martes, 14 de diciembre de 2010

16/12/10: De un galán japonés (Lorena González)



EL GENJI MONOGATARI COMO EDUCACIÓN SENTIMENTAL
Las características del mundo del que proviene Murasaki, nos permiten ver a la Historia de Genji (en japonés: Genji Monogatari) como una educación sentimental. En tanto las características del mundo del príncipe Genji son tan complejas en términos de establecimiento de relaciones, de exaltación de la belleza, de formas de sentir la naturaleza y de percibir el paso del tiempo. El ritmo que va marcando Murasaki en la novela nos lleva a ver un mundo plagado de belleza, que sólo es posible por el detenimiento en el detalle y la apreciación de los instantes. Podríamos afirmar que lo que nos hace reconocer a la cultura japonesa, es su modo de representar el mundo, en el que crea una estética que, en palabras de Octavio Paz “se alimenta de su propia sustancia” . Es un universo de significados y de signos, que no ha sido de fácil comprensión para Occidente. El Genji Monogatari se muestra como una de las más importantes manifestaciones, de la estética y la emotividad que caracteriza al Japón.

El sentido de elegancia, simplicidad, armonía, sutileza, transitoriedad, impermanencia, melancolía y hasta conciencia de la decadencia que aporta el zen se infiltran por sus más ínfimos intersticios, llegando así a configurar un nuevo sentir estético y una contemplación de la naturaleza basada en la atención por el detalle, por la delicadeza de las simetrías y asimetrías de los seres más pequeños, de los que poseen vida y los que no. El trabajo de Murasaki, es en sí mismo, muestra de este espíritu que tiene la capacidad de ver y sobre todo de mostrar la belleza de las cosas, no por lo que podrían significar o simbolizar, sino por lo que son, sin pretensiones filosóficas. Mediante el zen se hace una valoración de la vida, y la posibilidad de sentirla en la contemplación profunda de la naturaleza que circunda.

El maestro zen Daisetz Suzuki (1996) dice: “Quizás una de las características más notorias de los japoneses sea su capacidad para reparar en las pequeñas cosas de la naturaleza y preocuparse por ellas”. (pág. 166) Es precisamente en la atención por el detalle que Murasaki descubre la universalidad de las emociones y sentimientos. Ver al Genji Monogatari como una educación sentimental es tratar de comprender la constelación de sentimientos detrás de los detalles que se esconden en la percepción del paso del tiempo, y el establecimiento de las relaciones humanas, dados desde la óptica femenina. Este discurrir de la existencia marca en los personajes de la novela el ritmo de su sentir. Las estaciones son las que imprimen en muchas ocasiones el ánimo, así como rememoran fácilmente el sufrimiento o la felicidad del pasado. En la novela hay un fluir constante del tiempo, en algunas de las escenas podemos encontrar la unión del pasado, presente y futuro. Una fiesta de primavera, que incluya algunas danzas y concurso de tankas, llegan a ser disfrutadas en su belleza, al mismo tiempo ser excusa para recordar nostálgicamente el pasado y al mismo tiempo, la vivificación de la esperanza del futuro. De esta forma, los personajes están constantemente ante una conciencia muy viva del paso del tiempo que permite al lector la sensación de ser parte de este mundo narrado. De estar transitando sólo una vez por esta vida.

El paso del tiempo invisible, silencioso, pero determinante para la vida, las acciones y sentimientos de los personajes de la novela. A los que la conciencia del tiempo lleva indefectiblemente a una sensación de impermanencia, de evaporación de la felicidad y de la vida. Les da un hálito de nostalgia del pasado y el sentido de que todo está en una constante decadencia, todo tiende irrefutablemente a perecer y el único destino seguro es la sucesión de la vida sobre las cenizas de otra vida. La eterna movilidad del mundo que nos rodea, el cambio sobre el cambio, crea la percepción de que sólo el momento vivido, tiene validez y que el instante de felicidad o tristeza que se esté pasando, es eterno. Las estaciones marcan profundamente las acciones de los personajes, pero no sus sentimientos, pues son estos más bien lo que moldean a la naturaleza circundante. Carlos Rubio cita a Ikeda en Claves y textos:

