lunes, 31 de octubre de 2011

Modos en que "Oriente" entra en la vida de uno



La vida procede como el zen: corta el hilo anticipado del pensamiento discriminador (shadayatana) y trae a colación ideas y sentimientos distintos, guiados por una agenda que, si en parte es personal, en buena medida es igualmente social (el pensamiento podrá planificar, establecer pequeñas formas de orden neurótico; pero la vida lo avasalla y hace saltar los goznes: la vida las pone out of joint, como dijo para siempre Shakespeare).
La semana pasada se dictó sentencia por el llamado Juicio ESMA. Entre las víctimas figuraban dos religiosas que tuve el honor y el placer de conocer bastante. Por eso, hoy este blog es una manifestación sencilla de homenaje a Yvonne Pierron y Léonie Duquet, religieuses de la Mission de Paris y muy buenas amigas.

Tengo que hacer un poco de historia. Las conocí en mi época de estudiante en el París del 68 y aledaños. Ellas, religiosas sencillas, con ese aire campesino y ese "olor a provincia" (Jacques Brel) que tiene muchas veces la gente pobre (varias de ellas eran bretonas y olían a colonia barata de lavanda). Yo, nosotros, tropilla de estudiantes latinomericanos, pobres de solemnidad (no tan aseados como ellas), expertos en descifrar estadísticas oficiales que nos colocaban técnicamente "en la línea de la pobreza" de la opulenta Francia. Estábamos en cuerpo y alma dedicados a nuestra preparación (en mi caso la sociología), dejándonos penetrar por la corriente grande de la cultura gala de esa época, difícilmente superable (no teníamos ni un peso, ni un minuto, para consumir, lo que fuera). De la classe à la biblio, de la biblio à la manif, de la manif au café a recibir la ración de: "un café et un oeuf dur, s'il vous plaît!" (total: 1 franco, sin propina; o a cuenta, cuando ni ese franco teníamos en el bolsillo: pero fuimos gente de pagar sus deudas).
Entonces, ¿dónde comíamos "de veras" y dónde nos reuníamos para hablar de "cosas" de América Latina? Au 16, rue d'Assas, Paris VIème. Allí vivían ciertas damas francesas de la Misión de París. En el estar de estas monjitas austeras se cocinó más de un proyecto destinado a desarrollarse en el Uruguay, Chile, México o Brasil de los años 70 (no tuve en esa época contactos con estudiantes argentinos): ¡qué mejor preparación para los 70 latinoamericanos que los 60 de París!
Retomo el hilo. Yvonne (era la superiora y se notaba), Léonie, Marie Josée Baron (fue madrina de una fugaz boda mía) y varias otras habían sido previamente misioneras en Singapur. Cocinaban comida india (pura y dura, como todo en esa época) que a estos pichones carnívoros al principio nos costaba tragar. Recuerdo a Léonie diciéndome al oído que acompañara el curry con pan, para en algo mitigar el incendio. Recuerdo a Yvonne trayendo una cucharadita de aceite crudo salvador para que, al tragarlo, pudiera yo calmar el ardor de una comida que ellas consideraban suya y cotidiana.
La Misión de París vivía un importante giro interno. Quien conozca la historia del Sudeste asiático comprenderá qué graves riesgos corrían esas tiernas e incisivas mujeres que habían elegido trabajar con los pobres. Estaban reorientando su acción hacia América Latina, hacia el Cono Sur y, por lo que supe tiempo después, también hacia Argentina. Nosotros recibíamos comida y afecto de tías (todo en abundancia), nutriendo una amistad que ninguna muerte podrá destrozar. Ellas recibían de nosotros información fresca, militante, sabihonda, fruto de una dedicación, como dije, en cuerpo y alma a la tarea del estudio.
Estas mujeres siempre supieron que la lealtad a su proyecto de vida incluía una dosis de riesgo. Y siempre aceptaron ese riesgo con una sonrisa, con el despegado desdén de quien relata (o anticipa) una situación que a otros les llenaría de miedo las costillas. Eran familieras, muy espirituales aunque cero caretas en ese plano. Ellas y nosotros nos encontrábamos siempre en el reconocimiento de una ignorancia que quiere tornarse aprendizaje: ellas acaso aprendieron la política, algunos de nosotros sin duda aprendimos a entreverarnos con "Oriente" sin devaneos de incienso, misticismo o fantasías alocadas. Para mi, la India, luego Japón, se hicieron desde entonces una opción buscada. Sus anécdotas acercaban de un modo laico (¡viniendo de ellas, que eran religiosas!), profano, mundanal, sencillo y cotidiano ese mundo nunca más lejano. Decían lo que en ciertos libros de entonces se decía bien. Pero tal vez los libros demostraban demasiado engolamiento y una autosuficiencia que jamás noté en estas monjitas de zapatos viejos.
Ellas tenían experiencia de la vida. Ponían el cuerpo en el contacto personal, en su vida privada de célibes, en la preparación de comida india, en la escucha. Esa experiencia la acabaron volcando en Argentina: ¿cómo habrán sido los curries de Léonie hirviendo en la zona de Almagro o de Núñez? Me hubiera gustado no perdérmelos. Con su confianza en el triunfo final de una justicia divina (que muchos pensamos simplemente poética, acaso política), ellas recorrieron el mundo hasta que alguien interpuso su violencia. Seguro que murieron confiando en que, algún día, alguien restablecería la justicia. A ver quién les informa que eso precisamente ha sucedido, en la módica proporción de la justicia penal.

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