lunes, 20 de diciembre de 2010

23/12/10: “¡Morir..., dormir! ¡Dormir!...¡Tal vez soñar!” (Andrea Donnini )

La muerte de la percepción en “Un sueño profundo”

“… el simple hecho de estar junto a él me
provocaba una terrible sensación de soledad .”

Terako, la protagonista de “Un sueño profundo”, de Banana Yoshimoto, sabe situar el nudo de su conflicto (caer en el sueño profundo del título) en una situación concreta: “¿Desde cuándo me duermo así cada vez que estoy sola?”1. La soledad es el término que abre el juego del texto. La compañía es soledad, el deseo es soledad, el amor es soledad. La vida es esa soledad de la que sólo el sueño puede ayudar a escapar.

Terako está de novia con el señor Iwanaga, de quien no sólo la separa la distancia de llamarlo “señor” sino también el hecho de que él esté casado con una mujer que quedó en estado vegetativo después de un accidente. Es decir: Terako duerme profundamente por horas y horas olvidada del mundo, mientras que la esposa de su novio duerme el coma en el hospital. El señor Iwanaga lo sintetiza (¿ironiza?) en la nota que le escribe al dejarla durmiendo sola en el hotel: “Parece que todas las mujeres que hay a mi alrededor están dormidas” (pág. 55). Ambas mujeres duermen y él se mantiene en un agotador desdoblamiento de marido/viudo-amante.

¿Para qué el sueño? Para olvidar, para protegerse de una realidad hostil. Después de la primera noche juntos, antes de que su novio la devuelva a su casa después del fin de semana compartido, la protagonista es devorada por la angustia. Se piensa regresando a su vida single, sola en su departamento:

“Iba encogida, como si hubiera ido sumergiéndome en las luces que se sucedían frente a mí. No sé por qué me sentía tan sola. El había estado tan cariñoso como siempre (…) Pero el miedo no desaparecía. Tenía la sensación de que estaba congelándome.” (pág. 45)

De pronto llega la respuesta, que será obviamente el sueño:

“Los instantes que debían de haber sido los más odiosos, los más tristes, se habían desvanecido en el
olvido. ‘El sueño es mi aliado’-me dije.” (pág. 46)

Pero aquí ya regresamos a la primera objeción de la frase inicial: Terako no duerme cuando está sola, sino cuando se siente sola. Y esto resulta equivalente de afirmar que Terako duerme indefinidamente. En un primer momento, una especie de sexto sentido la hace despertar ante la llamada telefónica de su novio. Con el correr del tiempo, ese novio comienza a verse cada vez más viejo, más cansado, más desdibujado. Y esa misma metamorfosis le hace perder el lugar de privilegio. Terako sigue durmiendo ante los llamados de Iwanaga. No vale la pena despertarse.

“Porque él mismo está tan exhausto que ni siquiera desearía casarse conmigo enseguida (…) Durante el
año y medio que llevamos juntos, él ha ido envejeciendo de prisa, sin que yo haya podido impedirlo.” (pág.47)

El texto nos ayuda a situar el origen de este horror a la soledad. Su padre trabajaba en una oficina; su madre, trabajaba como entretenimiento en un bar. Los adultos se encontraban demasiado ocupados para hacerse cargo de la hija única que permanecía sola en la casa familiar:

“La casa era demasiado grande para una niña y me acostumbré a dormirme en un visto y no visto. Una vez que se habían apagado las luces, los pensamientos que acudían a mi mente eran demasiado dulces, estaban demasiado llenos de soledad, y yo los odiaba. No quería que empezara a gustarme la soledad. Y, por lo tanto, me dormía en un santiamén.” (pág. 44)

Soledades compartidas las de esta pareja que casi no habla, tiene a veces sexo, pocas veces duermen juntos y, en ningún caso, tienen un plan a futuro: el vínculo de la protagonista con su novio no estaría exento de un componente sexual, pero la sexualidad habla sólo de los cuerpos y no del amor. Cada vez que pueden pasar la noche juntos hay intimidad pero la protagonista no siente deseo sino miedo por lo que ella llama “fin de la noche”:

“Lo único que he tenido en claro desde el principio es que este amor se sostiene en la soledad. Entre tinieblas desiertas que parecen brillar, yacemos los dos, mudos, sin lograr sustraernos al hechizo. Esto es el ‘fin de la noche’.” (pág. 17)

“Al volverme, vi que él me estaba mirando con los ojos abiertos de par en par. ¡Uf! Otra vez el ‘fin de la noche’- pensé de inmediato”. (pág. 53)

Junto con la esperanza existe la duda de que realmente “eso” sea amor:

“Si alguien me asegurara que lo nuestro es auténtico amor, sentiría un alivio tan grande que me postraría a sus pies.” (pág. 13)

