lunes, 8 de agosto de 2011

La música del zen: entre el koto y Morton Feldman



Una lectora me envía una música que entiende apta para la meditación. Les paso el link para que puedan disfrutarla y, a la vez, formarse opinión propia sobre estas voces angelicales chinas. Quien dice opinión alude a ingredientes como observación y valoración. Pero entonces, ¿puede haber materia "opinable" en algo que parece "evidente" en su utilidad, o al menos "inocuo" en sus efectos?

Aclaro de entrada que esta música me gustó, que me pareció armoniosa y evocativa. Me relaciona de inmediato con algo que estoy leyendo del chino Dai Sijie. La novela se llama El complejo de Di y se desarrolla en la costa sudoeste de China, bastante cerca (si se fijan en un mapa) de la bahía de Ha-Long en el noreste vietnamita que toca China, lugar de la foto que ilustra este post.

Pero a la vez conviene echar un poco de agua al encanto de este vino musical. Algo en la nariz se me frunce siempre que surge el gesto de irse "lejos", a algún remoto rincón "oriental", buscando un sitio físico o emocional apto para mejor acondicionar la actividad meditativa. Es ese mismo movimiento nasal frunciente que padezco cuando algún nuevo miembro de los grupos de práctica me pregunta: ¿hay música durante el zazen? Suelo decir que el zen no tiene nada de extra-territorial (para usar un término propio de Witold Gombrowicz, alusión nada inocente a Transatlántico, novela suya de 1953). El zen no está para nada lejos nuestro. Está tan cerca que lo tenemos en nosotros mismos, a veces tan a mano que nos produce problema: el temor a una excesiva cercanía con lo inmediato, con lo familiar, el terror de un contacto demasiado estrecho con esa vieja, sosa o, al contrario, enloquecedora entidad que llamamos "yo". De allí, a veces, y sin mala intención, ese impulso de tomarse un barco actitudinal e irse lejos, para "allá" (là-bas, dice espléndidamente Roland Barthes, cuando define a su Japón inventado), en ese océano imaginario (¿es la pecera del poema de Fogwill?), en la fantasía de un viaje sin retorno, volverse de pronto apto para el zazen.

Me interesan los pequeños descubrimientos que unos y otros hacen llegar sobre "afinidades" que encuentran entre el zazen que practican y algunos elementos culturales que, de una u otra manera, sienten cercanos, propios: de la poesía, de la pintura, de la filosofía, de la gastronomía, de la vida cotidiana. Aparecen, así, piezas surtidas con nombres más o menos conocidos, pero cercanos al que los propone: Juanele Ortiz, Giorgio Agamben, Marc Rothko, Arturo Carreras, las películas del ruso Alexandr Sokurov, ciertas recetas de Ferrán Adrià. ¿Y cuáles músicas? ¿El adagio de Albinoni? ¿El fraseo de Oscar Peterson? ¿La dizzy atmosphere de Charlie Parker? ¿Los 4'33'' de silencio de John Cage?

Todo lo leal, profundo y sincero de "nuestra" cultura (hablo genéricamente de ese archivo que llamamos Occidente) es en potencia rescatable desde el punto de vista de una "apropiación" del zen en nuestras vidas. Si como suele decirse zazen es toda nuestra vida, y si zazen es experiencia que busca decirse y difundirse, resulta lógico echar mano a lo que tenemos más cerca, a lo que sabemos aquilatar por nuestra propia escucha, lectura, degustación o práctica.

Esto que digo en nada invalida lo que nos llega de lejos (soy el primero en declarar mi gusto por la cultura japonesa). Pero hay que entender que el zen sólo es "oriental", o "japonés", desde un punto de vista histórico (o sea; "mientras tanto": mientras la alquimia del zazen lo re-comience y lo re-naturalice en nosotros). Y que se hace vida en nuestras vidas con la expresa condición de calzar, poco a poco, como un guante, en las coordenadas de nuestra propia existencia, la cual incluye mayor familiaridad con ciertas manifestaciones culturales que con otras. Lo que hace apetecible una música, una poesía, una plástica, un brebaje, una comida, un humito oloroso, nunca debiera ser su origen, sino su comienzo y recomienzo. En cuanto tal, un origen no incluye especial privilegio. Sólo un occidental poco advertido (y quien manda esta música no peca de inadvertido) podría pensar que "lo oriental" es de por sí mejor, para asombro de "ellos", los de Oriente. A la par, orientales incautos suelen ser a su vez los que adjudican cierta superioridad innata a "lo occidental", para inagotable estupefacción esta vez nuestra. Lo que hace que un "factor externo" (cualquiera) sea más o menos apto para nuestra práctica reside en su capacidad (chequeada en/por la ejercitación personal) para alimentar, enriquecer y expandir la existencia. Una existencia, por cierto, que procura tener los pies bien plantados en tierra y que, de a poco, se hace diestra para cazar al vuelo todo lo "ajeno" que valga la pena asimilar, dejando de lado sin remilgos los ecos vacíos de mucho "orientalismo" que circula.

Termino insistiendo: esa música puede haber sido de mi agrado. Pero si alguien (más conocedor de música que yo) hace notar que esa melodía le parece melosa, vacía o tontorrona, entenderé que ha de buscar (y tal vez que he de buscar) otra tonada, u otra poesía, u otra plástica, u otros aromas, tactos y sabores. En suma: otros lenguajes que condigan con la experiencia que sólo cada uno puede a-creditar. Eso tiene de atractivo y de exigente el zen: de a poco nos vuelve hace soberanos, pero nos quiere desde el comienzo ávidos de soberanía.

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