Fukushima: primer aniversario

Este lunes 11 de marzo conmemoramos el primer aniversario del desastre de Fukushima. Un accidente, recordemos, en el que menos contó el terremoto que el coincidente tsunami. A un año vista, además del alcance (discutido) de la radiación y del desplazamiento de personas, lo que perdura es algo que nunca se había producido en anteriores desastres (estuve muy cerca de los de Kobe y Niigata): una desconfianza masiva respecto de las explicaciones dadas sobre el incidente, desconfianza que inevitablemente se traslada a sus fuentes, que se perciben triples: administración, compañías eléctricas y periodistas amaestrados. La opinión pública se declara escéptica respecto a múltiples campañas con versiones lenitivas que ha venido padeciendo. Como decía estos días un experto nuclear japonés: no sabemos todavía cuál es el alcance exacto de los daños (cuán estropeada quedó la central Fukushima 1, cuán contaminados están los que viven cerca o dentro del área peligrosa), sólo sabemos que nos han engañado.

Japón solía ser un país signado por la confianza inter-estamentaria: si tú, como enseñante, burócrata o gobernante, me explicas algo, tengo una fuerte (y por lo visto acrítica) propensión a creerte: el discente asimila lo dicho por el docente sin rechistar (dudar, cuestionar, repreguntar, etc.). Por eso, en la vida social japonesa en muchos casos la mentira comprobada equivale en gravedad a un crimen cometido bajo circunstancias alienantes (las que más de una vez acaban siendo atenuantes). Por eso, a partir de Fukushima la desconfianza generalizada afecta no sólo al hecho puntual del accidente, sino al tipo de relación que el ciudadano establece con aquello o aquellos erigido(s) como autoridades. Por ejemplo: ¿fue un accidente? ¿no se podía evitar? ¿por qué nadie reconoce responsabilidades o al menos pide disculpas?

Un japonés puede estar pensando: si aquel en quien deposité mi confianza (y mi adecuado, disciplinado y hasta obediente accionar), si esa persona o instancia me defraudan, ya no sé más en quién apoyarme. Un sentimiento de desánimo y orfandad se apodera de muchos, de muchísimos, en momentos en que la reconstrucción exigiría (como pasó en su momento con Kobe o Niigata) que todos se alineen detrás de las autoridades, a fin de paliar los daños y llevar las cosas al menos adonde estaban antes del desgraciado acontecimiento.

Un artista plástico lo expresa de forma contundente. El film que ilustra este post es tan elocuente como escueto y a primera vista pobre de recursos: un hombre (¿tal vez el conocido Kota Takeuchi?), con indumentaria anti-nuclear propia de un trabajador de la central nuclear, señala hacia la cámara que "lo mira" durante un muy incómodo cuarto de hora (seleccioné un trozo de apenas 40 segundos). Rodada la película en agosto pasado, no cesa en Japón el misterio sobre la identidad de la persona filmada y sobre sus intenciones. Pero algunas cosas quedan claras para todo el mundo.

¿A quién señala el hombre filmado, según la intención del artista?
- Sin duda a la compañía Tokyo Electric Power (que ha sido confirmada como responsable, técnica aunque hasta ahora no penal, de la tragedia).
- También a la administración central (a la que muchos adjudican un doble fraude: mentir repetidamente respecto de los hechos; ocultar una antigua y estrecha colusión con el poder económico eléctrico).
- Y finalmente a los propios ciudadanos, quienes muestran, de un modo que a muchos compatriotas avergüenza, haber extraviado aquella forma activa, pensante e independiente con que, durante la primera posguerra, la gente intervenía, de forma muy fecunda, en el control y la orientación de los asuntos públicos.

Que los señalados con el dedo acusador "seamos todos" no diluye responsabilidades específicas. Pero explica el sentimiento de abatimiento y desesperanza que hoy tiñe muchas declaraciones, en el momento de cumplirse el primer aniversario de la tragedia de Fukushima.