Comparto con algunos lectores del blog el hecho de ser lletraferit. En catalán significa escritor o, cuando menos, escribidor, en todo caso, y antes que nada, lector ferviente. Pero lo interesante, como siempre, es la letra que lo dice. Literalmente reza: herido por las letras. Por mi parte agrego: maltrecho, fracturado, lesionado por la intensidad de cada colisión con esas letras, como en un combate con otro ser vivo que, cuando es de ley, resulta difícil de tratar y esquivo ante cualquier manipulación. La relación con "las letras" semeja la de Jacob con el ángel. Con letras que dicen la vida uno suele chocar, forcejear, luchar. Las letras, cuando son de verdad, suelen herirnos, a veces nos hacen sangrar: son más fuertes que nosotros.
Lo que cuento son cosas que pasan, tanto más cuando se frecuenta el zen, tan sediento él de buena elocución, buscador incansable del "tono justo" del que hablaba Walt Whitman. A todo esto, ¿qué hace un lletraferit lector de este blog? Le escribe a otro, por ejemplo al que lo cultiva. Sigue un breve diálogo por mail de esta mañana.
Quería preguntarte, sólo por curiosidad (y si no es demasiada), cómo es eso de que te hacés el teisho (plática previa al zazen) y que eso se convierte en un diario? Es que después del zazen pasás por escrito lo que antes fue oral, o directamente hacés un teisho por escrito, o el diario es oral?
El zazen suele dejar al practicante en un "estado especial" (muy normal, ojo, nada lisérgico): en todo caso, fuente surgente de sensaciones, percepciones e ideas.
Reúne de todo, es torrencial: "oro y basura", dice un poema que me pasa cerca. Pero a veces descubre una pepita de oro: más de lo que a menudo uno se atreve a esperar.
Acostumbrado por el oficio de antropólogo, desde hace años llevo diario de cada sentada. Este diario registra (o sea: explicita = amplifica, ordena y desarrolla) el mayor o menor "goteo de iluminaciones", como decía Néstor Perlongher refiriéndose a la ayahuasca. A propósito: el zen constituye una auténtica droga: la ingerimos también por la nariz, aunque es gratuita y resulta completamente inocua.
Después de una sentada productiva, el oficio de diarista suele llevar un buen ratito.
En esta etapa de mi vida se transforma en ensayo. Hasta que en cualquier momento vuelvo a torcerlo hacia la poesía, como hice durante largos periodos. En ambos casos, es una práctica de escritura "a ras" de experiencia, en un cuerpo a cuerpo (Jacob y el ángel) del que brotan lágrimas, sudor y a veces sangre.
Desde hace muchos años uso cuadernos marca Rivadavia: renglones gruesos, evocación infantil; con un pliegue entra en el bolsillo. Algo que llega, algo que pasa, algo que queda fuera de cualquier solemnidad, de cualquier actitud de poderío. Algo crucial.
jueves, 21 de julio de 2011
Zazen: ¿llevar un diario?
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