Los autores de libros de autoayuda figuran entre los más conocidos por el gran público. Los textos de autoayuda (producidos por escribas famosos o desconocidos) ocupan, en algunas librerías que conozco, los anaqueles más visibles y voluminosos. Títulos urdidos por editoriales inmersas en dura competencia intentan atraer a lectores cuya atención, presuponen con exactitud, se centrará en aquellos que tengan tapa más atrayente, lema más prometedor y (si es posible) lomo delgadito. La extensión de la lista de libros de autoayuda que es posible bajar ¡gratuitamente! de Internet no deja de crecer (un solo elenco que acabo de consultar contiene los 300 más vendidos). Continuamente nos visitan celebridades que se sienten en posición de ofrecer la solución definitiva a nuestros problemas. Hoy mismo, por ejemplo un 14 de septiembre, en un estadio y en la radio, hace poco en parques y salas de conferencias, cada día en la televisión nocturna, podemos encontrar a alguien seguro de si mismo proponiendo respuesta a: cómo encontrar la Felicidad en Tiempos Difíciles, cómo entrenar la Mente en Siete Puntos, ¡cómo no sufrir más! O al menos, de modo más sencillo y doméstico, cómo evitar las emociones tóxicas, como eludir el autoboicot, ¡cómo quererme más!
Ni sombra de ironía en la lista que ensayo: el sufrimiento es algo demasiado serio para tratarlo con bromitas o posturas cancheras. Simplemente comparto con respeto una observación que he podido formarme con los años. En la mayoría de textos que conozco y/o he consultado para esta reflexión urgente, se procura atender a una demanda que tiene al menos dos características:
- se espera una ayuda proveniente de afuera (mucha autoayuda enmascara la fantasía de una intervención ajena, aunque sea la de los buenos consejos del autor, que a menudo de hecho son super buenos);
- se sueña con una ayuda que nos llegue a través de contacto, intercambio o conversación (parte de lo que nos hace sufrir nace de la convicción de estar solos ante el peligro, lo que algunos autores llaman con acierto "desamparo").
Como millones de otras personas he leído libros de autoayuda. Y al no encontrar en ellos la solución definitiva o la saludable compañía que buscaba, con los años voy comprendiendo algunas cosas que, de tan simples, pueden parecer ingenuas o tontas:
- lo que busco ya lo tengo conmigo (no digo: "dentro"; digo: "en mi", como parte de lo que soy, un simultáneo dentro y fuera);
- lo que voy encontrando es más ambicioso, más amplio, más hermoso y diverso que aquello de lo que creía carecer (eso incluye a las personas más importantes de mi vida que, ni delirando, hubiera sido capaz de considerar "próximas" y hasta "mías");
- lo que pueda encontrar en esta vida está relacionado (digamos que en un 95% de los casos) a factores internos, vale decir a mi propia disposición (encontrar no es otra cosa que ponerse a buscar);
- la búsqueda incluye la voluntad, pero ¡ojo! se lleva a cabo sin forzar, sin apretar los dientes, sin sentirse aplastados por la obligación o la necesidad de cumplimiento, sin imitar ciegamente a nadie.
¡Son cosas que tanto me gustaría decir en el Luna Park un día de estos!
martes, 13 de septiembre de 2011
Promesas de autoayuda
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