El sábado por la noche estuve viendo la película "El discurso del rey". Independientemente de sus méritos artísticos (¿puede una "academia" discernir adecuadamente los aspectos artísticos de un arte que nos llega básicamente como negocio dotado de tanta rentabilidad?), el trascurso del film de inmediato me llevó a pensar en el patriarca Eihei Dôgen, fundador de la rama Soto, y en su idea de que el camino es algo que se anuncia / enuncia de viva voz, algo que se vocea. La propuesta / respuesta que aporta el zen a la vida de alguien no es factible (ni siquiera imaginable) si la persona no se vuelve capaz de "exclamar", "gritar", "expresar" (todo eso relacionado con: dotoku) la posibilidad de su propia realización.
Me interesaron de la película (emotiva, pero acaso sin el mérito estético que el premio insinúa) tres puntos centrales.
- Una es la valentía del protagonista para aceptar y traspasar el oxímoron de un destino personal de emisor tartamudo (también somos protagonistas tartamudos de la existencia, que por cierto es la nuestra).
- Otra es la serena paciencia de su instructor en foniatría (notemos: plebeyo, meteco, no doctor, no maestro, sin cualificación en títulos y para colmo de modales no muy convencionales) para orientarlo en una nueva práctica, pero sin interponerse en las características de la cultura, las creencias y circunstancias del otro.
- Y, finalmente: "la cura" del royal (en proceso de convertirse en Jorge VI) consistió en una práctica corporal, como parte de la recalificación y de una comprensión diferente del significado de este aforismo que bien podría ser dôgeniano: ser persona es ser cuerpo. Sí, claro, pero ser cuerpo es Om/Ah/Hum, sistema flexible indisoluble de biología, intelecto, capacidad emotiva y destreza comunicativa.
El zen es un camino para volvernos cuerpo, para volvernos humanos. Y tal vez de paso para tornarnos comunicadores de la propia experiencia.
lunes, 28 de febrero de 2011
El discurso del rey
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