En continuidad con ciertas tradiciones del sudeste de Asia, es propio de la cultura del zen que aquello que llamamos vida se asemeje a una representación teatral (drama, draomai: acción) localizada en la persona. Su protagonista es el cuerpo y su predominancia se asienta en una primacía de lo material en el orden de la vida (indiscutible para el zen, el cual aquí se aleja de ciertas corrientes del budismo). El cuerpo es quien, en tanto soporte físico, proporciona el lugar físico del drama en cuestión. Y es quien, en todo momento, contiene y sostiene las funciones que llamamos vitales, asegurando la supervivencia del actor. Entonces, la mente se presenta como antagonista del cuerpo (el término antagonista no alude a una contradicción insalvable; designa escuetamente al partenaire del drama em gentes que es la vida).
La importancia de la mente reside en permitir que se produzca una conciencia refleja de lo que el cuerpo vive en el escenario existencial. En cierta forma, la mente actúa extendiendo certificados de representación: “la mente contiene, advierte la Sutra Avatamsaka, todo cuanto que existe”. O sea: todo lo que una "persona" acredita como existente, y en ese sentido como "real". De modo que es el cuerpo lo que vive de la persona. Y es la mente lo que advierte la vida (sea afirmándola, pero también negándola, o tergiversándola, etc.).
La cultura japonesa acepta la existencia de este doble principio fundante de la existencia. Y acepta, con una mirada realista sobre lo humano, que el lugar de los actores o agonistas nunca está decidido de antemano. El zen muestra que las cosas ocurren justamente al revés. El protagonista a menudo ignora su condición de tal: se deja manipular por su partenaire quien, modificando lo que debería considerarse guión pre-establecido (a saber: la vida desde el cuerpo), se desplaza de forma indebida al centro de la escena.
Conviene precisar. Para el zen, toda vida es anterior a cualquier saber: cuando decide tomar cartas en algún asunto, la conciencia siempre llega tarde; hace tiempo que la persona ya lo venía viviendo. Lo que marca en cada caso el estado y el límite de las relaciones entre cuerpo y mente es un tercer dinamismo de existencia, koto (palabras, habla, lenguaje). En efecto, es lo que la persona dice sobre la representación que (se) desarrolla (en) ella misma lo que puede inclinar la balanza a favor de uno u otro agonista, mente o cuerpo. Cuando se deja intervenir al zen, koto consigue buscar y establecer (o incluso restablecer) convenientes equilibrios entre contendientes que, si se enfrentan, lo hacen en virtud de lo que el zen considera un malentendido (un falso reconocimiento). Así, de acuerdo a una visión zen de las cosas, cuando decimos "persona" (los escritos del zen no reconocen ese término; usan perífrasis irónicas como "mi nombre es ¿qué?", o bien "la cosa") estamos designando un ser vivo establecido, fundado, sobre tres pilares: cuerpo biológico, mente y habla.
Cuando consideramos, a la luz del zen, la extensa historia cultural japonesa, constatamos que son muy cambiantes las relaciones entre las tres bases mencionadas. Y comprendemos la importancia (también la limitación) del aporte del zen: plantear, en teoría y en práctica (con un alcance teórico-cultural máximo, aunque con una adherencia práctica por ahora limitada, vista su difusión todavía escasa), sistemas eficaces de equilibrio entre los tres principios fundantes de lo humano.
Dicho equilibrio es dinámico. Se grafica, de forma elocuente, en el triángulo que dibuja el cuerpo del meditante. Durante el zazen, la anatomía del practicante es la de un barco que navega en el ondular cada vez más suave del océano de su respiración, con la quilla isquiónica clavada en la base de la almohadilla o zafu (barca que, según Dôgen, "transporta al practicante a la otra orilla"), la espalda erecta oficiando de palo mayor, los hombros desplegados como velas al viento, la pelvis o carcasa del cuerpo expandida de forma triangular con asiento en los tres vértices del centro de las nalgas y de cada muslo, máximamente abiertos desde la pelvis.
Para el zen, el hombre en camino, el hombre en práctica, es un cuerpo en camino, un cuerpo en práctica. ¿Por qué el zen "devuelve" al cuerpo (una y otra vez a lo largo de la historia japonesa) su condición de protagonista de la existencia personal? Porque considera que, ya que en el cuerpo reside lo vivo, lo primigenio, sólo en contacto con lo vivo (descubierto y seguido con máxima alerta en el acto respiratorio) puede la persona reconocer una y otra vez el constante renacimiento de su vida, logrando decirla con palabras que lo convenzan, y que con suerte logren convencer a los demás. El cuerpo es protagonista del devenir humano, en tanto y en cuanto deja en claro que la experiencia de lo vivo precede a todo lo pensado (y puede amplificarlo cuando para ello encuentra las palabras adecuadas).
El zen aclara igualmente que lo pensado se vuelve humano cuando adquiere palabras consonantes con la vida que evoca. El zen se atreve a pensar que lo primero que manifiesta lo humano es lo biológico (respiración, indigestión, evacuación, reproducción, secreción). Y sólo cuando lo biológico, que lo acerca a lo animal, se siente debidamente establecido y reconocido autoriza, por así decir, que se produzca el enriquecimiento asombroso de una razón humanizada: no una que tiraniza al cuerpo, o que lo evade, sino otra donde lo especulativo pugna por no separarse de lo emocional.
miércoles, 13 de julio de 2011
Zen: el cuerpo es el escenario de la vida
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