Mientras pasan los días hasta el comienzo de nuevos grupos de práctica en septiembre, me llega mensaje de alguien que no se limita a esperar. Está en lo cierto: una/uno siempre YA está viviendo, pugnando por ser desde ahora aquello que busca o procura ser. Me manda unas briznas del gran Henry Miller de Big Sur, en la California silvestre de los años cuarenta, cincuenta. En recovecos donde roca y oleaje entablan un potente e incesante juego amoroso (como esos que nos lastiman y nos hacen vivir), el escritor norteamericano fue capaz de plantear una escritura vibrante, trasunto de su profundo compromiso con la vida. Por eso nos sigue atrayendo: lo sentimos verosímil y fiable como persona.
De forma espontánea, quienes se orientan por este camino encuentran "ecos del zen", asociándolo con aquello que consideran, o sienten, o leen, como "propio", cercano. Ese gesto anuncia lo que luego la práctica del zazen revelará con creces: el zazen no queda nada lejos. De hecho está tan cerca nuestro que acabamos por descubrir que lo-somos-nosotros, si puedo expresarme así. En su texto Zenki, Eihei Dôgen, fundador de la rama Soto del zen (iniciador de lo que hoy conocemos como zazen, meditación sentada), ofrece dos perlitas dignas del Miller de más abajo: Vida es lo que hago para existir...Y en otro sitio: Yo es lo que la vida hace conmigo.
Vayamos a las citas de Henry Miller, que ella considera letra lanzada al espacio y al tiempo. Con toda razón le suenan cercanas al Fukanzazengi, otro texto de Dôgen que lee en estos días de oleajes de invierno.
Junta todos los panoramas, todas las opiniones, todas las filosofías y no obtendrás una totalidad. La suma de todos esos puntos de vista no compone ni compondrá la verdad. La suma de todos los conocimientos es una confusión mayor. El intelecto se desboca. La mente no es el intelecto. El intelecto es un producto del yo y el yo nunca se puede calmar, nunca queda satisfecho. ¿Cuándo empezamos a saber que sabemos? Cuando hemos dejado de creer que podamos llegar algún día a saber. La verdad llega con la renuncia y es inexpresable. El cerebro no es la mente; es un tirano que intenta dominar la mente.
Con respecto al conocimiento, Miller agrega: ...una vez sabido, una vez aceptado ¿por qué no olvidarlo? Quiero decir, hacer que sea una parte viva de nuestra vida, algo absorbido, asimilado y distribuido por todos los poros de nuestro ser y, por tanto, olvidado, alterado, utilizado con el espíritu de la vida y al servicio de ella.
¿Qué le parece?, se pregunta preguntándome. No me queda sino responder: del todo certero. Del todo nuestro.
viernes, 5 de agosto de 2011
Zen, Henry Miller, Big Sur
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