De forma espontánea se fue armando una serie sobre el haiku. Aquí van dos nuevas entregas: la de ahora mismo, lº parte de dos que componen este excelente trabajo de Gabriel Caldirola, practicante de zazen y estimable poeta. Sus reflexiones denotan una lectura certera del haiku y una observación sin concesiones. El texto vale la pena.
“Es preciso dejarse llevar aquí a un orden, pues, que resista a la oposición, fundadora de la filosofía, entre lo sensible y lo inteligible”.
Jacques Derrida, La différance
La pregunta que inicia es la que pone en cuestión el sentido del haiku: ¿qué sentido tiene?, ¿cuál es su sentido? Tal como se irá dando cuenta en el transcurso del texto que sigue, el haiku constituye el sentido de un camino que se funda “fuera del sentido”. Tras presentarlo liberado del sentido como fijación significativa, veremos cómo el camino del haiku descubre un sentido del sentir, que llamaremos “sentido sentido”. El sentido de un camino no se refiere estrictamente a una cierta orientación o direccionalidad, aunque si así fuera habría que pensar que el sentido de este camino no tiene que ver con su figuración geométrica (Descartes aconseja a quien está perdido en un bosque tomar azarosamente una dirección y marchar recto en un mismo sentido para salir) sino con un “sentido de la orientación”, como se dice para denominar la habilidad de reconocer, desde la propia ubicación o punto de vista, un punto cardinal (el oriente por antonomasia) que dé una referencia de la posición actual de la propia persona y, por ende, de su cauce.
Pero lo que se quiere decir por “sentido del camino” también es otra cosa. Para abordar este sentido que, como se verá, no es estrictamente propio —sería equívoco cualquier intento que quisiera confinarlo al control de la propiedad— ni del todo figurado —lo que impide hacer de él un objeto al modo científico como si se tratara de algo exterior al sujeto—, convendrá empezar haciendo un desvío que ponga en situación de preguntar por el camino. Se comprende, asimismo, que para empezar esta aproximación es insoslayable la pregunta por el que camina. O dicho de otro modo: la cuestión del camino no es distinta de la del que camina (y aún, para evitar la díada, se podría aludir al terceto: caminante-caminar-camino).
Avanzaremos, por lo tanto, indagando el sentido del camino (este post), lo cual nos conducirá a entender el sentido del haiku como camino. En segundo lugar, se intentará decir algo sobre ese sentido (próximo post), para concluir que su explicación sólo puede darse, de manera aparentemente tautológica (y luego de dar cuenta del alcance del término), con la denominación de sentido sentido.
1) EL CAMINO
Según su definición establecida, camino es la “tierra hollada por donde se transita habitualmente” (RAE: Diccionario de la Real Academia Española). No querríamos detenernos en esta definición, pero sí notar que en ella están los gérmenes del sentido que buscamos. Caminar, a su vez, es “hollar”, “marcar la huella”, “ir con los propios medios” (MAM: Diccionario María Moliner). El que camina es el que huella el camino, el que marca la huella con su pie por donde pasa. Estos son algunos de los elementos que vamos a tener que atravesar en nuestra búsqueda de sentido (sin descartar otros que surjan en la marcha): el camino, la huella, el acto de caminar, el pie (que designa, por metonimia, el cuerpo) del que camina, el tránsito o lo transitorio (y lo transitable), el hábito o la usanza.
1.1 Marcar la huella
Si el camino es “tierra hollada”, conviene empezar por considerar la huella. Recurrimos a una definición estándar: huella es una “señal que deja el pie del hombre… en la tierra por donde pasa” (RAE). Estamos en presencia de un indicio, un signo. Es decir que la huella tiene, en principio, un valor doble: negativo, desde el punto de vista de lo que evoca o lo que refiere como vestigio, y positivo desde el punto de vista de su propia materialidad, de su calidad de impresión, de la marca que produce. Y acaso sea posible comprender un tercer aspecto, ya no por lo que se evoca ni por la marca presente sino por lo que se persigue. En este sentido se dice “seguir el rastro”, ir “a la huella” .