El tercer vértice en el triángulo de estas mujeres que duermen debe ser adjudicado a Shiori, amiga y ex room mate de Terako quien se ha suicidado recientemente. Ella también tiene una relación curiosa con el sueño: no puede dormir de noche ya que su trabajo consiste en ofrecer el servicio de “sueño compartido”. Ella debe velar en la intimidad de la cama compartida el sueño de quienes están exhaustos por algún dolor o angustia. Tal situación, en algunas ocasiones, genera tal conexión con sus clientes que Shiori llega a tamizar a través de sus propios sueños las angustias ajenas:

“Cuando duermes al lado de una persona tan cansada, empiezas a acompasar tu respiración a la suya y (…) es posible que acabes inhalando toda la negrura que hay en su corazón. (…) Sueños donde estoy en un barco que se está hundiendo, sueños donde pierdo las monedas que he ido reuniendo poco a poco…” (pág. 27)

Shiori es una profesional de este servicio y la cama se ha vuelto símbolo del trabajo y para poder descansar ha colgado una hamaca en el living de su casa. Sin haber dejado una explicación, se suicida con una sobredosis de somníferos.

Terako se ha vuelto “una mujer sin palabras” (pág. 37) y no resulta extraño que las mayores declaraciones de este personaje provengan de monólogos interiores, diálogos mudos. ¿Qué decirle al novio exhausto? ¿Cuáles eran las palabras correctas para la amiga suicida? No hay posibilidad de comunicación en un diálogo de almas dormidas, más bien almas muertas.

“Oye, tú quieres involucrarte al máximo en todo esto, ¿verdad? Tú quieres continuar al pie del cañón hasta el último momento y que ellos sigan dependiendo de ti, ¿no es así?” (pág. 34)

“Tenías toda la razón, Shiori. Últimamente tengo la sensación de entenderte. Al dormir a su lado como si fuera una sombra, quizá acabe haciendo mío su corazón como si absorbiera las tinieblas.” (pág. 49)

La desesperanza que signa toda esta primera parte del texto no deja espacio para la tópica tradicional que habitualmente puede encontrarse en los textos de la autora. Los momentos casi sagrados donde podría despertar el aware están contaminados por el vaho, el sopor, el sueño mismo que bloquea los sentidos. No hay mujo porque no hay valor del tiempo presente, no hay contemplación. No existe la delicada impermanencia porque la impronta cotidiana de la soledad gana la partida y bloquea la temporalidad. En
esta parte del texto sólo puede observarse un resto diurno que nos lleva al Genji Monogatari al relacionar las historias de amor con la superstición y la aparición de fantasmas ((Resulta imposible desarrollarlo en este momento, pero es interesante la manera en que todas las visiones de las dos terceras partes de la novela se encuentran desdibujadas por el vaho, o bien por una niebla o nubes. Me es imposible confrontar con el texto original en japonés, pero al menos la traducción propuesta por Tusquets sugiere una consistente red léxica para sostener esta lectura:
− pág. 55 “… pesadas nubes invadieron mi campo visual…”
− pág. 56 “Envuelta en la pálida luz que penetraba por la ventana, infinidad de veces estuve a punto de cerrar los
ojos”
− pág.56 “El cielo nublado de fuera fluía hacia el interior de la habitación e invadía mi encéfalo”
− pág. 59 “Los colores de las figuras de los animales parecían velados”
− pág. 62 “… sólo la fría niebla que flotaba envolviendo el parque y borroneando mi campo visual”)).

Terako ha dormido más de la cuenta, está aterrada, no logra comprender el paso de ese tiempo que ella deja morir mientras duerme. Escapa a la plaza. Tampoco hay espacio para una naturaleza nocturna de verano: la niebla devuelve imágenes veladas y el pánico impregna todo (pág. 58-9). De pronto una muchachita más joven se acerca a preguntarle qué le sucede y le ordena que busque un trabajo, que se ponga en movimiento. Es el fantasma de la esposa de Iwanaga. Ella conoce de parálisis y sueño: es la única autorizada a exigirle que se ponga en movimiento ya mismo. Ella todavía puede hacerlo.

