miércoles, 19 de enero de 2011

Zazen: saltar entre la norma y la propia iniciativa

El blog es un lugar de encuentro e intercambio. Hoy transcribo, sin apenas "edición", el intercambio con un interlocutor frontal y profundo que busca encarar en detalle su práctica. Los dejo con la versión escrita de un toma y daca cuyo sentido pleno de forma necesaria se va completando en un registro oral. En negrita y numerados: puntos que comento.

¿Cómo estás Alberto? Te escribo desde el mar. La última clase del seminario fue justo donde necesitaba ir.
Entre un montón de cosas que dijiste, fue especialmente interesante el recorrido por la filosofía contemporánea "de nuestro lado". Entiendo que lo hiciste para reconstruir una concepción del cuerpo acorde a la del zen, en la línea de Dogen. En particular me inquietó el aporte de Kristeva: forma parte del cuerpo también lo enfermo, lo deforme.
Pero esta forma de sinceridad para con nosotros mismos, que nos lleva a aceptar lo abyecto como parte del paquete de nuestra constitución, (1) ¿qué tipo de frontera mantiene con la actitud que conlleva la responsabilidad de lo que François Jullien llama, citando del pensamiento taoista, "nutrir la propia vida", en un doble acto de preservación y depuración?. (2) ¿Y cómo reconocer esa frontera?
Por ejemplo, yo fumaba y me costó un gran esfuerzo dejar ese hábito. ¿Cómo no pensar que la actitud de (3) aceptar la propia "debilidad" me hubiera llevado a permanecer como fumador? ¿Y cómo no sospechar, a la inversa, que fue justamente mi esfuerzo por combatir (4) esa parte abyecta de mi comportamiento lo que produjo ese cambio sin dudas positivo para el régimen nutricional, digamos, de mi vida?
Es un ejemplo trivial, pero estas cuestiones ponen en duda la manera en que a veces uno aprende a tomarse algunas cosas. Por ejemplo, desde la práctica de hatha yoga, es normal corregir ciertos malos hábitos posturales para "normalizar" el cuerpo siguiendo un modelo anatómico. Pero, (5) ¿hasta qué punto es legítimo corregir, en nombre de un modelo de salud, la postura, los gestos o las disposiciones corporales qe fueron modelando las circunstancias personales de cada uno? Pasa que (6) la vigilancia permanente sobre la propia postura para corregir ciertos vicios y, en definitiva, todo lo que se salga de lo que uno considera la norma, llega a rigidizarse y a interferir en lo que sería una manera más espontánea de vivir o vivenciar el cuerpo.
Esto ya se volvió otra cosa: (7) la relación entre la norma y la propia iniciativa. ¿De qué manera ubicar la propia iniciativa en la norma, o la norma en la iniciativa propia, para llegar a realizar un ejercicio de libertad? O, de manera menos presuntuosa, ¿cómo interferir sobre los propios hábitos a fin de producir un cambio que no se estabilice en la primera figura acartonada que encuentre (sería cambiar un molde por otro) sino que lleve a la permanencia en un verdadero estado de cambio, en conexión íntima con la propia vida?
Esfuerzo y aceptación, no sé cómo acompasarlas para que una no me tense en la persecución extrema de una meta no siempre realizable y la otra no me abandone a un estado mórbido de progresivo adormecimiento...

Se trata, sin duda, de una reflexión llena de ángulos y de posibilidades abiertas. Voy por puntos.

1) El zazen reconoce fronteras, es cierto, pero intenta no contribuir a establecerlas. Más bien se sirve de lo que en ciencias políticas denominan fronteras porosas (por ejemplo entre estados), las cuales aceptan la contigüidad física como un hecho positivo y permiten que ambos lados desarrollen sus propias características en continuidad con el territorio aledaño. De forma que la frontera se vuelve incierta, perdiendo parte de su utilidad. El problema deja de ser definir una repartición entre ambos lados, para volverse una revisión del ángulo desde el cual miramos nuestra vida ¿Y si nuestra vida incluyera ambos lados de la frontera? ¿Y si el territorio interesante fuera el que combina elementos de los dos estados? Es la pregunta que desde hace décadas se hacen, por ejemplo, los gibraltareños, tironeados entre las exigencias de España e Inglaterra: se están volviendo singulares a fuerza de querer ser (y no ser) a la vez (o consecutivamente) hispanos y británicos.

