestar de una experiencia aquí y ahora de dichos exquisitos sabores. Zazen es un puente, un instrumento para ir acortando esa distancia. Cuando se dice que el Zen es "presencia de uno mismo a uno mismo", significa eso: estar presente, sencillamente ahí, en el momento en que todo lo que somos (y para empezar la mente) se fusiona con la respiración. 
El zazen es un germen de reconocimiento de la propia vida y de restitución de la propia vida. De ampliación del espacio de lo vivo en uno. Yo lo entiendo así.
Los practicantes de zazen van encontrando lo que tal vez ni se atrevían a buscar: un fondo móvil y expansivo de ellos mismos, caracterizado por una amplitud inabarcable y, en oposición sólo aparente, por un parecido tremendo con las características idiosincráticas de cada cual. Durante el zazen "noto" cosas de cada uno por la postura o la forma de respirar (si no "escucho" a los practicantes, me siento un poco perdido; por eso cierro ventanas si afuera hay ruido). También voy notando la forma de ejercitación de cada uno, y diez mil detalles en su manera de hacer y de hablar. Esto raras veces es objeto de una conversación. No hay "dirección espiritual" en el zazen, eventualmente hay conversa amistosa, cada vez que a un practicante le parece bien.


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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Japón: ¿oriental u occidental?

Nadie duda de que Japón es un país difícil de definir. Ello origina explicaciones de todo tipo, sin que falten las injustificables. Entre las afirmaciones discutibles sobre las características de Japón hay dos que escucho repetir a menudo, sin demasiada conciencia de lo que cada una implica: a) que es un país 'oriental'; b) que es un país completamente 'occidentalizado'. Quisiera agregar (en este momento con brevísimas palabras) una tercera afirmación, obvia si se quiere, pero que ayuda a situarse en relación con las dos anteriores: Japón es un país asiático, dotado de estructura institucional mixta (algunos llegan a afirmar que Japón es un país de cuño occidental localizado en Asia). Se trata de un país étnicamente parecido a China y muy parecido a Corea. Es al mismo tiempo, en lo institucional, un país diferente de Corea y muy diferente de China. Existe consenso entre los investigadores para afirmar que Japón lleva siglo y medio sin perder pisada respecto de los países 'occidentales', de los que se viene inspirando: una institución imperial calcada de la monarquía parlamentaria inglesa; un sistema administrativo similar al imperante en Francia desde la reforma napoleónica; entre 1891 y 1945 una constitución afín a la ideología del régimen de Bismarck y, a partir de 1947, la actual constitución, de fuerte impronta norteamericana, la cual guía también un régimen de coordinación entre tecnología y producción que lleva el sello inconfundible de la potencia del norte. ¡Mucho 'occidente' lleva en sus entretelas este país asiático! Aunque, al mismo tiempo, su sistema institucional lleva en sus costuras el hilo del confucianismo chino, al cual muchos observadores consideran la verdadera y perenne ideología del poder en Japón desde hace siglos, sistema de valores y creencias a veces conocido como 'japonismo'.

Esto que digo parece muy abstracto. Lo traigo a colación para poder explicar el caso del violín. Los instrumentos de cuerda (viola, violín, violoncelo y contrabajo) son los más estudiados por la juventud japonesa, desde hace largo tiempo. Casi no hay familia de clase media que no oriente a alguno de sus hijos al estudio de alguna cuerda. Es conocido el 'método Suzuki', que permite comenzar el estudio del instrumento con sólo tres años. Y es sabido en Europa con qué frecuencia instrumentistas japoneses ganan concursos para jóvenes talentos. Este hecho sólo puede sorprender a quien piense que Japón es un país 'oriental' y que sus habitantes debieran preferir el 'koto' o el 'shamisen' (cosa que ocurre, aunque con menor frecuencia que en el caso de las cuerdas). Japón es sencillamente un país de Asia que ama al violín. En eso, y en una serie de otras cosas, se trata de una nación más 'occidental' que, por ejemplo, Perú, México o Brasil, a quienes nadie discutiría su pertenencia al Oeste.

La partición Este-Oeste hace aguas. Es tan añeja y discutible como la Norte-Sur.

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lunes, 12 de noviembre de 2012

Boda shintoista

** Algunas veces, cuando se lo mira desde el extranjero, se piensa que el Shintoismo es un 'culto naturalista', o una 'religión panteísta'. Algunos japoneses lo consideran su 'religión autóctona' (connotación positiva), mientras que otros una modalidad espiritual 'rústica' o 'ligada al pasado' (si son de religión cristiana o budista). Parafraseando a Borges, podemos pensar que 'ninguna afirmación es del todo falsa' (el escritor hablaba de autores; citaba a un dudoso 'Plinio el Joven': ¿o se trataba del 'Viejo'?). Si alguna de estas explicaciones nos deja satisfechos, habrá cumplido con su objetivo: para muchos, fin suficiente de las palabras es 'denominar' las cosas, sin necesitar que estas expliquen en qué consisten las cosas o de qué tratan.

 ** Sea como sea, el Shintoismo constituye un fenómeno complejo, lleno de riquezas. Es tal vez uno de los resquicios más fecundos para 'colarse' en la cultura japonesa. No el único; a su lado está siempre el Budismo. Shintoismo y Budismo se alternan con frecuencia:
- desde el punto de vista arquitectónico (donde hay un templo budista famoso, seguramente se elevará un santuario shintoista; a veces, el mismo recinto alberga a la vez templo y santuario, como uno que pienso visitar el próximo sábado, aquí en Yakata);
- y desde el punto de vista de los roles (nacimientos se celebran en santuarios; para velorios está el templo; ambos se benefician de esta repartición funcional, incluso en ciertos casos lucran de modo ostensible).

 ** Los casamientos se llevan a cabo normalmente en un santuario. Se trata de una ceremonia larga y minuciosa, en la que ambos contrayentes se ofrecen mutuamente uno a otro (como en otros ritos nupciales). Además, lo hacen empleando símbolos privativos de la cultura japonesa: la novia está ornada de manera característica (como ilustra la hermosa foto de arriba), el novio usa atuendo de gala occidental, según un uso establecido desde hace décadas; ambos beben 'sake', vino de arroz, mientras el oficiante recuerda grandes momentos de la nación nipona. ¿Se trata de una ceremonia religiosa? En parte lo parece. Pero en buena medida un santuario, y un casamiento en su recinto, permiten a todos los presentes reconfirmar la pertenencia común a un suelo, una etnia, una sensibilidad estética, un mismo emperador.

