domingo, 13 de junio de 2010

Zazen es poner siempre a mano un momento oportuno para la serenidad



Es casi un axioma: pareciera que nunca estamos en un buen momento para empezar Zazen. A veces el físico no acompaña: dolores familiares, pequeñas contracturas, es muy tarde, o muy temprano, hace frío, o calor. Otras veces, la mente no se muestra muy dispuesta: hoy me siento cansado, desganado, escéptico, temeroso, triste. Precisamente por eso y para eso nos sentamos: el Zazen nos permite encarar, abordar, enfrentar los desequilibrios habituales de la mente y del cuerpo.

Zazen es un poderoso dispositivo de aflojamiento del cuerpo (y, en ese sentido, una naturalización y hasta cierto rejuvenecimiento del cuerpo). También, es un contundente instrumento de ecuanimidad (brinda equilibrio a nuestro sistema de control personal, al punto de poder ser considerado como un temporizador emocional).

¿Eso significa que al sentarnos perseguimos un objetivo? Es lo que sin duda sucede a los comienzos: a lo que creemos ser objetivo de nuestra práctica le llamamos (con cierta razón) bienestar personal o conocimiento de uno mismo. No obstante, al cabo de un tiempo percibimos que esos resultados no constituyen propiamente un objetivo (en el sentido de meta, fin o propósito) sino tan sólo una respuesta que, puesta en movimiento, produce el conjunto de la persona ante las acometidas del dolor y la ignorancia. Porque si algo enseña el Zen es que vivimos inmersos en el dolor (hasta que lo transmutemos en sufrimiento), vivimos inmersos en la ignorancia (hasta que la trasmutemos en aclaración de nuestra existencia). En completo silencio, sin proclamas ni doctrinas, el Zazen es capaz de intervenir la raíz de nuestra energía y hacerla a la vez más sana y mejor conductora de nuestra savia vital. Es un punto de vista.

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