“En cuanto a los temas, ya se ha indicado el sugerido por Ikeda: la metáfora del destino humano. Pero las peripecias que jalonan ese destino están impregnadas de una conciencia de decadencia y pesimismo que se agudiza en la medida que avanza el libro” Rubio, Página 419

Siguiendo a Ikeda, vemos que este destino está ligado a que la contemplación y el descubrimiento del trabajo que hace el tiempo en la vida humana. Esto es lo que produce en los personajes los sentimientos de nostalgia, remembranza, y pesimismo que los hace ver la irrealidad de todo. Lo que luego lleva irremediablemente a la creación de la conciencia de la existencia y su devenir, el destino fatal de todos los hombres y mujeres, la irrealidad de lo aparente, la transitoriedad de la belleza, de la plenitud de un paisaje o del perfume de la primavera o el calor de un amante. Octavio Paz en su ensayo, “tres momentos en la literatura japonesa” realiza esta interpretación del tiempo en el Genji Monogatari:

“La conciencia de la irrealidad del mundo y de nosotros mismos nos lleva a darnos cuenta de que también el tiempo es irreal. Nada existe, excepto esa instantánea conciencia de que todo, sin excluir a nuestra conciencia, es inexistente. Y así, por medio de una paradoja, se recobra de un golpe la existencia, ya no como acción, deseo, goce o sufrimiento, sino como conciencia de la irrealidad de todo”

Esta comprensión de la inexistencia de todo cuanto imaginamos palpable o comprensible podemos llamarla mono no aware, por lo menos en algunas de sus múltiples formas. Es la apreciación de lo efímero de la belleza, esa belleza que puede esconderse hasta en lo más ínfimo, en el elemento más pequeño, en la flor de los cerezos o en una noche de luna brumosa, de esas que suelen embriagar de deseo a Genji. Este dolor por lo que fue y ya no es, ni será nunca más, se presenta en más de mil ocasiones en la novela. La llegada de cada primavera hace recordar dolorosamente las anteriores, el inicio del invierno recuerda el latente final al que todos nos enfrentaremos. La muerte, esa que no descansa y que va acompañada del tiempo, que carcome hasta los recuerdos. El tiempo y la muerte que no dejan nada más que el instante que desaparece y que ya es parte de la esencia de quien lo contempló, de quien en la contemplación del atardecer de cualquier verano, se eternizó instantáneamente. A diferencia de Marcel Proust, que ha sido comparado con Murasaki, ella no intenta recuperar aquello que ahora sólo se recuerda, sino contemplarlo como lo que ya es parte de sí mismo, es sentir que se ha cruzado por una vez con esto que se llama vivir, en palabras de Octavio Paz: “La obra de Murasaki no implica la reconquista del tiempo sino su disolución final en una conciencia más ancha y libre.”

La sensación permanente de la terminación de la vida, este continuo rondar de la muerte da a las relaciones establecidas entre hombres y mujeres una sensación de fugacidad y deseo inmediato. En Japón no se construyó nada parecido al ideal del amor caballeresco, por lo que los amores más eternos, duran lo que se recuerdan o lo que tarda en llegar la siguiente oportunidad de encuentro con un nuevo amante, así Ivan Morris lo postula:

“La vida amorosa de la aristocracia Heian está marcada por una curiosa mezcla de depravación y decoro. La ausencia de cualquier ideal de amor cortés que comporta la fidelidad, protección y languidez romántica, y la aceptación de un alto grado de promiscuidad a menudo daban un aire frívolo y bastante cruel a las relaciones entre hombres y mujeres en el mundo de Murasaki”. Morris, página 292

Es esta depravación y aparente decoro lo que hace a la sociedad Heian poseedora de la más triste de las decadencias, que es conocida y sentida por todos los personajes. Sin duda, la institucionalización de la poligamia y las evidentes desventajas de la mujer en el Japón del siglo XI, son las que generan la sensación de inminente advenimiento de la ruina.