 ** Como en toda actividad japonesa que se precie, se cuida mucho la estética. La fotógrafa toma esto en cuenta y pone el máximo esmero no sólo en 'ilustrar' la ocasión de una boda, sino en 'sumirse' en la belleza, dimensión difícil de expresar pero que reconocemos apenas la miramos. Al cabo de la ceremonia de alianza, las dos familias posan hiératicas para una foto de familia, en la que el envaramiento de la pose expresa una cierta 'posición' ante la existencia.
 


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domingo, 11 de noviembre de 2012

Kamakura

Japón tiene una historia interesante. Por un lado, gozó de unificación territorial mucho antes que los países europeos: desde el siglo VI tuvo instituciones significativas para toda la población (religión, habla y escritura), así como un esquema de Constitución política común, en 18 artículos, bajo el Emperador Shotoku (trece siglos antes que Italia o Alemania, por ejemplo). Sin embargo, el centro territorial, físico, de la por otra parte incambiada unidad japonesa se fue moviendo en repetidas ocasiones, al albur de sus grupos predominantes (no pasó lo mismo con Francia, que siempre consideró a París como su capital; ni con un Reino Unido centrado sin interrupción en Londres; y no olvidemos a Roma, tal vez la más antigua capital estatal de la historia europea). Hasta finales del siglo VIII, la unidad japonesa de Yamato tuvo sede en la actual ciudad de Nara. Luego se aposentó en Kioto, hasta finales del siglo XII. Pasó a continuación a Kamakura, durante cuatrocientos años. Desde el XVII y hasta la actualidad, la nación japonesa se asienta en Edo, que ahora conocemos como Tokio.

Las cuatro ciudades capitales mencionadas buscaron identificarse mediante rasgos que ellas mismas hicieron visibles (por creación propia o adaptando creaciones ajenas), a fin de mostrarse en cada caso como nuevo ícono del poder de la nación. Nara fue sin concesiones la ciudad del Budismo aristocrático antiguo (alberga la estatua del gran Buda, el Daibutsu). La imperial Kioto se desarrolló siguiendo la cuadrícula de un urbanismo de estilo tan chino que ni Pekín pudo nunca igualar. A su vez, Kamakura fue pensada como ciudad para la ostentación militar, sede del poder de los shogunes, réplica castrense de las civilizadas Nara y Kioto. Edo, finalmente, fue ciudad de comerciantes y cuna (junto con Osaka) del capitalismo comercial japonés ascendente.

Es interesante el juego de parecidos y diferencias entre estas cuatro ciudades (de tamaño muy diverso en la actualidad). El parecido les viene de la estética y en particular de la arquitectura: todas desarrollan cánones constructivos de antiguo origen chino, plasmados de manera ejemplar en grandes templos budistas, desde la época Nara. Las diferencias les vienen de la idea que el poder se hizo en cada caso de sí mismo. Así, el palacio imperial y las villas ajardinadas de Shugakuin y Katsura difícilmente hubieran podido nacer en una situación distinta que la de Heian, una corte imperial 'abocada' a concursos de baile y poesía. Tampoco hubiera podido aparecer en otro sitio que en Kamakura la matriz de monasterios Zen rinzai (ayer visité Kencho-ji y guardo una imagen fresca de lo que estoy diciendo) donde lo religioso y lo militar por un tiempo parecieron unirse de forma indisoluble. Ni hubiera surgido en otro sitio que en la Asakusa de la época Edo un 'barrio reservado' como Yoshiwara,  dedicado al ocio nocturno de los diurnos y despiertos comerciantes del este de Japón.


Ayer pasamos el día entero en Kamakura. Kamakura tiene la belleza (y en un punto la tiesura) del voluntarismo de un poder armado desdeñoso (al mismo tiempo) de la pompa imperial y de la blandura del Budismo cortesano. Construida desde el siglo XII prácticamente de la nada, es una ciudad muy poco religiosa (en el sentido del ceremonial budista). Fue puesta bajo los auspicios del espíritu shintoista Hachiman (dedicado sin ninguna timidez a la guerra). Y recibió orientación no de los obispados budistas de Kioto, sino de las 'usinas monásticas' de la ascética rama rinzai, tan llena de confianza (como siempre se ha mostrado) en la concentración potente, el auto-dominio personal y un desdén torero por la muerte. Era lógico que el poder shogunal se enamorara de una rama del Zen tan propicia para el auto-dominio de la persona y, a la vez, para la imposición de su voluntad sobre los demás. Era de esperar que le dedicara a 'ese Zen' tan hermosos templos, tantos afanes oficiales. Era previsible que un gran escritor como Yasunari Kawabata, enamorado de la tradición japonesa, haya elegido a Kamakura como su domicilio: a sus ojos, la ciudad expresaba, desde un punto de vista moderno, el sueño de una nación a la vez estética y estoica, a tono con la vida y la escritura del gran escritor que muchos habrán leído.

Que Kamakura haya 'surgido de la nada' se nota en la nada tímida reutilización de grandes íconos de épocas anteriores, a beneficio propio. De Nara toma, por ejemplo, la enorme estatua  de Buda, un Daibutsu que hoy día puede admirarse en sitio destinado especialmente a visita y admiración (pero se trata de un ícono más pequeño que el realmente gigantesco del parque de Nara). También toma la idea de un gran santuario, como el de Kasuga, precedido por una prolongada entrada procesional: en el caso de Kamakura, el santuario se denomina Tsurugaoka Hachiman-gu. Ejemplos de préstamos de Nara podrían multiplicarse. En cuanto a Kioto, ya mencioné la fiel utilización de la arquitectura templaria de origen chino: lo que agregó el shogunato fue la inmigración directa de maestros chinos a fin de liderar un Zen de estilo rinzai adicto al poder. Estos maestros venidos del continente presidieron una serie de cinco momasterios, réplica sutil y velada de las 'Cinco Casas' del Zen rinzai de Kioto. Se le parecen en todo, salvo por la distancia mantenida con lo vernáculo mantenida en Kamakura, la cual en Kioto se había anulado desde el siglo XI.