A partir de la definición dada de huella, pueden dejarse planteadas tres direcciones que, a continuación, se van retomar. Una es la que abre “señal”, es decir, todo lo relativo a la marca. Otra corresponde a “pie”, esto es, lo que respecta al cuerpo (cf. 1.2). Y una más insinúa “por donde pasa”, a la que nos referiremos en alusión al tránsito (cf. 1.6).
Por lo que respecta a la primera cuestión planteada, la de la huella como “señal” o marca, podemos adelantar algo. Aunque sin detenernos en este punto, cabe hacer mención del concepto de trace que propone Jacques Derrida. “En general”, dice el filósofo francés, “se piensa, como primera figura de la huella (trace), a aquella del paso, en el camino, en el encaminamiento, del paso que deja una marca (empreinte), una huella o un vestigio” . Y agrega que, como la ceniza, la huella “resta sin restar… testimonia sin testimoniar”. La marca de la escritura del haijin, tanto como la huella de su andar, son, como veremos, maneras de este “testimoniar sin testimoniar” (cf. 2.1), de dejar una marca (en lo) que no se deja apropiar. La huella, así comprendida, corresponde, entonces, tanto a la escritura del haijin como a su andar en la vida. Podemos rastrearla, por ejemplo, en un poema de Buson:
“De noche tan breve/ y pasajera, apenas/ si quedan unas huellas/ en la playa de Yui”
1.2 Ir con los propios medios
Caminar es ir con los propios medios. Es el propio cuerpo el que camina, son los propios pies los que marcan la huella. Y dado que, si es de ley, es peregrinante o al menos caminante, nadie mejor que el haijin para dar cuenta de una experiencia que tiene lugar en el cuerpo. Como se verá, el foco puesto en la experiencia (y el cuerpo como lugar medular de la puesta en acto de esa experiencia) va a ser la clave del sentido que se quiere conocer.
Segregado de la sujeción a las normas de la civilidad , el del haijin es un cuerpo indisciplinado aunque en vías de obligatoria ascesis, en tanto se encuentra sometido a un orden “natural” (antes que a las leyes sociales) y, por lo tanto, en contacto íntimo con los ciclos vitales y corporales. La estación encuentra su mención atenta en el haiku a través del kigo o palabra de estación. El hambre, el cansancio, el frío, son situaciones a las que el haijin, con su propio cuerpo, está compelido, y también con su poema. El cuerpo que escribe acaso se escribe como espacio en el que tiene lugar una experiencia. Tal vez allí resida la experiencia del sentido que buscamos. Pero no conviene adelantarse. Dejamos en suspenso, por lo tanto, estas cuestiones que retomaremos más adelante.
Como indica Alberto Silva (en una traducción del concepto japonés de nozarashi en la que resuena la música de Juan L. Ortiz), el del haiku es un cuerpo “a la intemperie”.
“Al vagabundo/ el verano lo viste/ de tierra y cielo” (Kikaku)
El ser humano y el poema se encuentran en esta condición ante lo abierto, lo incierto, aquello que excede a la comprensión, no porque sea inefable o inescrutable sino porque siempre se presenta como sin término, sin fin. Un poeta y una poesía que se hacen cargo de esa intemperie como hogar siempre “inhóspito” en el que albergan su existencia. Existencia pedestre, vagabundeante, colateral, marginal, desplazada, mutante, fugaz, ociosa, andariega, viandante, desasida, paseandera, errante, austera, mendicante, peregrina.
