lunes, 13 de diciembre de 2010

14/12/10: Yoshimoto: universos en la palma de la mano (Constanza Vásquez)




Íntegra Personalidad Femenina. Estética Japonesa y Budismo

Constitución de una perspectiva femenina integral

Tsugumi*, novela de Banana Yoshimoto, es una obra que ofrece un panorama diverso desde la perspectiva de la representación de personalidades femeninas. Tres son los personajes que, de alguna manera, parecen completar las características predominantes en el vasto universo femenino. Como es preponderante en la narrativa de Yoshimoto, estos personajes son mujeres jóvenes y con una profundidad sicológica, al menos relativa. Son personajes “intensamente gozosos y dolorosamente despiertos”, como señala Alberto Silva en su ensayo Lady Banana (ver este blog).

En primer lugar conocemos a Maria Shirakawa, quien se constituye como narradora de la obra. Es una mujer joven que se traslada desde “el pueblecito costero donde crecí”, como ella misma lo describe, hasta la ciudad de Tokio para estudiar en la universidad. A través de los ojos de Maria conocemos el mundo representado. No existe una descripción detallada de la personalidad o la constitución física de este personaje, sin embargo, al comienzo de la obra ella misma nos indica que “todas las personas con las que he trabado amistad desde que llegué aquí dicen que soy “generosa” o “serena”. La verdad es que soy una chica de carne y hueso, más bien con poca paciencia”. Este punto es fundamental, ya que habiendo podido describirse utilizando cualquier adjetivo, ella escoge la expresión “con poca paciencia”. Es la relación que establece con Tsugumi, su prima, lo que viene a determinar aquella decisión léxica. Tsugumi es una muchacha dos años menor que Maria, que se mueve en el filo entre la vida y la muerte, con la consiguiente atención exagerada de sus padres y familiares más cercanos, de ahí que se constituya como una niña “mala, deslenguada, egoísta, consentida y retorcida” como la describe Maria. Su maldad era tan tremenda que incluso “parecía que nunca creciera, y que, en vez de hacerse mayor, sólo se hiciera más mala”. En contraste con este carácter destructivo de Tsugumi (respecto de sí misma y del resto), Maria nos aclara, inmediatamente que “era muy guapa”, por lo tanto, era una mujer que captaba la atención del público, en general, y de los varones, especialmente.

Finalmente, nos encontramos con Yoko, hermana mayor de Tsugumi. Yoko es un personaje radicalmente opuesto a Tsugumi, tanto en su constitución física como en su personalidad. Maria la describe de la siguiente forma: “Yoko era bajita y rechoncha y siempre hablaba con suavidad, como si cantara. Aunque Tsugumi le jugaba muy malas pasadas, nunca se molestaba; como mucho se quedaba un poco triste”. Es a través de esta cita que observamos, entonces, cómo el comportamiento de Tsugumi incide en la configuración de la personalidad de Yoko.

Yoshimoto crea en esta obra un universo femenino íntegro, ya que nos presenta, por una parte, y en términos muy estereotipados, la inteligencia, la crueldad y el carácter fuerte y decidido de Tsugumi (“Yo querría ser tan mala como para no tener remordimientos ni reparos y poder decir sin inmutarme que me ha sabido buenísimo (Pochi)”), por otra parte, el espíritu cándido, encantador y pletórico de amor de Yoko: “Yoko siempre tenía una sonrisa en los labios. Era un ángel” y, finalmente, el carácter contemplativo, melancólico y reflexivo en la figura de Maria, la narradora: “(…) y contemplaba a través de la ventana cómo se extendía hasta el infinito un cielo tan rojo que casi daba miedo”.

Estética Japonesa
Octavio Paz señala, en su ensayo Tres momentos de la literatura japonesa*, que “la poesía (en Japón) nunca perdió, ni en los momentos de mayor postración, sus características: brevedad, claridad del dibujo, mágica condensación. Puede decirse lo mismo del teatro y la novela”. Dichas características son perfectamente apreciables en la narrativa de Yoshimoto y, específicamente, en la obra a la cual estamos refiriéndonos. Brevedad y condensación pueden asociarse como elementos complementarios. Cuando decimos que Tsugumi es una obra breve y condensada no nos referimos a su extensión física y tangible, sino que hacemos alusión a la capacidad de Yoshimoto de crear un mundo con las palabras justas y necesarias, narrativa carente de episodios gratuitos, en donde cada acción, cada movimiento, decisión o determinación de los personajes, necesariamente va conectado con lo antecedente y/o lo siguiente de manera casi matemática. Las mentiras, los engaños de Tsugumi, sólo son verosímiles y posibles gracias a dichas características.