Una cosa que siempre me llamó la atención en la configuración espacial e ideológica de Kamakura es el carácter profundamente arreligioso de los poderes dictatoriales (sirva comparar con dictaduras europeas, como las de Franco, Hitler o Stalin): los elementos de carácter religioso son manipulados por ellos con vista a mantener y acrecentar su poder. En el caso de Kamakura, resulta muy ingeniosa la combinación de Budismo y Shintoismo, que se expresa con nitidez en el emplazamiento de santuarios (shintoistas) y templos (budistas). Y sobre todo, se revela en la reutilización del Zen como instrumento en manos del poder del clan Hojo (cuna de regentes durante casi dos siglos). Fue el primero de sus patriarcas quien propuso al patriarca Dôgen residir al menos un tiempo en Kamakura, para que este le contara las maravillas del zazen, innovadora aportación del Zen soto en esos años. Se trataba de una situación similar a la ilustrada por aquella famosa frase: te haré una propuesta que no podrás rechazar. Dôgen compareció, a pesar de estar enfermo (tenía 52 años y murió un año después) y a pesar de las airadas protestas de su propia comunidad del templo de Eihei-ji (¿en qué queda el carácter universal y popular del Zen?, se preguntaban). No conozco crónicas sobre qué conversaron Dôgen y Hojo. Pero hay un hecho cierto: nunca, durante los ocho siglos siguientes, volvería a repetirse una invitación de esas características a un referente del Zen de estilo soto, por parte de gobernantes japoneses pasados o presentes. Esto lo digo con alivio.

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viernes, 9 de noviembre de 2012

¿Japón es japonés o japonesco?

** De forma muy breve, quiero plantear un problema central para entender bien 'Japón' (me toca de lleno en lo que se refiere al Zen que ofrezco; y también al que a veces 'se espera' que ofrezca).
 ** Llamo 'Japón japonesco' a uno ligado a ciertas expectativas estereotipadas por parte del receptor. Por ejemplo sin mezcla alguna de occidentalidad (como cuando observamos la magnífica arquitectura de los templos budistas). O sin turbulencias u obscuridades en la expresión de su propia cultura (mujeres que sólo debieran vestir kimono ; hombres que sólo debieran comer sushi). Ese Japón chapado a la antigua no es menos real. Pero representa una visión parcial, con frecuencia acartonada, como de cartón es una postal.
 ** En cambio, me siento delante de un 'Japón japonés' cada vez que presencio: o bien la duda sin resolución, o bien la conciliación provisional de numerosas dudas identitarias (¿kimono o trajecito de empleada de oficina?; ¿udon o macdonald's?), en forma de síntesis más o menos felices, de aleaciones más o menos logradas, de mestizajes más o menos profundos o exitosos. Algo que me ayuda a entender la 'cultura japonesa de Japón' es observar...¡nuestra propia cultura rioplatense! La nuestra está hecha de girones, de difíciles y complejos encajes; es muy proclive a la simbiosis y hasta a la mezcolanza. La riqueza increíble de nuestra literatura constituye una expresión de esa facilidad para hacer propio 'lo extraño' que es propia de 'nuestra cultura'.
 ** Ahora bien: si nos concedemos diariamente una suerte de puchero cultural, ¿por qué no permitírselo a los japoneses? Seguro que nos irrita cuando llega un japonés a la Argentina y sólo quiere ver gente vestida de gaucho, morochos orilleros mal encarados, barbudos que hablan de Che o jugadores que se las arreglan para llevar siempre en la espalda el número 10. No hagamos lo mismo con los nipones.
 ** Aunque sería tema para otro post, hago el máximo para ofrecer 'un Zen japonés', alejando a los practicantes de cualquier atisbo de 'Zen japonesco'.

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jueves, 8 de noviembre de 2012

Tsukareta

  ** Tsukareta significa: ¡cansado! (tsukareta desu: estoy cansado)
Taihen tsukareta significa:
- en el Montevideo de antes: 'estoy todo roto'
- en algún Buenos Aires: 'estoy muerto', 'estoy reventado'
- en la Barcelona que conozco: 'estoy molido'
  ** ¿Qué pensará esta señora? Ya tiene la comida preparada, para suerte suya (señal de que puede pagarla con la pensión de viudedad). Pero le queda:
- regresar a su casa,
- subir tal vez una escalera,
- reconocer que está sola en este mundo, salvo que la acompañe un gato,
- sentarse con la bandeja y los palillos delante de la tele, a ver las noticias desastrosas de este mundo: ¿es el suyo? ¿es una ficción que se confunde con una serie de televisión?
- quedarse otra vez dormida con el gato en la falda.


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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Lo que se encuentra de puro no buscar

