martes, 11 de enero de 2011

Zen y poesía

Antes que nada: pido la ayuda de algún amable lector que entienda de blogs. No consigo activar el mecanismo que facilita recibir mensajes en el texto. Algunos saben hacerlo. La mayoría (en la que me incluyo) en cambio no. Si alguien está dispuesto a darme una mano, agradecido.

Vuelvo a mi asunto: Nicolás Schuff manda un texto de Fabián Casas de 2009. Se pregunta, con juicio amistoso y acertado, en qué dicho texto puede ser consonante con lo que este blog plantea sobre el zen. El texto mencionado aparece clickeando: La voz extraña.
Emprendo la lectura de la nota de Casas dejándome llevar por la invitación que supone el subject elegido por Nicolás para el mail que me envía: Zen y poesía. ¿Qué me gusta de lo que dice Casas?

Transcribo este trozo, que encuentro incitante:
Uno nace e inmediatamente es arrullado o conmovido por la voz de nuestros mayores, por la voz cansada de los locutores de tv y la voz matutina de nuestros maestros. Pero, paralelo a estos sonidos, se engendra otro tipo de diálogo. Hay alguien hablándonos desde los comienzos de los tiempos, pero pocas veces intercepta nuestros destinos. Cuando eso sucede, el mundo se convierte en un lugar oscuro y peligroso, donde también está la salvación.
A esto, que voy a llamar la Voz Extraña, no se lo puede definir, pero se lo reconoce. Tiene las características de la poesía. Y a veces se la puede aislar del cuchicheo incesante de nuestro ego. Desde que nos levantamos hasta que nos dormimos, la máquina se pone en marcha y se activa nuestro diálogo interno. Ese diálogo construye el mundo en el que vivimos. Nos dice quienes somos, qué cosas tenemos que conseguir y trata de que lo sigamos al pie de la letra. Quiere que seamos lo que todos esperan que seamos, y que nos reproduzcamos y listo. Una vez conseguido esto, nos abandona con las cuentas impagas y el matrimonio en el horno. Es la Voluntad ciega que está acá sólo para seguir estando y nos hace muy desdichados. Nos hace esclavos.

(el lector puede elegir sus propios retazos).

Luego Casas echa agua a su buen vino (cosa necesaria ante una propuesta tan densa y que necesita cierta dilución reflexiva, que el escritor ameniza con sus andanzas por Boedo) y acaba (¡ay!) dando rienda suelta a cierta vena graciosa que en algo podría opacar su escritura (es raro que opine sobre otra escritura y espero que en este caso no sea visto como descortesía).

Quiero quedarme con el loto que flota y brilla en el estanque. En mi experiencia, esa voz extraña nos afirma en la posibilidad de siempre llegar a ver, a sentir, a percibir, a decidir, aquello que se juega dentro nuestro, y de lo que somos alternadamente autómatas y autores (a la libre elección yo no le llamaría salvación, salvo si es uno el que se salva a sí mismo). Lo que hace a la libertad es decidir en cada caso. Por eso, sólo hay abandono cuando nos abandonamos, sólo hay pérdida cuando nos soltamos de la mano de aquéllo que, al permitirnos respirar, nos autoriza a pervivir. No hay ninguna voluntad exterior que sea en última instancia mas potente que la nuestra. Claro que la nuestra es ciega y lúcida al mismo tiempo, en esa oscilación de nirvana y samsara que caracteriza nuestra existencia: somos luz Y sombra, lucidez Y desvarío, oro Y basura, esclavitud Y redención. De eso se encarga de hablar la poesía (cuando escribo poesía, suele sonar a eso). Pero no es atributo exclusivo de la poesía, es característica de la condición humana. Tal vez Casas apunta a la necesidad de "estar despierto" (eso significa Buda en su acepción adjetival). Si es como digo, su apunte me parecería oportuno.

En lo que respecta al tema de este post, sin embargo, el zen nunca se limita a hablar. Habla recién después de que ha pasado algo. Porque lo que hace del zen algo valioso es que dispone de una herramienta para que "pasen cosas". Ese instrumento es el zazen (meditación zen), escuela de verdad interior, de fortalecimiento personal. Y, luego, de uso bello y creativo del lenguaje. Ojalá tan bello como el de Casas.

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