Por varias
circunstancias, el Zen ha llegado a Occidente en orden disperso y con apariencia
deshilachada. Resulta difícil de entender. Tal vez eso explica que de él se
digan cosas tan distintas, a menudo curiosas, a veces disparatadas. La 'creación' de punto de vista implica una
metodología de observación y análisis, con foco en un perfil de experiencia que
se resiste a ser aceptada como parte de lo que un epistemólogo francófono, el
galo Gaston Bachelard, solía llamar 'lógica del descubrimiento'.
Para crear el Zen como 'objeto', vale decir como
discurso comprensible (léase: asumible en Occidente), hemos de renunciar a
enfocarlo como algo que creemos conocer (sea que al fenómeno le atribuyamos carácter
religioso, filosófico, terapéutico, gimnástico, estético, etc.). Más bien tenemos
que 'descubrirlo' como indicador de una
doble ignorancia nuestra: desde ya, como parte de nuestro desconocimiento de la
lógica que lo caracteriza; pero, también, como dato de la insuficiente
penetración con que acostumbramos considerar nuestra propia existencia, agujero
negro que diferentes teorías del sujeto no consiguen rellenar. Desde el punto
de vista de este primer tomo, el Zen vendría a ser un 'objeto construido'
capaz de permitirnos pensar (tanto en 'Occidente' como en 'Oriente') ese sujeto
borroso y esquivo que divisamos cuando nos miramos al espejo.
Mi reflexión constituye
un intento paciente, minucioso, de revisar a fondo (y, si en algo fuera
posible, renovar) la forma occidental habitual de encarar el Zen. Como quien
repite una rutina sin demasiada conciencia de lo que dice o hace, nuestro
paradigma civilizatorio viene insistiendo, desde hace un siglo, en interpretar
al Zen con argumentos convencionales y sesgados. El Zen es 'una rama de la religión budista', sostienen muchos sin pestañear.
O bien: es 'la única filosofía japonesa'
digna de competir con la occidental, retrucan varios posmodernos, ajenos a
cualquier vacilación en la materia.
Desde otros ángulos, hay quien establece que es una 'variación' o 'ampliación' del
archivo de técnicas meditativas procedentes del Yoga.
Sin descontar aquellos a quienes, emulando tendencias provenientes del mismo
Japón, el Zen proporcionaría 'un sello
estético' exclusivo que los define como miembros de la élite.
Cuando no sucede que caiga en manos de ejecutivos tan descreídos como agresivos y sea ejercido, de forma oportunista, a modo de 'técnica de control mental'.
Todo lo que acabo de enunciar brevemente es afirmado en publicaciones que
descansan en los anaqueles de algunas librerías.
Sin entrar a valorar esas interpretaciones, me apresuro a decir que al Zen lo
entiendo de modo diferente: como 'un
estilo creativo de experiencia personal' y como 'una pedagogía radical de la libertad' que, cual filosos cantos de la
misma espada, nos vuelven aptos para enfrentar discursiva y críticamente
nuestra vida: no sólo lo concreto de cada existencia en particular
sino, incluso, la cultura común de nuestro tiempo.
Aunque a lo largo del texto se irá precisando qué es Zen —si puede darse respuesta
unívoca, clara, sintética y sentenciosa a pregunta de tamaña envergadura—, es
necesario aclarar desde ya, de forma provisional, en torno a qué estaremos rondando
todo el tiempo. Cosa de que me ocuparé mañana...
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