** Algo pasa en Japón con frecuencia: uno sale para hacer algo y de a poco se empiezan a encadenar cosas imprevistas. Por ejemplo: hoy salimos para una 'emergencia odontológica'. Nuestro seguro globalizado con sede en Miami (*ajj&"!¿!) nos indicó dos consultorios posibles a los que ir. Uno estaba en la esquina de casa: ¡un auténtico milagro! si tomamos en cuenta que en Tokio viven veinte millones de personas. El otro estaba a diez estaciones en subte: vamos a este, dijimos, está en una zona desconocida, a ver cómo es. Metro aéreo, mucho paisaje, un montón de gente, fotos robadas de bebés, de ancianos bellos como pasas de uvas, de jóvenes durmiendo con el saco cada vez más arrugado, de gatos en las calles, sí, de gatos fuera de nuestro barrio que dice ser EL barrio de los gatos.
** Llegamos con la dirección en mano. ¿La dirección? Una forma de decir: en Japón las calles no tienen nombre ni número. Entonces, ¿cómo llegar a un sitio? Es un misterio que pone en jaque a toda la nación. No es que uno se confunda 'porque es extranjero': los japoneses también se pierden, todo el tiempo. Los únicos que conocen de verdad las direcciones son los policías y los carteros, que se desplazan con grandes mapas que contienen todas las direcciones posibles de un barrio. En esos mapas, cada casa tiene tres números. El primero corresponde a la sección del barrio: nosotros íbamos al 3, san-chome eso es fácil. Una sección está compuesta por manzanas, numeradas correlativamente: íbamos a la 12. Aquí empieza el problema: 'una manzana' delimita un gran terreno de lotes vendidos. Cada lote se numeró para siempre según el orden de su venta (en el remoto año en que alguien compró el terreno para levantar su casa). Con lo que nuestro número, el 6, resultó ser vecino inmediato del 18 y del 14. Esto indica que no es con números como puede en Japón resolverse una localización.
** El buen sistema es preguntarle a la gente del barrio. Y aquí la cosa se resuelve sola. Señor portero, conoce usted la clínica dental, eh. No pero los acompaño, deja la escoba los porteros barren escrupulosamente, pero no manguerean ya está limpio de antemano, nadie sabe cómo lo consiguen. Se viene de paseo con nosotros. Al cabo de diez minutos, tres equivocaciones y alguna risa nerviosa, nos deja en la presunta puerta del dentista y vuelve a sus labores. Ya somos casi amigos y comentamos con él lo disparatado de la situación, qué cosas Japón, ah cómo es posible.
** Pero sucede que junto a la puerta de la clínica dental hay una tienda de artículos para niños ¡con estos zuecos increíbles de la foto! Se nos olvida un rato la emergencia odontológica (no era para tanto) y nos dedicamos a recorrer el negocio atiborrado, reluciente de colores, con artículos que, vistos de lejos, por sus tonos parecen de una frutería. Al fin subimos por una escalera estrechita, hacemos la cola, nos atiende un pulcro dentista graduado en Harvard, Ma. Habla en perfecto inglés detrás de su barbijo (trad: no se entiende lo que dice), resuelve con diligencia y buenas manos la situación, nos pide que volvamos apenas tengamos un problema, incluso insiste que volvamos a visitarlo. Tal vez volvamos (si Miami da permiso), aunque sea para volver a entrar en la tienda de calzado con que dar la vuelta al día en ochenta mundos.

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lunes, 5 de noviembre de 2012

El sexto sentido del zen (por Matías Serra Bradford)


El sexto sentido del zen
Sobre: Zen I. Ruta hacia Occidente, Bajo la luna, 329 págs.
por Matías Serra Bradford, Diario Perfil
** Sería ir en contra del espíritu del zen decir que este libro viene a llenar un hueco, pero es lo cierto y es lo que hace. Los lectores que agradecerán este libro tal vez han conocido el zen a través de la literatura: Los vagabundos del Dharma de Jack Kerouac, Seymour una introducción de J.D. Salinger, tenues y gratos poemas de Gary Snyder y Philip Whalen, intensos libros de Peter Matthiessen. O, sin saberlo, a través de las novelas de Kawabata y Tanizaki, de Yasushi Inoué y Natsume Soseki. O se han acercado, desde luego, a los libros de D.T. Suzuki o a poetas del haiku, para entender que el zen no es una religión sino una disciplina, acaso la más suelta y rigurosa. (Si esto suena contradictorio, una de sus búsquedas –en el zen no conviene hablar de objetivos– es la de superar las dicotomías para llegar al dualismo levemente risueño.)
** Quiera o no, Alberto Silva empezó su obra sobre el zen con El libro del haiku, excelente antología que parece haber sido –como un ejercicio zen– una preparación para otra cosa (o para nada, pero una preparación al fin). Si un solo libro sobre zen debería ser suficiente, leer haikus equivale a leer la literatura entera. Al haiku se lo relee una y otra vez, y a diferencia de otras relecturas se lo relee enseguida, porque el lector sufre la impresión, como en el zen, de haberse perdido algo. En Zen I. Ruta hacia Occidente, Silva tiene la delicadeza, el tino y la astucia de citar poetas, no necesariamente japoneses, o que no creíamos tales, como Juan L. Ortiz, José Lezama Lima o René Char. Es que un buen poeta de la paradoja, y de la imagen elíptica y desconcertante, pasa por maestro zen.
** Se ha dicho que el zen no puede transmitirse por medio de las palabras de otro. Ya un maestro antiquísimo había advertido que aquel que intenta comprender a través de palabras ajenas está rascándose el zapato mientras que lo que le arde es el pie, y diversos maestros destruyeron textos para no convertir al zen en “un libro ilustrado”. De lo mejor del ensayo de Silva es justamente el nudo de la cuestión, los comentarios sobre “koan” –una pregunta paradójica que pone a prueba la comprensión habitual– y sobre  “zazen”, la meditación sentada en busca del propio ritmo respiratorio para pacificar la mente.   
** Para Silva, el encuentro maestro-discípulo es el “núcleo más selecto, intenso y misterioso del zen… Dogen inaugura una concepción si se quiere emotiva del maestro espiritual: alguien que te quiere bien”. Era Dogen el que sugería: “recibe la enseñanza del maestro como si se vertiera agua de un recipiente a otro”. A propósito, uno de los capítulos más interesantes –junto al dedicado al experto en la nada Kitaro Nishida y la Escuela de Kioto– repasa el éxodo de estudiantes de filosofía japoneses que migraron a Alemania. Dice Silva que “esta especialización germanista del pensamiento académico japonés duraría hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XX”. Es algo que Mircea Eliade les reprochaba a los nipones durante una visita a la isla: “ustedes están provincializándose”. La figura que aunó todo ese interés fue Martin Heidegger, que decía sobre Lacan –sujeto del último capítulo– “me parece que el psiquiatra necesita un psiquiatra”. (La afinidad entre la cultura germana y la nipona casi siempre tomó caminos inesperados: hace un tiempo que tradicionales marcas alemanas de instrumentos de escritura fabrican algunos de sus modelos únicamente en Japón.)
** Practicar el zen –intentarlo– en ciertos contextos, en ciertos lugares, más que una fantasía o una utopía, es una hazaña. (La mudanza del Alberto Silva, de Kioto a Buenos Aires, tal vez haya buscado poner a prueba esta disciplina en el contexto menos favorable posible.) En el mundo ideal, este libro podría tener consecuencias, modestas pero definitivas, para la vida y la literatura argentina. (Dicho esto, es oportuno recordar lo que repite Silva: “en el zen al oyente siempre le aconsejan que se tome con calma lo que acaba de escuchar”.) Cuando Silva recuerda la definición de karate como el arte de la mano vacía –una mano que no empuña armas–, en que el practicante se vuelve peligroso justo cuando parece desequilibrado, podría estar hablando, de un modo a todas luces oriental, de la escritura. Valdría la pena preguntarse qué es la escritura como quien se pregunta qué es el zen, y responder como lo hacen los maestros, con una frase o una historia que fuera un acertijo: “cuando estás rastrillando el jardín, estás rastrillando tu propia mente”. En el camino, se tiene la impresión de que uno de los umbrales del zen –la concentración o la reverencia, por ejemplo– debería llevarnos a todas las otras virtudes. Y de que en medio de torpezas y sinsentidos, cualquier persona puede ofrecer un momento zen que sirva a otro de ejemplo, así sea en el modo de tirar un avión de papel.
(Publicado en el diario Perfil, Buenos Aires, el 4 de noviembre de 2012)