“-Te compras un periódico y miras en las ofertas de empleo. Te buscas un trabajo, auque sea por un corto período de tiempo (…). Un trabajo en el que debas estar de pie y mover los brazos y las piernas. Hazlo. Es que no puedo ni mirarte. Si sigues así, llegará un punto en que todo sea ya demasiado tarde. Y eso me da miedo (…) tengo la sensación de que eres la única que está así por mi causa. Lo siento. Perdóname. Sabes quién soy, ¿verdad?” (pág. 62)

Así como la dama Rokujô se desdoblaba, voluntaria o involuntariamente, para dejar su marca de odio por el desamor de Genji en Aoi ((En el capítulo 9 (página 232 de la edición de Atalanta) se detalla el encuentro de Genji con el espíritu que provocó la muerte de Aoi: “La voz y la actitud no eran las de la dama, sino las de otra persona. Tras superar su asombro, Genji comprendió que estaba en presencia del Refugio de Rokujò. Ay, lo que él había rechazado hasta entonces, considerándolo un rumor malintencionado difundido por ignorantes, resultaba ahora patentemente cierto, y comprendió de pronto que tales cosas de verdad sucedían.” )); o en Murasaki ((Ivan Morris en El mundo del príncipe resplandeciente presenta este encuentro de Genji con la dama Rokujô (págs. 190-191):
“Una vez que el espíritu estuvo totalmente dominado (mediante encantamientos y ensalmos del exorcista), habló así:’Tengo que comunicarle algo sólo al príncipe: Que todos los demás se marchen (…) Me has acosado sin piedad durante todos estos meses con tus plegarias y hechizos, y había pensado en pagarte tu crueldad con la misma moneda”), de esta forma pero desde la comprensión benevolente, el fantasma de la esposa se personaliza frente a Terako (ya que, en tanto fantasma ha sido siempre una presencia en la cabeza de la protagonista durante cada encuentro con el señor Iwanaga)). Aquí tenemos al fantasma o espíritu
benéfico. Ella le marcará el camino de la acción. Debe volver a trabajar y a ponerse en movimiento. Aunque tal plan carezca de objetivo, aunque desprecie el dinero ganado porque Iwanaga le deposita cada mes una cifra suculenta en su cuenta bancaria. La vuelta a la productividad señala el inicio del efecto dominó que permite volver a ver claramente:

“¡Ah! Me siento como si acabara de despertar: es todo tan bello, tan límpido que casi me asusta.” (pág. 74)

“… me sentí feliz al poder contemplarlo todo con un espíritu tan claro.” (pág. 74)

Desde este momento Terako despierta nuevamente a la vida y la prosa retoma los lugares de la tradición. Hay contemplación, emoción, disfrute del instante porque podemos reconocer la acción y el paso del tiempo. Es decir, una vida que se inserta en una temporalidad pasajera y efímera, y por eso tanto más conmovedora en la vivencia del aware:

“La muchedumbre andando a través de la noche, la luz de los farolillos de papel dispuestos a lo largo de las arcadas, la línea de su frente que levanta expectante hacia lo alto mientras aguarda el inicio de los fuegos artificiales, allí de pie, azotado por la fresca brisa. Al pensarlo, todo parecía tan perfecto que, de improviso, se me saltaron las lágrimas.” (pág 74)

El cierre de la novela presenta el regreso a la percepción, perdida o anulada por la angustia y la soledad:
“-Oh, ¿los has visto?¡Se han visto sólo un segundo!
El pequeño haz de luz que se extendió de pronto por el cielo transparente de la noche quedaba tan lejano que costaba creer que aquello fueran auténticos fuegos artificiales. (…) Sentíamos un cariño especial por
aquellos diminutos fuegos que asomaban intermitentemente por el flanco del edificio y, con los brazos entrelazados con fuerza, nos quedamos esperando una eternidad, con el corazón palpitante, a que estallaran los siguientes cohetes”. (pág. 75)

Los fuegos artificiales que contempla Terako con el corazón estrujado por la escena y por el amor que siente por el hombre que la acompaña, podrían ser el perfecto ejemplo de la impermanencia, de la belleza efímera. Puro mujo, que aquí podríamos considerar una revancha vital.

No obstante, al ver el mortal sufrimiento del que has sido presa, no he podido sino apiadarme, pues incluso ahora,
cuado me veo reducida a esta desdichada situación, conservo los sentimientos que tenía cuando estaba viva. No he
podido cerrar los ojos a tu pesar, y así finalmente me he manifestado, aunque hasta ahora no tenía intención de
hacértelo saber’. Mientras las palabras abandonaban la boca de la médium, las lágrimas escapaban de sus ojos y su
cabello desordenado le caía en cascada sobre al cara. Genji estaba seguro de que se había encontrado antes con aquél
espíritu.”

Bibliografía consultada:
De Mente, Boyé L., Elements of Japanese design, Tuttle Publishing, Vermont, 2006.
Koren, Leonard, Wabi-sabi for artists, designers, poets & philosophers, Stone Bridge Press, Berkeley, 2008.
Notas de clase del seminario “Fundación de lo femenino en la literatura japonesa”, 2010.

Bibliografía citada:
Morris, Ivan, El mundo del príncipe resplandeciente, Atalanta, Girona, 2007.
Shikibu, Murasaki, Genji Monogatari, Atalanta, Girona, 2005.
Yoshimoto, Banana, Sueño profundo, Tusquets, Buenos Aires, 2007.

0 comentarios:

Publicar un comentario