domingo, 14 de noviembre de 2010

14/11/10: El zen nuestro de cada día

Nos movemos con un abanico limitado (¿estrecho?) de contenidos emocionales. Cuando nos sentamos a meditar, se nos echan encima, desfilan como parte de un río torrencial que arrastra sensaciones, percepciones, recuerdos y aprehensiones. Temores de situaciones, personas o plazos a alcanzar (o a no cumplir jamás). Dolores en el cuerpo, aprietes en el alma. Aquello que ignoramos y que por ello nos desanima, o nos desconcierta. Las varias preferencias inútiles, las apetencias alocadas, o esas concupiscencias que tal vez nadie sospecha que albergamos. Por lo común, desearíamos que desaparecieran esos "contenidos de conciencia". Ansiamos apagar la radio de los pensamientos. Soñamos una mente "vacía" de contenidos. Pero estos se empeñan en acompañarnos, como añejas costumbres, o como esas prendas de vestir que detestamos pero que nos esperan en la percha, para sacarnos de algún imprevisto. E incluso parece que su "conversación" de cacatúa se intensifica cuando, justamente, nos encontramos en la inmovilidad de la postura, en el silencio del que se juega la vida a apoyar la mirada en la nariz.

Es entonces que la práctica sostenida del zazen nos permite hacer un doble descubrimiento, grande aunque sin clara visibilidad, y que puede cambiar del todo nuestra vida.
- Por un lado, ese desfile torrencial somos nosotros. Somos lo que contiene nuestra mente. Y sólo conseguiríamos eliminarlo con la muerte. Pero eludimos morirnos, pretendemos con uñas y dientes seguir existiendo.
- El asunto es que buscamos vivir de un modo completamente diferente. Ansiamos dirigirnos hacia un tipo nuevo de existencia. Y estamos dispuestos a emprender la marcha. Pues bien: precisamente ese desfile torrencial es el camino. Porque sin la mente no habría acceso pensable o posible a la plenitud con la que (de forma más o menos valerosa, más o menos timorata) todos soñamos.

Entonces, con lo que soñamos de alguna manera es un camino. Pero, ¿qué es el camino? En pocas palabras: consiste en atravesar la árida estepa de nosotros mismos. Y mientras hacemos camino, consiste en asumir cada arista o destello de nuestra propia condición: lo personal y lo circunstancial.
¿Y adónde nos lleva ese camino? A una versión que de nosotros mismos que anhelamos y a la par ignoramos, a un nosotros mismos que suelen denominar "verdadero" o "auténtico" y que acaso significa: en intensa complicidad con lo que somos y, por ello, en comunicación con los demás y lo demás.

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