jueves, 14 de julio de 2011

Zen: revivir y abrillantar lo familiar

Un tema se plantea a todo practicante que quiere "sacar" el zen de la simple sentada y expandirlo a toda su vida: ¿cómo interviene el zen en la forma de encarar nuestras acciones más repetidas, más conocidas, más cotidianas? Los hábitos (p.ej. la higiene) sin duda nos ayudan ("se hacen" en nombre nuestro, casi en nuestro lugar) y a la vez nos atan (salvo que estemos atentos, automatizan nuestro comportamiento, le quitan swing, debilitan la aguda percepción del "ahora").
Dice con acierto aquel haiku:

Nuestro guía
ya ni mira
las flores de ciruelo
.
Saca a los demás de paseo, pero se muestra incapaz de advertir aquello que de lejos merecería más atención: la belleza violácea del manto que recubre un bosquecito de ciruelos, en pleno campo. ¡Lo ha visto tanto que ya no lo percibe! En realidad nunca lo ha mirado de verdad, o al menos ha dejado de mirarlo, por rutina.

En cambio, todo lo que hacemos (incluso lo que nos parece inevitable, obligatorio, consuetudinario, tedioso) merece pasar una y otra vez (cada vez) por el minucioso registro de la observación. De esta forma, lo más banal se abrillanta y así "se eleva" (diría Yves Bonnefoy) a la condición genuina de lo humano (de mi, de ti, de cada uno). Lo humano se manifiesta en el uso incesante del propio cuerpo. Por eso, cada instante cuenta, cada momento encierra la posibilidad de un pequeño descubrimiento. Lo indica este otro haiku:
Fue estornudar
y se perdió de vista
la calandria
.
Los instantes se repiten, incansables. Y al mismo tiempo, es un hecho que pasan y nos dejan para siempre. La fruición de la vida viene a ser la fruición de todos los instantes que seamos capaces (y dignos) de aquilatar.

¿Cómo una observación así, hecha cada vez desde mi cuerpo, llega a ser panóptica y al mismo tiempo no cae en lo obsesivo? Es aquí donde interviene el zazen, escuela de serena observación de los hechos menudos, que se vuelve independiente del constante recurso a "lo nuevo", prefiriendo "lo vivo". Los sentidos, despertados a base de práctica, se vuelven capaces de advertir cantidad de cosas que pasan.

Hoy estoy haciendo tareas en la cocina: mientras pelo, corto o lavo, escucho una voz, advierto variados reflejos luminosos, ruidos urbanos, se me cruzan pensamientos, presagios o recuerdos, me tironea el músculo trapecio, tengo pie plano: "se" que todo eso "pasa", lo advierto claramente. Pero mantengo una relación fluida con ello, sin clasificar, sin explicar, sin controlar. Simplemente estoy en armonía con lo que por lo visto ocurre (y me ocurre). Estoy aquí, a la vez en alianza y en indiferencia con lo que soy y con lo que me rodea. Mis actos se entreveran con mis percepciones: mientras mi cuerpo cumple con su obligación doméstica, la mente va a su aire, para que multitud de materiales mentales se manifiesten y luego se desvanezcan; se los lleva el aire que entra por la ventana de la cocina. Otros materiales ocuparán de inmediato su lugar: sin duda míos, pero objeto de una observación a (prudente) distancia que me libera de ellos y me absuelve de cargar con su peso.

1 comentario:

  1. Estimado Alberto:
    He vuelto a recorrer este espacio tan acogedor, pleno de experiencias y de conocimiento. Enriquecedor.
    Comparto esta visión que expones y que, efectivamente, de pronto se hace rutina y se nos difuma su valiosa presencia que da cuenta de nuestra permanencia, nada menos.

    Gracias por esta mirada, amigo.

    En esas pequeñas cosas
    repetidamente efímeras
    me reconozco vivo,
    encuentro mi sonrisa,
    como un niño
    su tesoro de asombros.

    Desde "Hojas de Haiku", un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar