martes, 24 de enero de 2012

El amor en el haiku



En febrero 2012 tiene lugar la 21º Feria Internacional del Libro en La Habana. El martes 14 está prevista una lectura de haikus relacionados con el amor. En su blog “En clave de haiku”, el cubano Jorge Braulio Rodríguez (jorgebraulio.wordpress.com/) lanza una invitación: “Estoy haciendo una selección de haikus y senryus japoneses con esta temática. También me gustaría dar a conocer textos contemporáneos, escritos en nuestra lengua: si tienen alguno en el que esté presente de un modo u otro el amor o la amistad, pueden hacérmelos llegar. Los leeré en esa jornada con mucha gratitud, con el crédito que les corresponde como autores. Igualmente, si recuerdan otros de los grandes maestros, serán bien recibidos. Gracias anticipadas”. Ya lo saben aquellos que amasan tercetos: puerta abierta para meterse en tema.

El amor en el haiku es un tema que se las trae. Mi actividad actualmente se centra en el fructífero intercambio entre el Zen y las “artes japonesas” (entre las cuales la poesía del haiku: sobre este tema vean en este blog la completa antología que, como libro, se publicó en Argentina y España con el título “El libro del haiku”, editorial Bajo la Luna, Buenos Aires). Con frecuencia me llegan estas preguntas: ¿cómo se manifiesta el cuerpo en el Zen y en el haiku?; ¿dónde reside el amor en el Zen y en el haiku? Ambas cuestiones son oportunas y ahora las reúno porque en una perspectiva japonesa vienen estrechamente enlazadas. Tanto da de sí el tema del cuerpo y del amor en el Zen que pienso dedicarle el 3º tomo de una serie de cuatro que estoy redactando: se llamará “Zensualidad. Usos del cuerpo en la cultura japonesa” (el primer tomo se titula “Ruta del Zen hacia Occidente”; es de carácter histórico y antropológico; aparecerá este abril, también en Bajo la Luna).