POLIGAMIA EN EL MUNDO HEIAN
Si pudiéramos hacer una descripción de la corte Heian, tendríamos que remitirnos a varios aspectos muy relacionados con la estética y el sentir particular japonés. Sus características más marcadas son la opulencia, la exquisitez en las formas, la obsesión con la belleza que debía hacerse evidente en todo momento, el esmero por combinar los colores, la exigente elección de las telas y de los perfumes, el sofisticado lenguaje que debía ser poético y el juzgamiento de las cualidades de una persona por su caligrafía, sin embargo, el sistema social y político no mostraba evidencias de ese refinamiento. El mundo Heian, era ante todo un mundo polígamo, en el que un cortesano tenía, no sólo la posibilidad, sino prácticamente la obligación de tener la mayor cantidad posible de consortes y amantes, con abierto conocimiento tanto de su esposa, como de los miembros de su medio social. En muchas ocasiones la esposa principal, debía compartir la casa con una o más consortes o amantes de su esposo. Ella, al contrario podía tener sólo un esposo y en caso de serle infiel, debía ser bajo el secreto más oculto. Aunque es claro que las mujeres también tenían la posibilidad de establecer relaciones con varios amantes, éstas no eran de carácter público, pues de ninguna manera eran vistos con buenos ojos al momento de ser conocidos.

La creencia de la superioridad del hombre sobre la mujer estaba sostenida en la religión. Ya que tanto el budismo, como el confucianismo, cuentan con elementos en sus doctrinas que tratan de argumentarlo. Estos discursos religiosos fueron un poderoso argumento para mantenerlas encerradas y sometidas al poder masculino, o en el mejor de los casos absolutamente dependiente de la protección de un hombre. Así lo describe Ivan Morris en su texto El mundo del príncipe resplandeciente:
“De acuerdo con la doctrina confuciana y budista, la posición de la mujer no era afortunada. Es cierto que el trato verdaderamente cruel aparece en siglos posteriores. No obstante, la doctrina no permitía dudar de su condición inferior. En más de una ocasión Genji se refiere a la enseñanza “china sobre las tres dependencias” de una mujer (como doncella, depende de su padre, como esposa, depende de su marido; como viuda de su hijo mayor); por emancipadas que las mujeres Heian pudieran estar en muchos aspectos, la supremacía masculina en la jerarquía familiar era incuestionable. El budismo confirmaba la inferioridad de la mujer en el reino espiritual al insistir que sus “cinco desventajas”: por muy meritoria que pudiera ser su conducta en la vida presente, no tenía ninguna oportunidad de renacer en ninguna de sus categorías superiores sin haber pasado primero por una encarnación como hombre” Morris, página 266

Así, la mujer estaba durante todas las etapas de su vida, sujeta a su condición social de “inferioridad” en la que era necesario estar bajo la tutela permanente de un hombre. Las decisiones de su vida no eran en ningún momento tomadas por ella. Tanto el confucianismo, como el budismo, la ponían en un lugar difícil con respecto al hombre. El papel de la mujer en las relaciones políticas era prácticamente nulo. La única manera de participar en algún aspecto de influencia política, era a partir de arreglo de un buen matrimonio o enlace, es decir convertirse en esposa o consorte de un cortesano de alto rango o hasta del mismo emperador. La Familia Fujiwara usó este método, promoviendo enlaces de las mujeres de su familia con la familia imperial, así lograron hacerse con el poder para manejar los destinos del país durante muchos años.