2) Es vano intentar reconocer la frontera desde el territorio estático de la reflexión abstracta. El hecho fronterizo (que no es simplemente una línea trazada sino un fenómeno en movimiento) se calibra mejor desde el vaivén creado al transitar un puente, el que se establece entre ambos términos, justamente gracias a preguntas planteadas. El tránsito es la respuesta. Respuesta es la experiencia de transitar entre lo que uno imagina ser (y las palabras que emplea para significarlo) y lo que es en realidad (aunque el hecho nuevo tropiece con palabras antiguas, lo que no deja de ser un obstáculo).

3) Antes de ser práctica y discurso (o sea: experiencia de conocimiento), el zen presupone cierta orientación ética (o sea: la búsqueda de un estilo de vida que evite al máximo lesionar lo humano). Aquí valen los ejemplos: ¿cómo podrían "ser zen" ejecutivos que sólo buscan instrumentos para conseguir buenos contratos y superar contrincantes (ver: El zen y el arte de la negociación)?; ¿y qué tiene que ver con el zen el intento de usarlo para mejorar la eficacia en artes de guerra que de veras matan (ver: kamikazes con libritos de Suzuki en los bolsillos durante sus vuelos de la muerte)?; ¿o qué le queda "de zen" a la práctica que sólo busca un disfrute narcisista de lo estético (recordar cierto estilo que a menudo se adjetiva como minimalista)? Previo a toda "vida zen", brota espontáneamente el impulso de sanear los hábitos personales. Por ejemplo, dejar de fumar (supongo que nos estamos refiriendo del canuto para arriba), cuando eso se transformó en una adicción. Evitar cualquier forma de engañarse (con satisfacciones falsas o perecederas) o engañar (mediante cualquier tipo de manipulación de si mismo o de los demás), por acción o por omisión, forma parte de las previas de toda "vida zen".

4) Lo abyecto no se combate. Simplemente se acepta y se traspasa. Porque la abyección de que habla Julia Kristeva -y que reconoce desde siempre el zen- no es "perversión" (lo que se considera desviado) sino "bajeza" (lo que uno mismo considera vil). Abjectus significa bajo, humilde; viene de abjicere, que es echar abajo, arrojar y enfatiza lo abyecto como proyección personal sobre la realidad, una lectura o interpretación delatora de cierta auto-conmiseración. En cuanto maya (ilusión) sí que conviene abstenerse de lo abyecto. Pero el zen no "combate"; en todo caso elude, hace fintas, evita. Igual que la terapia sistémica -que en nuestros días parece inspirarse en él-, el zen contribuye a cambiar nuestro punto de vista sobre las cosas: mirar lo mismo como nuevo, revivirlo de o
puro renovarlo.

5) ¿Hasta qué punto uno puede llegar en la intervención sobre uno mismo? Hasta el punto medio, el propio, el personal, el dictado por la experiencia. En palabras corrientes (y que necesitarían más precisión): se trata de llegar hasta el punto que supone mayor pacificación emocional, mejor superación de la neurosis obsesional, y con ello más intenso contentamiento y hasta confort. Todo lo que contribuya a la desobsesión equivale a orientarse hacia ese punto (móvil y por demás inasible).

6) El zazen nos hace pasar de la "vigilancia permanente" a la, usando palabras del soto zen, máxima alerta sin objeto.

7) Usando términos habituales en la psicología moderna, digamos que todos alimentamos algún tipo de neurosis. Dicho como un mal chiste, es un rasgo que a todos nos hermana como humanos. Pues bien, hay un punto nodal en cada neurosis (en general centrada en un temor). Por ejemplo:
- la angustia de que no me devuelvan el afecto ofrecido
- el miedo a que algo o alguien dañe mi cuerpo
- la vergüenza de no saber, de no comprender
- la desconfianza respecto a uno mismo
- la obsesión por hacer las cosas bien.
Podrían ponerse mil ejemplos. Que cada uno elija el suyo.

A partir de allí, la relación entre la norma y la propia iniciativa mejor no establecerla buscando previamente un razonamiento correcto o una metodología "llaves-en-mano". El zen invita a enfrentar y a observar la propia neurosis. Con entereza y serenidad. Como quien dice: tranquilamente. Y contribuye a aceptarla (dejándola tranquila, como parte del propio paquete de humanidad), pero sin dejar de atravesarla (consiguiendo que nos deje tranquilos, cada vez más, aunque suene a charada).

Como mi interlocutor agregaba en un segundo mail, sobresalen estas palabras de Clarice Lispector: "Lo complicado era que el médico parecía contradecirse cuando, al mismo tiempo que le daba una orden precisa, que ella quería seguir con el celo de una conversa, también le decía: Abandónese, haga todo lentamente, no se esfuerce por conseguir las cosas." Esa es un poco la cuestión.

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