lunes, 20 de febrero de 2012

¿Un Zen prometeico? (3): Prometeo en la tradición cultural






Muchos hilos del destino se entrecruzan al pasar por un héroe mitológico del calibre de Prometeo: creó a los hombres del barro, les abrió los ojos, sufrió por ellos un castigo tremendo. Por su poder, Prometeo se identifica con un dios; pero también con el hombre, al ser débil y sufriente. Ello explica que la saga de Prometeo haya provocado una inagotable sugestión plástica a lo largo de los siglos. Apoyándose en ese núcleo mitológico originario, el légamo sincrético que denominamos “cultura occidental” fue forjando tres imágenes complementarias: la de un dios irritado, la de un redentor mediador y la de un héroe conocedor de todas las técnicas. Sea dicho al pasar: los mitos de Adán y de Cristo se emparentan, así, con algunos aspectos del de Prometeo.

Hagamos un poco de historia. El mito nos llega del mundo griego clásico en tres versiones literarias, las cuales reflejan intenciones distintas y ponen de relieve perfiles variados: los relatos de Hesíodo en ‘Teogonía’ (507-616) y en ‘Los trabajos y los días’ (43-105); la tragedia de Esquilo ‘Prometeo encadenado’ y la versión que Platón nos ofrece en el diálogo ‘Protágoras’. Desde esos relatos iniciadores hasta nuestros días, se suceden continuas reelaboraciones: cómica (por Aristófanes) cuando no sofística (en el diálogo de Luciano de Samosata, ‘Prometeo en el Cáucaso’). En el drama inacabado ‘Prometeo’, Goethe inaugura la imagen moderna del "hombre prometeico". Luego se agregarán las lecturas de Nietzsche o Kafka: de las cenizas del dios muerto, no podría menos que brotar una última llama, la de un Prometeo que se desencadena.

El repertorio se podría completar con otros pensadores y creadores que creyeron ver en Prometeo un símbolo de la independencia del espíritu: Boccaccio, en ‘De genealogia Deorum’, Giordano Bruno, Francis Bacon, Calderón de la Barca en ‘La estatua de Prometeo’. Rousseau enjuicia negativamente su papel como inventor de las ciencias en su ‘Discours sur les sciences et les arts’. Voltaire, por su parte, aprecia en ‘Pandore’ la lucha del titán contra un tirano celoso y todopoderoso. Se agrega la versión de Shelley, ‘Prometheus Unbound’, así como el rebelde de Albert Camus en ‘L'Homme révolté’ o la deriva del mito en la pluma de Mary Shelley, ‘Frankenstein or the Modern Prometheus’.

También la literatura japonesa inventó, a su manera, ciertos personajes prometeicos capaces de encarnar distintos procesos de humanización. Aunque el detalle quedará para otra ocasión, es el caso de mencionar a: Genji Minamoto (desde el siglo XI, de carácter más emotivo y sentimental), a los haijin o poetas del haiku (desde el siglo XIV, de carácter más cínico, más ligado al estilo de vida o háiresis), así como al narrador Saikaku Ihara (escritor del siglo XVII, de carácter más lúdico y báquico).

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