En el periodo Heian, las mujeres eran muy valoradas como instrumento político, aunque no por eso les fueron reconocidos y otorgados los derechos de decisión sobre su propia vida. Las mujeres Heian eran cultivadas exquisitamente en las artes y las letras, tratadas como preciosa joyas que les permitirían a los hombres de su familia ascender socialmente. Las mujeres eran formadas con el objetivo de ser instrumento de satisfacción masculina, la formación en la danza, la música, la literatura y la caligrafía. También debían cumplir con unas obligaciones marcadas en su rol familiar. Siendo una mujer casada, por ejemplo, estaba en una posición desventajosa, no solamente frente a los hombres de su familia, sino frente a todos los miembros hombres y mujeres de la familia de su esposo.
“Los objetivos y los deberes de una mujer casada estaban claramente establecidos por la tradición confuciana. Debía ser una esposa obediente y fiel, respetuosa con su marido y la familia de este, y darle un hijo varón, que mantendría la continuidad de la familia y perpetuaría el culto ancestral” Morris, página 283

Las desventajas de las mujeres frente a los hombres no sólo estaban relacionadas con lo político, social, económico, familiar y religioso, que ya hemos mencionado, sino que también, y en mayor medida el mundo emocional y hasta sexual. La sociedad Heian carecía de los ideales románticos que plagaron a la Europa caballeresca. Situación que determinó en gran medida la forma y profundidad del establecimiento de relaciones afectivas, haciéndolas mucho más pasajeras o carentes compromisos emocionales, y que terminó tiñéndolas con un tono de superficialidad.

NECESIDAD DE UNA EDUCACIÓN SENTIMENTAL
Podemos afirmar que el sentir particularmente japonés, que está mediado por la exaltación de la belleza, la atención por el detalle y la conciencia del tiempo, sumado a una estructura social polígama, en la que la mujer está subyugada constantemente por alguna figura masculina, crean la necesidad de elaborar una educación sentimental. Murasaki es quien estará encargada de esta tarea.
“Murasaki tenía un profundo interés por el amor de los hombres y de las mujeres y por todas las conflictivas emociones y demás complejidades que comportaba. Muchos han considerado su novela principalmente un estudio de las diversas manifestaciones del amor sexual y romántico.” Morris, Página 323

Es claro que la mirada de Murasaki es, ante todo una mirada de mujer. Es ella, quien sabe por experiencia propia, cómo funcionan las relaciones entre los hombres y las mujeres en el mundo Heian y trata de ponerlo de manifiesto en su obra. Sólo esta visión hecha desde lo femenino nos permitiría ver lo hermoso y lo cruel que el amor esconde. Podríamos preguntarnos entonces ¿EDUCACIÓN SENTIMENTAL PARA QUIÉN? Los estudiosos del periodo Heian y del Genji Monogatari no llegan a afirmarlo, pero es posible que siendo dama de honor de la joven emperatriz Akiko, Murasaki viera la necesidad de ilustrarla en el intrincado escenario de las relaciones y los comportamientos que se dan a partir de la conciencia del constante declive de la condición humana.
“Según Motoori, el propósito de Murasaki no era predicar moralidad, sino evocar cierta pauta de sensibilidad emocional:
El propósito de La Historia de Genji puede compararse con el del hombre que, como ama la flor de loto, ha de recoger y almacenar agua turbia y contaminada a fin de guardar y cultivar la flor. El barro impuro de los amores ilícitos descritos en la historia de Genji no está ahí para ser admirado, sino para nutrir la flor de la conciencia de lo triste de la existencia humana” Morris, página 327

La conciencia de la irrealidad de todo, del paso del tiempo sobre lo que se recuerda y lo que se olvida, la transformación constante de todo cuanto existe, la mutabilidad, el eterno cambio, el triste destino que aguarda a todo cuanto existe, el eterno rondar de la muerte sobre aquello que creemos nunca perecerá, es la irremediable condición de la vida tras una sucesión de meras y vacías apariencias. Tras este descubrimiento Murasaki crea a un personaje maravilloso que es, en cierta medida la síntesis de ambos géneros, un ser que en su proceso de crecimiento es capaz de comprender algunos de los más complejos sentimientos y comportamientos de hombres y mujeres. Este hombre puede habitar, entrar y salir del mundo femenino valiéndose de su facultad de valorar los más pequeños detalles. Por un lado, lee los Monogatari propios de la formación de las mujeres, sabe escribir en Hiragana, fabrica perfumes, interpreta el koto, se detiene en la elección de colores y texturas de las telas o de los biombos decorativos para una festividad cualquiera. De igual manera Genji como personaje masculino devela toda su hombría, sus instintos, sus principios. Su afán amoroso y su forma de actuar nos recuerdan a los hombres que hay a nuestro alrededor o a los que han pasado por nuestras vidas. La necesidad de tenerlas a todas, de sentir la victoria de alcanzar la conquista mediante la aplicación de todas sus tácticas de seducción. Cuantas veces el lector masculino se ha sentido en la vida un poco como Genji, o por lo menos con los mismos impulsos carnales. Ya adivina Murasaki que los tipos humanos son universales y que toda la literatura, como dice Borges, ha sido hecha por un solo autor. Que es la vida en todos los humanos y en todas las épocas de todos los lugares, los que nos dibujan lo que somos como especie.

