Quiero contarles la historia de Sekkei Harada, mi referente en materia de zen. En el zen que practico, está sutilmente vedado el recurso a un salvador mágico. "Zazen es tu maestro"; "tú eres tu maestro", se desgañitan Dôgen y los grandes referentes que lo sucedieron en el Soto Zen. En el zen uno no tiene "maestro", en el sentido de alguien de quien uno se valga para evadir su responsabilidad ante el destino, o para desentenderse de su soberanía. El zen que reconozco digno de ese nombre estimula cierto sentido prometeico de la vida. Pero no se trata, para nada, de un Prometeo encadenado sino, por el contrario, de alguien que acepta que romper sus cadenas depende enteramente de su propia decisión. En ese sentido, yo tampoco tengo maestro, ni busco tenerlo. Eso no significa que esté, o que me sienta, "solo ante el peligro", ni que sufra el desamparo de una miserable existencia solitaria. Lejos de eso: el zen abre a la cálida amistad entre practicantes, unos más recientes que otros, unos más experimentados que otros, pero todos básicamente "practicantes": hoy me ayudas tú a mi, mañana yo te ayudo a ti. Todos necesitamos ayuda. Lanzo esta broma: un grupo de práctica es un grupo de auto-ayuda. En un sentido irónico, claro, pero paradójicamente noble (la verdadera y única auto-ayuda es la que uno se prodiga libremente a si mismo).
Que no tenga "maestros" en el sentido mencionado no significa que carezca de referentes. Mi referente en general es Kigen Dôgen (siglo XIII, irradiando desde Eihei, provincia de Fukui). Mi referente en particular es Sekkei Harada (siglo XXI, situado en Obama, a escasos kilómetros de Eihei). ¿Qué brinda un referente en particular? Una imagen vívida, concreta y completa de cómo obrar en el terreno del zen. Toda la flexibilidad que pueda promover en los grupos de práctica viene dada de lo que aprendí de Harada. Porque uno aprende muchísimo de otras personas, y para empezar de quien acaba siendo un referente, término que en sánscrito se dice kalyanamitra: "el amigo que te conviene"; "el amigo que te quiere bien". ¿Bonito, verdad?
Flexibilidad aprendo de Harada en materia de postura. Harada está muy, muy anciano: ¡tendrían que verlo ustedes empotrado en un sitial de madera especialmente diseñado para contener su maltrecho organismo físico, "ese saco de piel y huesos" de que hablaba Dôgen! Después de haber visto a Harada en zazen, me cuesta imaginar que el problema de alguien que quiere de veras "sentarse" sea que no consigue una buena postura. Zazen no es mera postura: zazen es entregar la propia persona a la búsqueda intensa de su felicidad y bienestar, compendiadas en la expresión "buscar el verdadero ser".
Flexibilidad aprendo de Harada también en materia de estabilidad emocional. Nadie es referente de otro porque sea más "normal", o porque por medios mágicos quede fuera de los vaivenes de la angustia o de la depresión. Dukha (al mismo tiempo dolor y angustia) hay siempre para todos, sin excluir a los referentes. Zazen, para Harada, designa una práctica de vida que permite "atravesar" todo tipo de tormentas emocionales, llevándolas con tesón (y con un esmero no exento de suavidad) a las aguas tranquilas de la respiración. Al ritmar el torrente mental con la tranquila ondulación de la respiración, con el sereno tic-tac del corazón, los estados emocionales (que no dejan de ser nuestros ni se "eliminan" ni se "vacían", términos estos que el zen detesta) se vuelven energías de vida en su polo positivo, dinámico, reposando en el corazón. La mente quiere seguir siendo viva, ocurrente, saltarina, creativa, hacedora. Pero suele pasarse de rosca y necesita descanso. DESCANSO. Zazen es para Harada un aprendizaje de ese auto-descanso, en las propias e intransferibles condiciones de la propia persona: tengo unas características físicas y psíquicas que me hacen "único en el universo", como repite Harada cada vez que puede. Si soy único, mi modo de "descansar" con el zazen acaba siendo propia de mi persona, peculiar. Basta ver un grupo de práctica en acción: todos unidos en ese mismo intento, pero cada uno a su manera en lo que se refiere a la ejecución. Máxima unidad de fines, máxima heterogeneidad de instrumentos.
Finalmente, Harada me enseña flexibilidad en la relación que establezco con el mundo exterior. Nadie menos aislado, o aislacionista que un practicante de zazen (eso somos cada uno, sencillos practicantes, ¿no?). Nadie más concernido con las circunstancias reales y concretas de la vida social. No ofreciendo una gaseosa solidaridad de puras buenas intenciones, sino arremangándose en la labor de la sociedad en que vive, sin eludir emociones colectivas, conflictos inevitables y tomas de partido cuando cabe. Con Harada hemos conversado mucho sobre los graves desvíos que tuvo el zen oficial durante el siglo XX, aparentando (y acaso más que eso) acordar con el militarismo japonés de ese momento, agravada su ambigüedad con el beneplácito ante el envío de jóvenes kamikaze a una muerte anunciada, eso sí, cada uno de ellos con un librito de zen en el bolsillo (¡siempre hay alguien bendiciendo vuelos de la muerte!). Hay tanto que hacer en el mundo real, que al bodhisatva (aquel que ha despertado y que, por estar despierto, vive la urgencia de ayudar a despertar a otros) nunca puede faltarle tarea.
Esto quería contarles con toda confianza sobre Harada, un referente mío que está por ahí, más anciano y más vivo que nunca.
jueves, 10 de noviembre de 2011
Zen es tu maestro
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