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Momiji

** La naturaleza se cuela en la vida de los japoneses todo el tiempo. ¿O será que ellos se hamacan sin tregua en los ritmos naturales? Las dos afirmaciones se responden antistróficamente, como en un coro de Esquilo o en la oda pindárica. En el año, dos grandes momentos de este diapasón entre el humano (que observa, se pone a tiro y se deja empapar) y lo natural (que continúa su ciclo previsor en Japón, incluso a pesar del cambio climático): 'hanami' (floración de los cerezos) y 'momiji' (coloración de árboles de hoja caduca como arces, álamos, etc.). Lo natural adopta su espontánea liturgia de brisas y lunas y ramas doradas, mientras el humano busca acoplársele lo más posible. Con mirada silenciosa, como cuando ella pasea solitaria con su cámara (¡qué foto tan expresiva, en su desnuda sencillez!). O con bullicio de grupos que se van de festejo a los parques. Esta vez me tocó llegar a Tokio en pleno momiji. Esté dentro de casa o en una sala de reunión, me sale hacer lo que a tantos japoneses: mirar por la ventana y anticipar esa vueltita que voy a dar apenas quede libre.  

** Mi fantasía de hoy es salir a pasear. Por eso, mi zazen de hoy es descubrir la modesta y otoñal plenitud de la nariz. Para que, al salir de verdad de paseo, mi mente toda ella sea nariz, toda universo. Creo que esto gustaría a Onitsura, contemporáneo y discípulo de maese Bashô (busquen algún haiku suyo). ¿Y eso qué tiene que ver con las hojas bermejas del arce? Todo. Claro que, para decir ese todo, hemos de echar mano a la poesía, al zazen, a la buena fortuna...

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domingo, 4 de noviembre de 2012

Elvis y yo

** No suelo desvelar este pequeño secreto: ¡me encanta Elvis Presley! Se que la confesión me cubre definitivamente de ridículo (se aceptan bromas). Lo cuento sólo porque Tokio es una ciudad muy rockera (desde el heavy metal a tachín-tachines que no sé reconocer, sin olvidarse de Bill Haley que me sé de memoria). Pero Elvis está por encima de todo: los fans del cantante de Memphis se cuentan por miles en la ciudad. En el barrio Harajuku hay incluso un pequeño Presley Museum, con chaqueta brillante del 'Rey del rock' y objetos de todo tipo, expuestos a la curiosidad inagotable del hervidero juvenil que recorre las calles (subiré al blog cosas sobre este fenómeno urbano).

** Resulta que cada domingo, a la una de la tarde, el grupo de la foto se reúne a bailar y cantar al ritmo de canciones de Presley y, más ampliamente, del twist de hace una punta de años (no digo cuantos, pero fue en la época de Little Richard, justo después de la batalla de Obligado). Se llaman Los Grasas del camino (en seguida me recordaron a Travolta) y cantan de 13 a 14 horas, con estricta puntualidad nipona. No son los únicos en producirse en público: comparten escena con otros grupos amateurs, de prestación igualmente gratuita (se llena de gente, ni qué decir). La 'escena' que comparten no es un teatro sino, ¡sorprendente Japón!, el parque de acceso al santuario Meiji, templo hiper oficial de la nación. Es cierto que el espacio es grande y da para todo el mundo pero, caramba, Meiji Jingu es centro de grandes ocasiones oficiales. Caminamos y por allí se ve de todo: señora fina que practica trompeta (en casa, apuesto que el marido aprovecha para dormir siesta), grupos de escolares merendando, un niño que se cree genio e imita (mal) proezas de circo, así como orquestas de J-pop (¿es su 'rock nacional'?), un anciano con acordeón y filigranas de Sous les ponts de Paris (me dedica una sonrisa cómplice: después de Elvis, el que más me gusta es Yves Montand, ¿él lo habrá adivinado?), parejitas, cantidad de jubilados y hasta un grupo infanto-juvenil dedicado a soplar pompas de jabón. Un ambientazo.


** Vuelvo a Los Grasas del Camino. De sólo mirarlos uno se siente reconfortado. Como bien dicen, los viejos rockeros nunca mueren: aquí tienen la prueba. Estos grasas inmortales van de negro, con campera de cuero (ecológico), lucen impertérrito tupé, se peinan después de cada pieza (con tremenda raya por detrás), se echan spray a cada momento, tiran latas de cerveza al cielo y ni una vez lograron abarajarlas en la caída, con lo cual el suelo se fue llenando de hojalata abollada y perlongherianos (tal vez) chorreos de iluminación. Un poco apartado, mi fotógrafa de cámara descubre que uno de ellos se remienda la bota con cinta emplástica negra. Mantienen una forma física estupenda. Combinan las cabriolas del rock'n-roll con el hip-hop. Si se sacan la camiseta muestran tatuajes impresionantes, como el ladrón de un poema de Gelman (si non é vero...). Termina la sesión y ya advirtieron que uno del público no se mueve (soy yo, entre embelesado por la función y rematado de tanto caminar). Al fin me acerco a saludarlos y el del jopo sublime me saluda chocando palmas, como un jovencito. Luego Los Grasas recogen todo y se van, haciendo run-run en sus viejas Harley Davidson. Mañana: cero tupé y ropa más formal para ir al trabajo: ¿taller? ¿delivery? ¿alguna obra en construcción?