La claridad del dibujo, señalada por Paz, la observamos en la constitución de los personajes y los espacios y, a su vez, en la evidente relación que podemos establecer entre ellos. Tanto Tsugumi, como Maria y Yoko, son personajes con una personalidad perfectamente definible, las fronteras de su radio de acción están claramente delimitados por sus características internas y estas características internas son factibles de ser observadas por medio del paisaje que las acompaña, de las características del mar y la magnitud de su oleaje, del estado del clima, y la temperatura: “Aquel día llovió desde primera hora de la mañana. En verano, la lluvia olía a mar. (…) Tsugumi llevaba varios días en cama con fiebre y dolor de cabeza (…)”, “Cuando Tsugumi era presa de la ira, se volvía fría como el hielo (…) Las pocas veces en que la vi así, me vino a la mente el principio que explica que, a medida que aumenta la temperatura de las estrellas, la luz que éstas desprenden deja de ser roja para pasar a un lívido azul”, “Las olas encrespadas anunciaban el otoño con mil matices de luz. Contemplar el mar en aquella época siempre me entristecía, pero este año me produjo una inesperada punzada de dolor”. En esta última cita, además de observar la relación del paisaje con los estados internos de las protagonistas, evidenciamos cómo la nostalgia se patenta como un recurso reiterado. De acuerdo con el profesor Silva, “Nostalgia es un término que narradora y personajes repiten a cada página”* en la obra de Yoshimoto. Esta obra no es la excepción. Maria, la narradora, cuya constitución es profundamente analítica, hace constantes alusiones a la nostalgia que le provocan ciertos recuerdos, pero, increíblemente, no es sólo la remembranza o el pasado lo que le produce la sensación de nostalgia, sino también el presente mismo: “El verano tocaba a su fin. Pensar en eso nos dejó aún más abatidos. Por un instante, deseé con todas mis fuerzas que la ropa de Tsugumi no se secara nunca y que aquella hoguera ardiera para siempre” e incluso una proyección hacia el futuro: “Me pregunté si el año siguiente volvería a estar allí o si tendría que evocar con nostalgia, bajo el cielo de Tokio, los difusos recuerdos de aquella fiesta.” Entonces surge en la narración el sabi: “De nosotras brotaba, igual que los delicados acordes de una melodía, la tristeza al pensar en los años en que habíamos trabajado codo con codo como buenas primas”, el wabi: “Entonces llegaban nuevos huéspedes y volvían a ocupar las habitaciones vacías, en un ciclo que vivíamos una y otra vez” y el mono no aware: “Pero ese verano había sido para mí la esencia de todo cuanto había amado en el pasado”.

El elemento budista
Octavio Paz, en el ensayo citado anteriormente, indica que el “sentimiento de la fugacidad de las cosas – subrayado por el budismo, que afirma la irrealidad de la existencia – tiñe de melancolía las páginas del Libro de cabecera de Sei Shonagon”. Es posible identificar lo anterior, referido a Sei Shonagon, en la prosa de Yoshimoto. El elemento budista resulta bastante evidente al lector, sobre todo, en esta novela, en la figura de Maria y sus estados contemplativos y altamente reflexivos: “No había momento más feliz para ninguno de los tres que aquellas tranquilas caminatas por la playa al anochecer”. Lo representado no es “el tiempo cronométrico, sino la consciencia de la duración”∗. Se manifiesta el tiempo como una ilusión, ya no tan sólo como algo irremediable, sino como algo que existe en nuestras propias consciencias en la medida que nos obliguemos a asumirlo y comprenderlo como elemento ilusorio. Por otra parte, “las buenas obras, la compasión y las virtudes que forman parte de la ética budista”∗ se encuentran representadas en la figura de Yoko, quien incluso es descrita como poseedora de una “actitud beatífica” por Maria, la narradora.

El zen, (en su forma de budismo propiamente japonés), incluye una corriente estética que se asocia a la introspección del individuo, a la concentración y la meditación. Esta vertiente con fundamentos estéticos se denomina Furyu. Paz, basándose en Isotei Nishikawa, lo define como: “diversión elegante”. Sin embargo, nos explica que el término no se refiere a lo mundano y lujoso, sino, por el contrario, “al recogimiento, soledad, intimidad, renuncia (…) Se acentúa el lado interior de las cosas: el refinamiento es simplicidad; la simplicidad, comunión con la naturaleza”. Al leer esto, inmediatamente recordamos la actitud contemplativa de Maria en la obra. El furyu está presente en dicha figura. Ella hace introspección constantemente, sobre todo cuando se encuentra en contacto con el mar, al cual tanto amaba, con la naturaleza: “El mar siempre había formado parte de mi vida. Tanto en los buenos como en los malos momentos, tanto en los días cálidos, en los días que el pueblo se llenaba de gente, como en los de invierno, cuando el cielo se cuajaba de estrellas, o por Fin de Año, cuando íbamos al templo…, sólo tenía que volver la cabeza par verlo allí, acompañándome. No importaba que fuera mayor o pequeña, que hubiera muerto la viejecita de la casa de al lado, que hubiera nacido un niño en el hospital, que acudiera a mi primera cita o que hubiera roto con mi novio: el mar siempre estaba allí, imperturbable, rodeando al pueblo, yendo y viniendo al ritmo regular de las olas”, “Desde la ventana se veía a lo lejos un mar tan encrespado y gris que daba miedo. El agua y el cielo parecían envueltos en una capa de niebla. (…) Mientras leía, me asaltaban pensamientos sombríos. La imagen de las gotas de lluvia cayendo al otro lado de la ventana como estrellas fugaces me acechaban una y otra vez”. Tanto en los paisajes urbanos, como en la vastedad de un paisaje agreste, Maria se conecta con la naturaleza, la oye, la siente. Es lo que Paz ha denominado “quietismo”: crear un microcosmos interno de la inmensidad natural.

Bibliografia:
- Paz, Octavio, Tres momentos en la Literatura Japonesa, ensayo publicado en Las peras del olmo, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1957. Edición digital de Patricio Eufraccio Solano.
- Silva, Alberto, Ensayo Lady Banana. Edición digital publicada en Campus Virtual Universidad de Buenos Aires.
- Silva, Alberto, Reflexión introductoria a la literatura de Mahoko Yoshimoto, alias Banana. Edición digital publicada en Campus Virtual Universidad de Buenos Aires.
- Yoshimoto, Banana, Tsugumi, Editorial Tusquets, Buenos Aires, Argentina, 2008.

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