lunes, 20 de diciembre de 2010

22/12/10: Un vividor mira a las mujeres (Emiliano Orlante)

Notas sobre el Libro I de Amores de un vividor de Ihara Saikaku
Una aproximación al contexto de su producción

Amores de un vividor u hombre lascivo y sin linaje se constituye, en cierta forma, oponiéndose o parodiando a la estructura del Genji Monogatari. En este sentido, el traductor Antonio Cabezas García plantea una analogía entre los personajes de Genji e Yonosuke, de Amores de un vividor; sin embargo, esta comparación tiene como objetivo central resaltar las diferencias entre ellos. Si bien ambos textos exploran la vida amorosa de sus personajes, esta, como veremos, responde a ideales históricos sociales contrapuestos. Mientras Genji sigue un ideal cortesano pulido y amanerado, Yonosuke se sumerge en el decadente mundo cortesano signado por el intercambio -en este periodo, la prostitución y las geishas comienzan a tomar un lugar preponderante dentro de la esfera del entretenimiento-. En la época en la cual se desenvuelve este último personaje, la burguesía constituía una clase social que no tenía acceso a la administración política ni voz en los consejos de los samurái. Estaban al margen de cualquier aspiración a la categoría de noble, los chōnin, como era llamada esta clase social, “no podían mostrar interés alguno por las cuestiones del estado. Su cultura se nutría principalmente de la búsqueda del placer.” (Hall, 1980: 206)

El texto de Saikaku se inscribe en el período histórico denominado “era del sogunato Tokugawa”, que se inicia a partir del 1600 aproximadamente y se extiende hasta 1868 (Restauración Meiji). En este periodo, el gobierno se traslada a Edo (actual Tokio) y cierra el circuito comercial de las importaciones, salvo contadas excepciones. Esta cerrazón tuvo sus implicancias sociales y políticas, también, ya que produjo una rigidez institucional, obteniendo como resultado un Japón extremadamente disciplinado y dividido en castas. Sin embargo, este aislamiento produjo cierta prosperidad económica, debido a que el Japón ahora tenía que explotar sus propios recursos y generar una producción considerable para su población, que ya comenzaba a crecer en torno a la capital.
Edo, que se formó alrededor del amplio conjunto de las residencias de los daimios y los distritos samuráis, pasó a ser la mayor del país (superando a Osaka y Kioto) generando al tiempo una red nacional de carreteras y canales navegables que comunicaban con las distantes ciudades-castillo de los daimios . Esto condujo, como anteriormente mencionamos, al desarrollo de una nueva clase burguesa, los chōnin, formada por artesanos y comerciantes que atendían las necesidades de daimios y samuráis en las ciudades. Desde un plano moral, los samuráis desarrollaron una cultura enfocada en la filosofía y el saber clásico, incorporando los valores militares del bushi, dando como resultado el bushidō, el “camino del guerrero”. Por su parte, la nueva clase burguesa desarrolló una rica cultura del entretenimiento referida principalmente a cuestiones sentimentales, cuyo ideal llegó a ser el “mundo flotante” [Ukiyo-e], el mundo de la elegancia y la diversión popular. Por otro lado, a imitación de los samuráis, en el plano moral, los chōnin aspiraban a alcanzar en la práctica del comercio las cualidades de diligencia, honestidad, honor, lealtad y frugalidad del bushidō, en lo que se ha dado en llamar el chōnindō, el “camino del chōnin”.

De hecho, durante este período de desarrollo comercial, por primera vez la literatura llega a las masas urbanas gracias a la imprenta que llegó a Japón desde Europa y Corea. Debido a este florecimiento comercial y a la institución de un gobierno militar bajo la figura del sogún , la clase cortesana y los distintos clanes de guerreros comienzan a ser desplazados, desde un plano socioeconómico, por una incipiente burguesía basada principalmente en la producción artesanal, y desde el espectro político, por el mismo sogún.

En la era Tokugawa, los escritores mayormente ya no son cortesanos, como en el período de Heian (Kioto), ni bonzos, como en la era samurái; son, más bien, de extracción burguesa. Tal es el caso de Ihara Saikaku (1641-1693) quien, siendo de origen comerciante, delegó el negocio familiar a un hombre de su confianza para poder viajar por el Japón y dedicarse a la escritura de ese “mundo flotante”, mundo de diversión de la clase comerciante, chōnin, de Edo, Osaka y Kioto principalmente.

• Algunas apostillas críticas sobre el texto de Saikaku

Si bien la clase comercial había crecido enormemente durante el sogunato Tokugawa, esta no podía ejercer ningún tipo de decisión dentro del plano político debido a la rigidez institucional y social que el mismo sogunato imponía. Al no tener canales posibles para su inserción política, reservada a los daimios, el desarrollo de esta clase comercial se focalizó puntualmente en el plano cultural y de la diversión [Ukiyo-e], y, por supuesto, en su continuo y progresivo desarrollo económico.