Con ánimo de aportar, planteo unas pistas de reflexión. Perdonen que vengan en forma de lista.
- Buena parte de las confusiones y falsos debates sobre el tema del amor en el haiku proceden de la manía, típicamente occidental, de sopesar la historia cultural japonesa con las coordenadas propias de (maravillosas) tradiciones propias. Por ejemplo, la del “amor romántico” español, provenzal, italiano, shakespiriano, etc.
- Tiene razón Juan Carlos Durilén (recomiendo su blog: hojas-de-haiku.blogspot.com) cuando se manifiesta contrario a cualquier contagio del haiku por aquello que denomina “aluvión meloso”. Refiriéndose al evento de La Habana y reflexionando sobre las preguntas planteadas, me acaba de escribir lo siguiente: “Lo importante es preservar al haiku de algún aluvión meloso, característico de cierto tipo de poesía lírica y amorosa, más que abundante en todos los idiomas, creo. Para eso hay otras formas poéticas japonesas, aunque en el fondo considero que el haiku no tiene por qué mantener una situación tan extrema. Acaso a lo que se apunta es respetar el recato con que los poetas de haiku han abordado el tema amoroso, quizás como rasgo de la propia idiosincrasia japonesa”.
- Desde este prisma, se podría decir que a nuestro conocimiento escasean los “haikus de amor” en las antologías conocidas. Jorge Braulio tal vez está contribuyendo a llenar un hueco en el tema.
- Con todo, algunos haikus con “tema de amor” sí que hay. En su blog elalmadel haiku.php, Vicente Haya incluye este bello terceto de Isso:
kiri ni kanashi to // kokoro toke futari // soiyukeri
霧にかなしと心とけ二人そひゆけり
En la bruma tristemente // dos que caminan fundiendo // en uno sus corazones.
- Si no incurre (con todo derecho) en el aluvión meloso de la poesía romántica, ¿cómo entonces se entiende el haiku con el amor? Desde remota antigüedad, diversas tradiciones literarias y artísticas japonesas se explicitan en personas concretas, de carne y hueso, palpitantes, emotivas, deseantes, sintientes. He tratado este tema en un libro entero (“Libro de amor de Murasaki. Poesía de la Historia de Genji”, Pre-Textos, Valencia, 2008) y por trozos en este mismo blog. Naturalmente, el libro procede del texto de Murasaki Shikibu, “La Historia de Genji”, considerada la primera novela escrita en el mundo y, por Yasunari Kawabata, cumbre máxima de la literatura japonesa de todos los tiempos. Por eso parecen erróneas ciertas afirmaciones de Vicente Haya cuando dice: “En Japón no hay romanticismo”. Más lejos agrega: “En Japón el amor es una cuestión práctica: hay que encontrar pareja para contribuir al futuro estable de la sociedad”. Antes había sostenido que “En Oriente” (¡vaya generalización!) “el amor no es un asunto tan importante” (post del 16 de mayo de 2011). Horrible. En este punto su mentalidad atrasa. Me recuerda la tendencia a considerar a los japoneses como una humanidad extraña, ajena a la nuestra (traté extensamente el tema en mi “La invención de Japón”, Norma, Buenos Aires, 2000, actualmente agotado pero íntegramente disponible en este blog, en la columna “Sociedad japonesa”).
- Por ser eruditos, muchos poetas del haiku conocían la tradición amorosa y erótica cortesana de “La Historia de Genji” (que luego llegará al siglo XX con grandes poetas como Akiko Yosano). Incluso convivieron con la segunda tradición erótica y romántica nipona, esta vez burguesa, que arranca en la literatura de Saikaku Ihara (y que a su vez llegaría en el siglo XX hasta el barón Kuki), sin olvidar la aventura plástica de las estampas japonesas ukiyoe, igualmente contemporáneas de Matsuo Bashô. En otros grandes archivos culturales de la humanidad (por ejemplo: el alemán, el francés, el español, etc.) conviven sin forzosamente agredirse distintos modos de cantar el amor. ¿Por qué no ocurriría lo mismo en Japón?
- En muchos haikus late la emoción, late el corazón. El haiku a su manera es una celebración del amor, aunque es verdad que sólo a veces sugiere algo físico, o algo romántico. Nada en el haiku me parece ajeno a la manifestación de todo tipo de afectos. Sucede que el haiku (en esto, con fuerte influencia del Zen) manifiesta el amor por otras vías. Ya dije que el haiku se explicita (se encarna) en personas concretas. Pero no mediante el cuerpo robotizado por una mente cartesiana. Más bien como un sistema de compenetraciones en que la biología se imbrica a fondo con lo que hoy llaman “inteligencia emocional” y que, a través de los siglos, se fue manifestando también en Japón mediante los frecuentados (y a la vez elusivos) términos “kokoro” (corazón) y “shin” (impulso vital). Desde la era Heian (siglo IX), “kokoro” designa lo relativo al corazón, situado en la zona alta del “hara” o cavidad torácica: una mezcla de racionalidad (mente, perspicacia, pensamiento) y emotividad (percepción acompasada de cierta penetración de las cosas). Para Dôgen y sus seguidores, desde el siglo XIII “shin” se refiere, de forma conexa, al impulso vital, algo que designa la vida humana al par que especifica su insustituible personalidad. De haberla conocido, esta mezcla de shin y kokoro hubiera constituido una receta muy apetecible para el filósofo Baruch Spinoza, cuyo pensamiento vuelve hoy al primer plano del panorama occidental más rabiosamente contemporáneo.
- El intento práctico del “haijin” o poeta del haiku no es otro que vivir una vida de amor. Sólo que el haijin ni es una cortesana del siglo XI ni tampoco un burgués de urbes proto-capitalistas como Osaka o Edo en el siglo XVII y siguientes. Un haijin es usualmente hombre. Un hombre pobre (aunque erudito) que vaga por zonas rurales, sin morada ni posada, sin sostén económico, sin relaciones. Como nos enseña la sociología de todos los tiempos, los vagabundos encuentran muy pocas ocasiones para mantener relaciones sexuales. Incluso eso les ayudó (como a los cínicos alejandrinos, cinco siglos antes de Cristo) a centrarse en la inmediatez alimenticia del contacto con lo natural. Pero sin misticismo alguno, ni soflamas sagradas: los haijin eran hombres solitarios tejiendo la crónica del mundo que tenían delante. Eran simplemente poetas.

1 comentario:

  1. Quizá vivir el amor no se corresponda ni con el contacto físico ni con romanticismo alguno y sí con una forma de vida que a fuer de negar lo que no es amor, éste sea el principio de la auténtica com-pasión e inocencia.

    K.K.

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