El dibujo de lo femenino y lo masculino que hace Murasaki pretende una explicación de la dificultad de los sentimientos y emociones que surgen en las relaciones humanas. Existe en el libro una secuencia, casi persecutoria del ideal femenino de manera cronológica, que lleva una fuerte marca de la conciencia del tiempo sobre la vida de los personajes. EL Genji Monogatari busca dar una descripción inmensa del ser femenino en sus diferentes matices, contrastado con el egoísmo de algunos hombres, quienes las consideran inferiores o las cosifican. La dimensión psicológica de cada personaje, es crónica de lo humano universal, inevitablemente seremos allí dibujados en alguna de nuestras formas personales. El modo de sentir japonés ampliamente hablado anteriormente, sumado a la poligamia, daba a las relaciones una complejidad de imaginar. Aunque dentro de los deberes femeninos de la sociedad Heian estaba el decoro y la ocultación de cualquier sentimiento exagerado, las mujeres de Murasaki sufren intensamente por los celos. La tendencia naturalmente humana de querer poseer a una persona solamente para sí, las llevaba a entrar en estados de pánico, histeria, depresión o locura. La competencia con las consortes o con la esposa principal del hombre era constante y condicionaba fuertemente sus comportamientos socialmente.

La lluvia de flores del cerezo al final de la primavera será la imagen más cercana a la sensación que dibuja en Genji en la vida del lector. El olor de sándalo y el crujir de las seda en los majestuosos vestidos le serán en adelante imagen recurrente. Seremos pues como el pequeño Niou, quien llorando a su abuela muerta le promete cuidar del cerezo más querido de su jardín y al llegar el otoño, piensa en proteger sus flores con biombos. Trataremos de no olvidar los momentos en los que el Genji estalló en nuestra vida lectora como la primavera estallaba en los ciruelos, los cerezos y las glicinas de aquellos hermosos jardines japoneses. Este es el mundo que nos regala Murasaki, la vida que palpitó en su pluma. No serán sólo los jardines, las flores, los versos olvidados y las notas musicales, sino la comprensión de la universalidad del destino y los comportamientos humanos. A cada lectura serán dibujados y construidos de nuevo como un dibujo de este mundo no tan ficcional, que es una declaración del irrefutable paso del tiempo. Este es el acto personal contra el olvido que realizó Murasaki, el testimonio inmortal de la existencia de su mundo. El lector se inmortalizará igualmente en cada una de las recreaciones, de su lectura. La que se dé en cada generación, así como los que se han maravillado en ella viven en sus líneas y han vivido como kamis sintoístas en los espacios de cada línea, y revividos en cada lectura.

BIBLIOGRAFÍA:
SHIKIBU, Murasaki (2006) El Genji Monogatari. Girona España: Atalanta
SUZUKI, Daisetz T (1996). El Zen y la cultura japonesa. Barcelona: Paidós Orientalia
SILVA, Alberto (2008) Libro de amor de Murasaki. Valencia, España: Pre-textos
MORRIS, Ivan (2007) El mundo del príncipe resplandeciente. Girona España: Atalanta
RUBIO, Carlos (2007) Claves y textos de la literatura japonesa, una introducción. Madrid: Cátedra
PAZ, Octavio (1990) Las peras del olmo, Tres momentos en la literatura japonesa. Barcelona: Seix Barral

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