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sábado, 3 de noviembre de 2012

Nekofilia. Paisaje urbano con gatos

** En cierta ocasión estábamos de viaje en Pekín mi mujer, nuestra hija menor Lucía y yo. Era a fines del año 2000. Lo gracioso es que, de acuerdo con el calendario oriental, ellos datan desde el fin de cada año...O sea que llegamos a celebrar el cambio de milenio con un año de anticipación. Pero, bueno, como casi siempre, una efemérides es simple coartada para hacer algo y darle un aire importante (o no sé qué). El hecho es que, al cabo de unos días pateando la capital del Imperio del Medio (situada, ay, al norte), Lucía encadenó de pronto estas dos reflexiones: ¡no veo gatos por la calle!; ¡los huesos de este caldo que comemos me recuerdan algo! (aludía a la osamenta gatuna que, precisamente ese semestre, estudiaba en clase de zoología del secundario). Dejo el asunto aquí, como entonces allí lo dejamos los tres, sin ahondar reflexiones tan inquietantes.

** En Japón no podría pasar algo así. Primero porque, hasta hace pocos años, la ingesta animal 'se reducía' (manera de mencionar un volumen 'inabarcable') al pescado (la carne de vaca llegó a Japón con la 'modernización' de finales del siglo XIX). Segundo porque el gato (neko) es muy apreciado por los japoneses. Puedo entenderlos desde el Zen: un animal es mucho más que 'compañía' o mero 'pet' o juguete; un gato es vida silenciosa acercándose confiada, entregada a nosotros; compartir esa vida es enriquecerse con energía ajena. Sin proponérselo, un gato muestra cómo conviene practicar zazen. Gajes de su oficio de vivir.

** Voy conociendo en Buenos Aires a amantes de los gatos (los perrunos somos minoría, al menos entre miembros de mis grupos de práctica de zazen). Sepan, amantes de mininos, que estos meses me toca vivir nada menos que en Yanaka, barrio de Tokio dedicado ¡a los gatos! La foto de portada ilustra un local de copas, precioso, vetusto, arrevesado, atractivo, minúsculo, típicamente nipón en su 'wabi' y acaso en su 'sabi' (ver wikipedia). Ya se ve por la foto: allí todo está en todo, incluido un gato vivo que se coló. No estaba calculado en la mirada original de la fotógrafa. Pero pasó por ahí en el momento indicado y click!. No sería el único ni el último que vimos o vemos, dando vueltas por las calles cercanas a casa (de niño me enseñaron que 'casa' designa el lugar en que estoy en tal o cual momento residiendo: 'mi casa' ahora está en Yanaka, 'ciudad de gatos' como se auto-denominan los locales; ¿vivo en una gatera?).

** No voy a contar la fuerte impronta gatuna que muestra la cultura japonesa. Tal vez otro día, tal vez personalmente. Sólo deseo mostrar una postal ciudadana netamente japonesa: estás en pleno Tokio, incluso en un barrio muy recorrido y visitado (veo muchos turistas ¡japoneses!); y a la vez con aire de campiña, incluso cuando vamos a comprar la comida o a visitar alguno de los trescientos templos del barrio, según la oficina de turismo (alguien los habrá contado; ¿trescientos no será aquí sinónimo de chiquicientos?). Aquí y allá, en esa extraña forma de ciudad asilvestrada asoma un gato, se despereza, te ignora y sigue orondo su camino. Y luego pasa otro, y otro y otro.

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viernes, 2 de noviembre de 2012

Ayuno y mucha agua

** Ocurrió justo antes de marcharme de Buenos Aires. Estaba en una reunión amistosa, todos sabían que volaba al día siguiente. De pronto apareció el tema del cuidado personal durante un viaje. A modo de broma inverosímil largué una sentencia solemne: 'En días de viaje, ayuno y mucha agua'. Sonaba a poeta Bashô saliendo a peregrinar, a ascetismo Zen de alto vuelo (de avión), en todo caso a célebre apotegma fruto de probada sabiduría popular. Luego cambiamos de conversación y quedó sin revelar esa broma de falso tono serio. 

** Ahora aclaro que yendo de viaje me alimento, me nutro, en una palabra 'como'. Es más: exploro todos los rincones de la gastronomía local (cuando me gusta). En el caso de la comida japonesa, no podría decir que se trata de 'comida extranjera': de hecho es la que más me gusta; si estoy en Japón, es la de cada día. La toma de Silvia es elocuente: tan concentrado está el comensal que no advierte a la fotógrafa. 

** Les paso el menú del mediodía: bandeja de tempura (esta vez de langostinos), salsa tentsuyu (compuesta de dashi, mirin, shoyu y un poquito de azúcar), daikon (rábano blanco picante rallado), tsukemono (picle) de pepino troceado fino, sopa de miso y el consabido (e inmenso) tazón de arroz (gohan se traduce 'arroz' pero, de modo general, significa cualquier 'alimento'). Toda esa comida (servida en bandeja de laca) se riega con hirviente ocha (té verde), a discreción (vi a uno cerca bebiendo cerveza, podría haber sido sake: pero no es frecuente al mediodía, en restaurantes de paso). Al ir terminando, se nos acerca la mesera. Uno le dice sonriente oishi! (delicioso), mientras se limpia los bigotes. Ella sonríe y ofrece más infusión. Los vecinos de mesa espían a ver si usamos bien los hashi (palillos), si mojamos bien los tempura en el bol de salsa, si comemos los langostinos hasta la cola, dónde dejamos los restos, en qué orden comemos. De qué hablaremos, chismorrean tal vez entre ellos, de dónde serán. Vendrán por turismo, por negocios. Serán saltadores de pértiga, salteadores, saltimbanquis, vendedores de tanques australianos. Sea como sea, seguro que vinieron a comer, por el empeño que le ponen a la cosa...

