lunes, 18 de junio de 2012

Zen 1. (c) Lo que sabemos, lo que ignoramos




Por varias circunstancias, el Zen ha llegado a Occidente en orden disperso y con apariencia deshilachada. Resulta difícil de entender. Tal vez eso explica que de él se digan cosas tan distintas, a menudo curiosas, a veces disparatadas. La 'creación' de punto de vista implica una metodología de observación y análisis, con foco en un perfil de experiencia que se resiste a ser aceptada como parte de lo que un epistemólogo francófono, el galo Gaston Bachelard, solía llamar 'lógica del descubrimiento'. Para crear el Zen como 'objeto', vale decir como discurso comprensible (léase: asumible en Occidente), hemos de renunciar a enfocarlo como algo que creemos conocer (sea que al fenómeno le atribuyamos carácter religioso, filosófico, terapéutico, gimnástico, estético, etc.). Más bien tenemos que 'descubrirlo' como indicador de una doble ignorancia nuestra: desde ya, como parte de nuestro desconocimiento de la lógica que lo caracteriza; pero, también, como dato de la insuficiente penetración con que acostumbramos considerar nuestra propia existencia, agujero negro que diferentes teorías del sujeto no consiguen rellenar. Desde el punto de vista de este primer tomo, el Zen vendría a ser un 'objeto construido' capaz de permitirnos pensar (tanto en 'Occidente' como en 'Oriente') ese sujeto borroso y esquivo que divisamos cuando nos miramos al espejo.

Mi reflexión constituye un intento paciente, minucioso, de revisar a fondo (y, si en algo fuera posible, renovar) la forma occidental habitual de encarar el Zen. Como quien repite una rutina sin demasiada conciencia de lo que dice o hace, nuestro paradigma civilizatorio viene insistiendo, desde hace un siglo, en interpretar al Zen con argumentos convencionales y sesgados. El Zen es 'una rama de la religión budista', sostienen muchos sin pestañear. O bien: es 'la única filosofía japonesa' digna de competir con la occidental, retrucan varios posmodernos, ajenos a cualquier vacilación en la materia. Desde otros ángulos, hay quien establece que es una 'variación' o 'ampliación' del archivo de técnicas meditativas procedentes del Yoga. Sin descontar aquellos a quienes, emulando tendencias provenientes del mismo Japón, el Zen proporcionaría 'un sello estético' exclusivo que los define como miembros de la élite. Cuando no sucede que caiga en manos de ejecutivos tan descreídos como agresivos y sea ejercido, de forma oportunista, a modo de 'técnica de control mental'. Todo lo que acabo de enunciar brevemente es afirmado en publicaciones que descansan en los anaqueles de algunas librerías. Sin entrar a valorar esas interpretaciones, me apresuro a decir que al Zen lo entiendo de modo diferente: como 'un estilo creativo de experiencia personal' y como 'una pedagogía radical de la libertad' que, cual filosos cantos de la misma espada, nos vuelven aptos para enfrentar discursiva y críticamente nuestra vida: no sólo lo concreto de cada existencia en particular sino, incluso, la cultura común de nuestro tiempo. Aunque a lo largo del texto se irá precisando qué es Zen —si puede darse respuesta unívoca, clara, sintética y sentenciosa a pregunta de tamaña envergadura—, es necesario aclarar desde ya, de forma provisional, en torno a qué estaremos rondando todo el tiempo. Cosa de que me ocuparé mañana...

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