El carácter pedestre del haiku lo atestigua una proliferación de pies y de pasos que no es difícil encontrar en los poemas. Basten tres ejemplos:
“¡Placer!:/ vadear el río/ sandalias en la mano” (Buson)
“En los zaguanes/ sandalias embarradas:/ ¡Ya es primavera!” (Issa)
“Por el atajo/ y con los pies mojados/ (lluvia de mayo)” (Buson)
Ir con los propios medios es la garantía que tiene el haijin de su autonomía, y su relativa autonomía (favorecida por la hospitalidad del pueblo campesino) es condición de posibilidad, a la vez, de su nomadismo. Reducidas sus necesidades a lo básico, practica el desapego de quien comprende la insustancialidad de las cosas del mundo pero vive esa situación precaria, provisoria, en toda su intensidad: eso es lo que le toca. Él es todo lo que le toca, ni más y ni menos:
“En mi caso,/ cambiarse de ropa/ es colgarla del hombro/ y seguir andando” (Bashô)
“Errante, sin fronteras,/ labrador de mi nimia/ parcela” (Bashô)
1.3 Hacer camino
Tomar el camino en las propias manos significa hacerse cargo de la propia vida, lo cual conlleva al mismo tiempo una actitud o un acto de aceptación y de decisión.
“Hago del fresco/ mi propia residencia/ (y en ella duermo)” (Bashô)
El haijin acepta su condición humana, se hace cargo de ella hasta las últimas consecuencias, pero también decide, y en este sentido el haijin es un hereje. Según la etimología griega de la palabra herejía (airesis) que denota la posibilidad de elegir, un hereje es aquel que puede decidir, tratándose en el caso del haijin no de una elección cultual, sentido restringido de la herejía que terminó predominando, sino, en un sentido amplio y más primitivo, de la elección sobre la propia vida o del propio estilo de vida. El haijin, entonces, acepta la condición vital que le es dada y decide “hacer camino”, es decir, elige la forma de llevar esa herencia. Por lo tanto, su “hacer camino” toma la forma del “como si” : un precario condicional que da forma a todo lo condicionado .
Elegir sobre la propia vida implica a menudo que las elecciones personales sean consideradas como per-versiones por el común de la gente, esto es, desviaciones del camino habitual, En realidad se trata del intento imposible de “huir de todo espacio de sujeción social y mental” . Pero no por imposible, infructuoso. Una y otra vez, el haijin emprende la huida, el retorno a un imposible incondicionado. Ya se mencionó, incidentalmente, al brasileño Paulinho da Viola. Sirvan sus versos otra vez para expresar el abandono del haijin, para quien: “volver casi siempre es partir/ para otro lugar”.
1.4 Camino del medio
Elegir sobre la propia vida, decidir sobre el propio camino, implica una práctica, un género de vida, como se dice, una vía (dō), que puede ser, como fue en algunos casos, la senda propuesta por el Zen o la del laico, pero que es, en el caso del haijin, una vía media, esto es, la senda del que no se instala en un lugar (“ni monje ni laico”, decía Bashô), la del que, lanzado al camino, transita en un no-lugar. Este medio de vida es lo que tradicionalmente el zen ha llamado “camino del medio”. El camino del medio es, como se verá en seguida, equilibrio en movimiento (cf. 1.6).
Pero también es “medio sin fin” , medio que no termina, procedimiento que no apunta a una realización venidera que habría de perseguirse como fin o como modelo . Para el hombre de haiku, paso a paso, hacer camino es realizar el camino. De manera similar, para el hombre del zen (así lo expresa Dōgen), práctica es realización. Es así como, caminando, medio y fin se identifican.
1.5 Ponerse en camino
“Ponerse en camino significa aceptar que somos tránsito, que transitamos sumiéndonos en un viaje nadie sabe exactamente hacia dónde” .
El haijin decide, una y otra vez, emprender viaje o, como se dice, “ponerse en camino”, porque comprende que andar es la única manera de “hacer camino”. Como los ciclos naturales, con los que está en íntimo contacto, el camino se renueva continuamente, y el haijin participa de esa mudabilidad.
Podría parecer que el haijin vive de vacaciones, por lo menos así lo atestiguan algunos haikus que parecen odas al ocio.