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jueves, 1 de noviembre de 2012

Zen en días de bonanza

** En cuanto a práctica de zazen, mi insistencia constante tiene que ver con la borrasca. 'Pilotos de tormentas', ¡eso somos! como practicantes de la meditación sentada. Es cierto que la expresión ha sido utilizada a tiempo y a destiempo entre nosotros, con legitimidad o sin ella. Pero igual resulta rescatable cuando, aplicando la lección de los cínicos alejandrinos, consegimos 'cambiar el valor de las palabras'. El 'valor' de la moneda que el zazen acrisola en nosotros no es otro que una estabilidad progresiva de la persona, elástica y danzarina como Vishnu, capaz de capear y surfear con cintura flexible los avatares de las circunstancias ('in.nen': las condiciones circunstanciales siempre son exteriores; pero también, y sin falta, interiores).

** Sucede sin embargo que a veces no hay tormenta. Ocurre que sencillamente, nos sentimos 'tranquilos y contentos' (sin mezcla alguna de negación). Hay un zazen de la bonanza, ¿por qué no? Consiste en dejarse estar, en dejarse ir a través del hilo de la respiración, hacia la naciente misma de la vida, allí donde late el corazón, allí donde el aire apenas entra y sale, a un ritmo que se va haciendo lento, para que si es posible nada se mueva en uno. Que nada nos distraiga de la contemplación de la vida y de nuestra presencia a la presencia. Cuando algo de esto sucede, son dos en realidad las cosas que (nos) ocurren:
- No sólo la mente (shiryo) se vierte, se escurre, gotea hacia la no-mente (fu-shiryo) de nuestra contemplación de la nariz (¡parece chiste!; y no lo es, como sabe todo practicante de zazen), sino pareciera que 'desenchufamos' radicalmente, flotando en la sin-mente (hi-shiryo).
- Por otra parte, nuestra vida afectiva energiza drásticamente el corazón, haciéndolo capaz de 'contener' una 'porción' cada vez más amplia del mundo que nos rodea: el pulso de vida contiene y sostiene la vitalidad (a menudo sufriente) de personas y situaciones que conocemos. Podemos 'amarlas' o no, pero calibramos el fondo denso e inapelable de la existencia ajena, que advertimos en cada caso ser parte de la nuestra.

** Todo está en su sitio. Más de una vez las cosas estarán out of joint (como el mundo, en la tragedia shakespiriana): nuestra tarea de practicantes será remarla, nadar, a veces tan sólo no ahogarnos. Pero cuando, en cambio, sentimos que 'todo está en su sitio' se produce lo que (medio en broma medio en serio, spoudangelion: otro buen consejo de los cínicos alejandrinos) podemos considerar como meramente 'flotar'. Sí, dejarse llevar por la corriente de la vida, hacia una dejación a veces no exenta de riesgo pero que, cuando la practicamos bien, deja en nosotros la huella imborrable del bienestar. Una adicción inocua. Una nada que puede cambiarte de cuajo la vida.

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miércoles, 31 de octubre de 2012

Cuatro ojos que miran 'lo otro'

Dos que emprenden juntos una investigación. Pareja como la de los aguerridos Margaret Mead y Gregory Bateson, desde siempre admirados por mi y a los que desearía parecerme (sin apear la sencillez de mi condición). Dos seres cálidos dejándose atravesar, triturar (los términos de Dôgen se aplican del todo a este caso) por las culturas de Oceanía que investigaban. En su caso: Samoa, Bali... Ella ahora es Silvia Falcoff, de profesión arquitecto: saca fotos como estas, que irán apareciendo en próximos días, semanas, meses. Él es la mano que escribe de a poco un dietario de lo que, según ambos, ocurre ahí afuera (pero repercute con fuerza aquí adentro). Dos que deciden tejer la crónica de unos meses en Tokio, como quienes aceptan que Japón para ellos ya no es lo nuevo, sino más bien empieza a ser lo otro, algo vivo y vibrante que, si antes les llamaba la atención, ahora directamente los sacude y los interpela.

La imagen y el texto traducen modos de observación distintos, dotados de plena autonomía en tanto métodos. Sin embargo, entre ellos se establece un ámbito intermedio, algo que podríamos llamar una conversación que acrisola y decanta lo que uno y otro miran y registran. Son cuatro los ojos que miran y quieren manifestarse. A veces el texto comenta una ilustración, a veces es la imagen la que habla del tema (d)escri(p)to. En ocasiones texto y foto conviven, como dos que pasean juntos y mantienen un foco distinto, pero sin dejar de tomarse por la mano.

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martes, 30 de octubre de 2012

Hoy es martes, esto es Tokio


'Hoy es martes (30 de octubre), esto es Tokio'. De mañana temprano llegamos al aeropuerto de Narita, luego al tren skyiner y finalmente a casa, de nombre Fujimi, antiguo hotelito de pasajeros loteado en departamentos. Estamos
en el noreste juvenil de la ciudad, junto a Ueno y Asakusa (la universidad de Tokio tiene campus cerca). Unidos con Silvia por mil años de paseo, intimidad y conversación, revivimos rituales de paso, así como tareas de adaptación del espacio a nuestras expectativas (en todo caso a nuestras necesidades). Arquitectónica y muy kufu, Silvia despliega iniciativas a cuyo estilo estoy ¡tan! hecho:
- deshizo las valijas, que acabaron por desaparecer en el reducido piso que habitamos;
- cambió los muebles de lugar, con evidente beneficio del espacio y la claridad visual;
- reasignó luces y enchufes (la instalación eléctrica es sospechosamente vieja...parte del encanto de la casa de la que el pisito forma parte);

- hizo llevar a la masvida del desván el armatoste de la televisión.
 

El día fue goteando lentamente y nosotros con él, metiéndonos por callecitas estrechas, subiendo cuestas y escaleras (este barrio es un poco como las Buttes de Chaumont de Paris). Pero lo primero es lo primero: ir a la feria. Luego a comer tempura udon. Ahora se estrella el día y nosotros un poco también, por las doce horas de diferencia respecto a Buenos Aires. Cena de sopa de miso y onigiri. Tazas de mugicha hirviendo mientras tecleamos. 

