jueves, 3 de noviembre de 2011

Zen en el kyûdô (5)

¿El kyûdô es de origen y estilo japonés? De eso no cabe duda. Pero, entonces, ¿qué hacen tantos occidentales serios dedicados a la técnica y al arte de una modalidad vivencial y artística que mantiene nombre y raigambre tan nipones? La pregunta es central dadas las preocupaciones de este blog, que no por nada invita a "traducir Japón". Espero que consideren que se trata de un asunto que merece reflexión.

Es propio de lo que consigue ser humano (y que nos hace humanos: nos "hominiza", como se dijo en cierta época), mantenerse atado al registro de lo característico y peculiar. Es propio, digo a la inversa, de ciertos asuntos o emprendimientos que consideramos idiosincráticos (definitorios de lo individual) no por eso dejar de orientarse a lo nomotético (cuando captan que configuran -o forman parte de- algún núcleo universal).
La paradoja consiste en que un uso, una costumbre o una práctica (es el caso del kyûdô) se alzan a la condición de universales "a costa de" (en el proceso de) extremar cada detalle de su peculiaridad cultural (los textos presentados en posts anteriores así parecen demostrarlo). Por ello, lo mejor de lo que cada nación consigue "exportar" al ámbito internacional podemos denominarlo, en cada caso, una "universalidad particular" (así describe ciertas realizaciones de China el antropólogo francés François Jullien).

Kyûdô es una de estas universalidades particulares:
- Se presenta a primera vista como una práctica sumamente acotada desde el punto de vista cultural (muestra sus costuras niponas por todos lados; huele a Japón intensamente).
- Pero nos permite, al mismo tiempo, saciar un ansia de unidad que podemos sospechar universal (nosotros somos plenamente occidentales, sin confusión ni falsas aleaciones: y sin embargo nos atrae algo que no renuncia a su origen tan lejano).

La unidad ansiada, a la que aquí convida la práctica de kyûdô, puede entonces decirse de maneras diversas. La tarea es descubrirlas como concurrentes, todas ellas, a un mismo fin.
- Es antes que nada la búsqueda y conseguimiento de una armonía de la mente y del cuerpo. Fue Morikawa Kôzan (siglo XVII) el que se atrevió a poner en circulación la expresión kyûdô kyûjutsu, volviendo manifiesta la unidad inseparable entre dos dimensiones que nuestros antepasados occidentales también habían reconocido como parte de la misma noción de arte: la técnica (en griego: tekné) y el vuelo del espíritu (en términos de música barroca italiana: l'estro armonico).
- Luego esa unidad, como vimos, constituye la conjunción entre el cuerpo humano (por ejemplo: el brazo) y su instrumento (aquí: el arco), una armonía entre "naturaleza" y "cultura". El brazo prefigura todo un cuerpo en armonía: o sea que ya es un cuerpo-mente. El arco sintetiza todo el entorno exterior: vale decir que ya constituye un cosmos (y nosotros formamos parte de él).
- Finalmente, kyûdô juega a procurar el equilibrio entre la serena inmovilidad (sei) y la acción o movimiento (ugoki), dos situaciones que buscan afanosamente complementarse. De modo que, como dice Jesús González Valles: "el tiro con arco viene a ser un movimiento (undô) que exige la inclusión de la acción en la inmovilidad". Y la inversa, agrego casi en un susurro respetuoso, pero de forma que se oiga.

Estas tres facetas o dimensiones de la búsqueda de la unidad de una persona resultan idénticas a lo que persigue/consigue la práctica de la meditación sentada o zazen. Y así, esta sencilla reflexión desemboca en una especie de provisorio final. Lo que pueda decirse parece de momento suficiente. Ahora sobreviene la tarea del lector, urgente y llena de exigencia: consiste en de veras escuchar y acunar dentro suyo algo de todo lo dicho. Para que la cosa no quede en puras palabras.

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