“Calma/ Sólo vagabundear/ Sólo disfrutar” (Shiki)
“Duermo la siesta,/ los pies contra el tabique,/ a la fresca” (Bashô)
“Ya mendigué la magra/ ración del mediodía/ Ahora me ocupo de la brisa/ de la tarde” (Ryôkan)
Pero acaso sus vacaciones permanentes impliquen también la práctica de un vaciamiento que se reanuda cada vez para ajustar su sensibilidad a un ritmo que logre evitar la visita superficial de los destinos pero que participe de la fugacidad y la ligereza del momento. Ese ritmo de lo que recomienza da a las vacaciones su sentido plural: vacaciones que se suceden, intentos de una vacancia que no llega nunca a completarse o que, por lo menos, no alcanza a ser definitiva. Vacaciones que hacen lugar a la experiencia actual, en un proceso orgánico que tal vez se parezca a la alternancia, en el cuerpo, entre alimento y evacuación.
1.6 De camino
El equilibrio del haiku atraviesa contradicciones. Pone en contacto, creando un espacio de complicidad y contagio, a los opuestos. Asume la condición vital de la paradoja. Como señala Raimon Panikkar: “el círculo vicioso sólo puede superarse con el ‘círculo vital’: la vida es riesgo y coraje; no se rige por la lógica” . Aunque tal vez convenga agregar se trata, en este caso, de una circularidad que queda abierta, es porosa, expansiva y flexible hasta lo espiralado. Sombra/luz, interior/exterior, cuerpo/mente son vividos como momentos distintos del movimiento de vaivén en el que se mece el haijin. Él es, anota Santoka en su diario, “como las plantas que flotan en el agua, que van discurriendo de una orilla a otra” .
“Jugando su parte fuera del equilibrio, enfrentando los límites... logra establecer otra base alta, en la inestabilidad” . Michel Serres se refiere, con estas palabras, al cuerpo. Pero, así leídas, bien podrían estar hablando de nuestro haijin. Con la espontaneidad que resulta de atender los ciclos naturales y los ciclos corporales, él practica una adaptación continua a su entorno, por más que a veces parezca un inadaptado entre los hombres. Adaptarse, para él, es permanecer en consonancia con la mudanza natural del mundo, es buscar el equilibrio en el movimiento (aquél al que nos referimos al hablar de la mentada “vía del medio”); practicar, según lo requieran las circunstancias, lo que Serres llama un “desvío en el equilibrio” . Esta identificación con unas circunstancias que no permanecen idénticas obliga al haijin a mantenerse siempre “de camino”. Facilitar (desobstruir, depurar) el tránsito es su tarea, siempre inacabada.
En la segunda sección de este trabajo se ahondará en el problema del sentido. Como se verá, el haiku requiere un sentido flexible que no quede amarrado a las circunstancias de un único significado. Como el cuerpo del haijin, el sentido del haiku se mantiene “de camino”, es un sentido en todo momento “traslaticio”, un sentido suspendido que pospone cada vez su establecimiento definitivo. Trashumante, el cuerpo no sólo cambia, como se dijo, de residencia, también cambia de estado, de forma, de extensión:
“Se alarga el día/ como mis ojos/ que se extravían/ escrutando el mar” (Taigi)
“Largas huellas de pasos/ en la playa de aquel largo/ día templado” (Shiki)
“El sol muere en la tarde/ y alguien pisa su sombra/ larga/ como la cola del faisán” (Buson)
Como el clima, el cuerpo es cambiante, y el haijin boga por esa diversidad. De dimensiones variables, él nunca es el mismo. Es otro, es su sombra:
“A caballo,/ mi sombra vagabunda/ se congela” (Bashô)
Incluso, en ocasiones, puede variar el cuerpo textual del haiku, abandonando la medida canónica de 5-7-5 sílabas. Como señala Roland Barthes, gracias a esta maleabilidad “tiende a quedar la notación pura, no versificada, no medida”.
