jueves, 2 de febrero de 2012

Zen: fluir con las circunstancias

Ayer, miércoles 1º de febrero. ¿Un día cualquiera? ¡Para nada! En nuestra vida, no existe eso de "un día cualquiera": cada giornata encierra su toque particolare (los más grandes recordarán el film del gran Ettore Scola, con Mastroianni y Loren). En Buenos Aires lo peculiar fue, además, impresionante: se desató una tromba de agua, con riadas destructoras en las calles de siempre, incluso en las que suelen quedar preservadas de tamaños lluviones. La tormenta decidió arreciar justo antes de comenzar la sesión de zazen, hacia las siete de la tarde.
Doble sorpresa. Una era la fuerza de la lluvia (desde que vivo en Buenos Aires no me había tocado ver cosa así; y ojo que vengo de Japón). En llamativo contraste, la tenacidad de los miembros del grupo de práctica (llegaron casi todos, salvo los que mandaron mensajitos de anegado texto). El techo de la sala de meditación en parte no pudo superar el estropicio: caían gotas casi en todas partes. Casi: los diez nos fuimos acomodando con pormenor casi geométrico en los sitios más secos, escuetas islas que nos resguardaban y a la vez realzaban la decisión de practicar. El ambiente mantuvo la seriedad habitual del zazen mezclado con cierta exitación, como quien va de picnic a la isla Tuvalu.

Los zafus se iban humedeciendo pero todo pudo llevarse a cabo, con ese toque sorpresivo con que la vida nos obsequia cada día. Vivimos preparándonos morosamente para ejecutar guiones que ansiamos lo más pautados y previsibles que podamos. Pero a menudo lo concreto, inmediato e inevitable nos arrolla, nos salta por encima, nos atraviesa y nos empuja a acomodarnos a lo que fluye. La vida nunca pide permiso. Nos invita a flotar (a veces de forma poco metafórica, como casi ocurrió ayer) en el espacio líquido del encuentro de cada uno consigo mismo (el camino es de agua, recuerda el maestro Dôgen).

Porque, en pocas palabras, eso es el Zen: la práctica de alguien que no renuncia a lo que le toca vivir, sin dejarse intimidar por interferencias. SIEMPRE hay interferencias: hoy no tengo tiempo, ahora no me encuentro en forma, en este momento no me viene bien. Aquel que cede protagonismo a cualquier interferencia venida de dentro o de fuera, sin decirlo transmite que no tiene (por ahora) el ímpetu (shin) necesario para zambullirse en el Zen. Porque lo que por confusión llamamos 'interferencias' no son otra cosa que la trama enredada de nuestra inapelable circunstancia vital, la escenografía de un camino que seguimos transitando paso a paso. A veces, como ayer, chapoteando y transidos de humedad.

De mañana, hace un rato, María me hizo llegar esta preciosa foto suya, confirmando que anoche llegó sana y salva a su casa. Menos mal. Por un momento imaginé que con su celular habría fotografiado nuestra sala.

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