Sin embargo, Amores de un vividor nos arroja un personaje –Yonosuke¬– que, analizándolo con detenimiento, muestra un componente dialéctico: arrojo a los placeres / intervención en el mundo. En este sentido, Yonosuke, por un lado, y del modo más evidente, es un púber que tiene como objetivo la búsqueda del placer en ese “mundo flotante”, la satisfacción de sus deseos carnales es una cuestión de suma importancia para nuestro protagonista, de hecho podría considerarse su leitmotiv. Sin embargo, y al mismo tiempo, también actúa interviniendo dentro de ese mundo del puro placer, que tiene como protagonistas a cortesanas trabajando a disgusto o por necesidad, haciendo que los demás personajes cambien su modo de vida, como la cortesana del barrio de Shimoku-machi, o puedan desprenderse del agobio que puede también provocar “el mundo flotante”, caso de la prostituta de Yasaka, más si no hay posibilidad de cambio.

A la edad de 11 años, Yonosuke, acompañado por Sehei, llega al barrio de Shimoku-machi de la ciudad de Fushimi. Allí, en una casa de té, una joven y grácil muchacha le llama su atención, a pesar de su aspecto realmente pobre y de su indiferencia en conseguir miradas. Pudiendo dejarse atrapar por los placeres del mundo flotante, “Yonosuke se aferraba a la idea de que aquella mujer debía de estar dotada de muy buenas cualidades” (Saikaku, 1983: 21) y, tras un diálogo con ella, comienza a investigar su procedencia. A pesar de que la joven trató de ocultar su linaje, Yonosuke da con su familia, que era de guerreros ¬–samurái–, noble por cierto, y logra su reconciliación.

En este suceso, puede verse claramente la acción interventora de Yonosuke, porque no solo reconcilia a una familia noble fracturada, sino que, al mismo tiempo, esta joven que vivía en condiciones de pobreza puede ascender socialmente. En este episodio, la movilidad social de la muchacha está impregnada de una atmósfera positiva, ya que posee características beneficiosas, provechosas, hasta para los nobles con poder. De hecho, gracias a este ascenso social una familia samurái recompone lazos y hasta podría ganar, en un futuro, descendencia con el retorno de su hija.

Tras esta acción, el burgués se erige no solo como líder por excelencia, sino también como el liberador de la rigidez social imperante en el sogunato. De esta manera, Yonosuke, al restituir rangos perdidos y al otorgar cierto movimiento a elementos y sujetos sociales que parecían inmóviles, traza de modo crítico una alternativa más al “camino del chōnin”, una alternativa de toma de decisión.

Pero como mencionamos anteriormente, solo las familias samurái más poderosas tenían carácter noble e incidencia en la administración política. En este sentido, Yonosuke, por más acción interventora que demostrara, carecía de legitimidad que avale su actuación. Sin embargo, en el último episodio del Libro I, más precisamente en la casa de té de Yosaka, al tratar con la sirvienta de aquel lugar, esta equipara a Yonosuke con un príncipe. De este modo, nuestro héroe adquiere esa legitimidad necesaria para avalar su accionar.

En este suceso, que ocurre cuando Yonosuke tiene 13 años, la cortesana de la casa de té tiene un trato bastante informal con nuestro joven protagonista, tal es así, que él se siente desairado en un par de oportunidades. No obstante, tras dialogar e intimar con ella, esta rompe en llanto y cambia su actitud para con él. De hecho, cambia de registro al hablar con él , ya que lo coloca a la altura de un príncipe con el cual mantuvo un romance en el pasado.

“Su figura [la del príncipe] en aquel momento era exactamente igual a la vuestra de ahora.” (Saikaku, 1983: 32)

Así, en Yosaka, Yonosuke adquiere la legitimidad que necesitaba en lo político al ascender, aunque sea en el plano del discurso, al estatus de noble. Ahora, con su título nobiliario, que le permite incidir sobre la vida política, sus intervenciones cobran mayor envergadura y promueven una movilidad y cambios que trascienden “al mundo flotante”, ya que, como hemos visto, toca a los sectores samuráis.

En este sentido, la imposibilidad de los chōnin de ocupar lugares de toma de decisión en la vida política concreta, reservados solo a la clase noble, aparece anulada dentro del texto de Saikaku. De hecho, Yonosuke, claro exponente de esta clase social, interviene materialmente dentro del mundo del placer, otorgándole movilidad a los sujetos que parecían estar atrapados en él. Desde ya, que el personaje de Yonosuke no tiene la osadía ni la rebelión de un Prometeo , sin embargo, en este vagabundeo por el mundo de la diversión y en su continua intervención pueden apreciarse las necesidades políticas o de injerencia latentes de una clase comercial que, pese a su gran desarrollo, se encuentra contenida por la rigidez institucional del régimen militar del sogún.

Bibliografía:
- Braudel, Fernand, Las civilizaciones actuales. Traducción de J. Gómez Mendoza y Gonzalo Anes. Madrid: Tecnos, 1978.
- Hall, John Whitney, El imperio japonés. Traducción de Marcial Suárez. Madrid: Siglo XXI, 1980.
- Saikaku, Ihara, “Libro I”. En Amores de un vividor. Prólogo, traducción y notas de Fernando Rodriguez Izquierdo. Madrid: Alfaguara, 1983.
- Saikaku, Ihara, “Libro I”. En Hombre lascivo y sin linaje. Prólogo, traducción y notas de Antonio Cabezas García. Madrid: Hiperión, 1982.

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