El viaje terminó: señal de que ahora comienza el viaje. ¿Qué dice el cuerpo? ¿Se dejará vencer por los bio-ritmos o prefiere obedecer el mandato funcional de este viajero? No puedo olvidar el reclamo del cuerpo cansado. Tampoco olvido que mañana a las 2pm tengo la primera cita formal con quienes amablemente me invitan a este hermoso país. 

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sábado, 27 de octubre de 2012

Traducir una experiencia

Poeta, traductor, sociólogo y experto en temas japoneses, el argentino Alberto Silva publicó los dos primeros volúmenes de una obra monumental sobre el zen y su diálogo con Occidente.

Por Pablo Gianera  | LA NACION


 
Episódicamente (en lapsos de décadas, de siglos), Occidente traduce el Lejano Oriente. Como suele ocurrir también con las traducciones en la literatura, cada época necesita un Oriente leído en sus propios términos, en su propia lengua. Muchos de esos traductores, generosos aduaneros de la cultura, fueron viajeros, como Marco Polo o Lafcadio Hearn; otros, filósofos como Eugen Herrigel y Alan Watts, o incluso teólogos como Richard Wilhelm. En la Argentina, está incluso el modesto caso de El zen y la crisis del hombre , volumen ínfimo, apretadísimo, que D. J. Vogelmann, traductor él mismo, publicó en Paidós en los años sesenta. El argentino Alberto Silva se inscribe en esa genealogía y concentra varios de los atributos de sus predecesores: es poeta y viajero (vivió varios años en Japón), pero también sociólogo y un traductor de haikus tan fino que en sus versiones consiguió el milagro de la invisibilidad que persigue todo auténtico traductor. Pero su empresa es mucho más ambiciosa: cuatro volúmenes que interrogan cómo entender actualmente el zen -en sí mismo una relectura del mundo- desde Occidente, es más, desde la Argentina.
En los dos primeros, los únicos publicados hasta el momento, Zen 1. Ruta hacia Occidente y Zen 2. ¿Qué decimos cuando decimos experiencia? , la pregunta de Silva, como por otra parte la de Vogelmann en su momento, podría ser "¿por qué el zen?" En su respuesta, toma inicialmente distancia de Daisetsu Suzuki. A diferencia del influyente divulgador, Silva no habla de "budismo zen" y, en la senda tutelar de Eihei Dogen, fundador en el siglo XIII de la escuela soto del zen japonés, cree que el zen es ante todo zazen, "la práctica que lo hace posible, un simple sentarse a verse respirando". Fue el propio Dogen quien en su obra maestra Shobogenzo observó: "El incienso, la reverencia y la oración ante la imagen de Buda, la lectura de los sutras son, ya desde el comienzo, completamente innecesarios". Pero entiéndase bien: Dogen, como se ocupa de señalar Silva, no desdeñó nunca el budismo que habita en el zen; en todo caso, entendió que el zazen , esa meditación sentada, constituía el "cumplimiento de la ley de Buda". El gesto parece simple, pero la experiencia es insondable. Esa experiencia personal, la experiencia de un cuerpo y asimismo"pedagogía radical de la libertad", es la que soliviante a Silva.
El viaje que lleva del sánscrito dhyana al chino ch'an y de allí al japonés "zen" no es solamente lingüístico; encierra distintas variedades de la experiencia. Silva sigue ese itinerario, pero no lo hace cronológicamente; su preocupación eminente no es ésa sino una de otro orden: construir el zen como objeto, como discurso comprensible. Así como existe un "zen japonés", bien podría existir un "zen occidental". Silva se ocupa de esa posible cercanía, de ese "advenimiento", aunque no se le escapa que el día que exista un zen occidental, "lo adjetivo (occidental) se volverá sustantivo (zen)".
El "punto de vista", según lo llama él mismo, es muy abierto. Zen 1 y Zen 2 no son libros de historia ni ensayos académicos ni poéticos ni filosóficos. No son nada de eso, y en cierto modo sí lo son. Silva tienta un ensayo tan sincrético como su objeto; entra y sale de la primera persona y se sirve tanto de referencias orientales como de Peter Sloterdijk, Jacques Derrida, Jacques Lacan, Jean-Paul Sartre o Marcelo Cohen. Se sirve, en fin, de lo que necesita para despejar el terreno y no confundir "lo" zen con sus efectos, lo que implica impugnar la perversión instrumental de la autoayuda sin ceder a la estetización ritualista. "Sin duda hay efectos de la literatura y la plástica del zen que fascinan a los occidentales, entre ellos la lógica contradictoria de los sermones magistrales o los koan (paradojas, calembours, retruécanos), o el estallido de lucidez de un instante, captado en un acuarela sumié, así como el talante antidogmático y contestatario del haiku [.] Sin embargo, limitarse a dichos efectos sería tomar el rábano por las hojas."
Se le debe a Arthur Schopenhauer la introducción del orientalismo en Europa; su filosofía de efecto retardado (publicó su sistema entero, El mundo como voluntad y representación , en 1819, pero el pensamiento europeo acusó su influjo a partir de la segunda mitad del siglo XIX) le aplicó a Kant el correctivo del hinduismo. No es ése sin embargo el eje que Silva elige para abordar la relación del zen con Occidente. El primer volumen dedicaba un capítulo al examen de las ramificaciones orientales de la filosofía de Martin Heidegger, bisagra con lo lejano pero no puente con él. Zen 2empieza también en ese punto. Silva no encuentra solución de continuidad entre el "salto", springet, de Kierkegaard, el Sprung heideggeriano y ese otro salto del zen, el que lleva de lo conocido a lo desconocido. Hay una diferencia entre hablar sobre un río y ponerse a nadar. "El zen no se ciñe a señalar un salto que por supuesto considera necesario realizar. El zen salta y se zambulle debajo del agua. Y no sólo nada sino que busca hacerse salto.".
Pero, se pregunta Silva, "¿se puede hacer teoría de lo que se ofreció antes que nada como práctica?". El autor, como un arquitecto, es fiel a su objeto construido. Para el zen, como para él, el camino es la meta y, por eso mismo, no tiene meta.

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