miércoles, 3 de agosto de 2011

La economía japonesa después de Fukushima

En Japón acaba de darse a conocer un nuevo Libro Blanco de la Economía, correspondiente al año 2011. Dado que el año fiscal comienza cada 1º de abril, el texto mencionado toma debida nota del tsunami del pasado 11 de marzo. En el contexto de la economía japonesa de mercado, esta importante publicación oficial divulga los argumentos gubernamentales en relación con sus movimientos inminentes, tomando en cuenta consensos o acuerdos institucionales (alcanzados o que cabe alcanzar) entre la administración y las distintas fuerzas sociales (centrales patronales, centrales obreras, administración local).
Sin entrar en demasiados detalles, llama la atención la discordancia entre, por un lado, la sensible disminución del PBI, del orden del 1% (equivalente a unos 6 trillones de yenes comparando el último trimestre de 2010 y el primero de 2011) y, por otro, el carácter en exceso general (por el momento meramente advocativo) de las medidas propuestas para paliar el déficit y enderezar la maltrecha economía japonesa.

Diferentes informes independientes (e incluso este Libro Blanco) hacen notar que el impacto del desastre de Fukushima en la marcha de la economía nipona es mucho mayor que los resultantes del terremoto de Kobe (1995) e incluso del huracán Katrina de Estados Unidos (2005).
Aspectos nuevos intervienen en el caso de Fukushima. Por un lado, las compañías eléctricas y nucleares se revelan (a ojos de ciudadanos un poco atónitos) como especies de estados dentro del estado, no dispuestas a hacerse cargo de las responsabilidades que les corresponden por los daños ocasionados en y por las centrales nucleares. Ni siquiera se las ve proclives a dejarse inspeccionar a fondo por la administración central. En este sentido, y aunque se sigue funcionando con criterios de prudencia, al cabo de cinco meses, hay una parte de los daños debidos al tsunami que sigue resultando imposible de evaluar y menos de hacer público. Al mismo tiempo, la política de reconstrucción no parece seguir caminos parecidos a los que indicaban las patrióticas declaraciones oficiales del inicio. Ya existe un Ministerio de la reconstrucción, pero no queda clara la dotación que recibirá: la deuda pública (fenómeno relativamente reciente que contraría las tradicionalmente saneadas cuentas japonesas) abulta demasiado e impide excesivos programas de obras públicas.
A la luz de lo que pasa en diversos países del mundo y en el nuestro propio, se abren dos tipos de políticas, con sus respectivas opciones. Una consiste en centrar todo el esfuerzo en el incremento productivo y, por vía de consecuencia, en la expansión del mercado laboral y del consumo doméstico. La otra, por la que pareciera inclinarse el Libro Blanco, da por sentada una restricción del consumo interno (de inmediato recuerdo el periodo 1995-2009, en el cual residía en Japón; parece que ahora la disminución será todavía más drástica) y una contracción de programas sociales, culturales, de atención al vasto sector de la tercera edad, a la innovación y reforma educativas. Sería lo que se conoce como política de ajuste, enfocada a colectivos con menor fuerza de negociación, al no formar parte de los sindicatos, de la administración o de asociaciones civiles de envergadura.
Es notable cómo en todos los países se cuecen casi casi las mismas habas.

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