Los cambios climáticos, según son vividos por el poeta del haiku, se entrelazan con la tonalidad anímica. Esa continuidad entre un paisaje que podría ser considerado interior y aquello que llamamos exterior, de la cual cierta literatura japonesa (especialmente en su rama femenina) ha dado testimonio, es la clave de algunos poemas:
“Quejarse y penar/ mientras florecen/ los cerezos” (Issa)
“Calor de infierno/ Da vueltas mi cabeza/ Restalla el trueno” (Shiki)
“Aguanieve/ infinita, impenetrable,/ soledad (Jôsô)
En tránsito, haijin y haiku (sintiente, sentido), dan cuenta de una existencia transitoria, mutable, impermanente. Pero también transitiva (traslaticia), mudable (vagabunda). Una existencia, en suma, transitable . Aprender a mantenerse en tránsito, a hacer transitable el camino, eso busca el haijin. Y ese es el descubrimiento del haiku, un poema casi transparente que se anota para dejar ver, a través de su leve aliento, la circulación a la que todas las cosas asisten. Observando el transcurso de su paso, así es como el haijin hace huella.
1.7 Fuera de camino
El haijin transita por fuera del camino habitual y puede llegar a parecer “fuera de camino”, como se dice para indicar aquello que no sigue un método lógico o que no está rigurosamente sujeto a las reglas preestablecidas. Si bien el haiku responde a un procedimiento retórico determinado, el mismo se asienta en una sentida atención del momento antes que en un acatamiento de reglas prefijadas (las reglas sociales para el haijin, las reglas retóricas para su poema). El camino del haiku, sin dudas, no es el camino razonante de una preceptiva (ni siquiera de la literaria) sino que es el razonable camino del sentir que, “fuera de sentido”, se abre una vez dispensado del aprisionamiento de un sentido apabullante cuya presencia no vendría más que a oponerse a la decepción angustiosa de un no-sentido.
Cuando el sentir es el criterio que se sigue, el sentido habitual de las cosas a menudo se deja ver gastado, marchito, caduco, y se vuelve urgente para el poeta revivirlo con palabras que lleguen a responder a la vibración de ese sentir . El sentir del haijin es, doblemente, un notar: apercepción y anotación. Doblemente, también podemos entender que el haiku es, como lo define Roland Barthes, “un tipo ejemplar de Notación del Presente" .
1.8 Salir al camino
Camino del medio no es quedarse a medio camino. Es ir hasta el fondo del asunto. ¿Y descubrirlo sin fondo?
Salir al camino es salir al encuentro, no de una verdad (universal) sino de lo que Hans-Georg Gadamer llamó “experiencia de verdad”, un evento (dice Gianni Vattimo) de “desplazamiento de la conciencia”, de “transformación-integración de lo nuevo con todo lo viejo que la conciencia ya era” . Experiencia de verdad es “experiencia verdadera”, dice Vattimo. En esta dirección podríamos delinear nuestra experiencia de sentido: hace falta actualizar la pregunta cada vez si la respuesta viene a darse en la experiencia. El sentido asentado en la experiencia pide, cada vez, revivir la experiencia del sentido. Una experiencia siempre inédita pide preguntar siempre por primera vez. De ahí la necesidad de re-preguntar a un texto, manteniendo viva su interpretación, aunque la pregunta sea, por lo menos en apariencia, siempre la misma: ¿qué sentido tiene?
El método koan, instituido por el zen Rinzai, al reiterar la pregunta por el sentido (de lo que, en apariencia, no tiene sentido, al menos no un sentido lógico y, en ningún caso, un sentido último o definitivo), conduce a la experiencia de sentido en lo que la misma tiene de único e inédito.
Como hace notar Alberto Silva, la palabra "realization", en inglés, mantiene su acepción performativa (realizar) pero quiere decir también "darse cuenta" (en japonés, satori), a lo cual aludimos cuando decimos “realizar” o “hacer la experiencia del sentido”. Darse cuenta, para Shiki, equivale a darse vuelta, hacer un giro :
“Fue darme vuelta/ y el hombre que cruzaba/ se hizo niebla” (Shiki)
Podemos suponer que, al tornarse de nuevo, Shiki volviera a verlo pero, claro, ya con otros ojos.
viernes, 27 de enero de 2012
El sentido del haiku (1), por Gabriel Caldirola
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