martes, 21 de junio de 2011

Zen es ser maestro y ladrón al mismo tiempo


Por sugerencia de una amiga lectora, subo al blog esta historia hermosa. Pero sin ocultar que su lectura plantea un problema. Les pido que miren el breve video, seguro que les hace gracia. Y luego busquen si, de verdad, la historia misma no encierra trampa. Dicho de otra forma: lo contado puede ser tomado de varias maneras. Como han visto, es la historia de un ladrón que roba a un maestro chino. Pero luego el ladrón es apresado (por otros delitos, ya que el maestro retira su denuncia por el robo padecido). Al completar su pena, el ya ex ladrón se acoge a la maestría de Shichiri y consigue despertar.

Entre las maneras de entender hay una, casi obvia, por ser la de nuestro paradigma cultural: narra el continuo enfrentamiento entre el bien y el mal, aquí caracterizados como dos personas con rasgos en extremo contrastantes. En el primer round gana el mal. Luego la justicia empata al apresar al delincuente. Hasta que, en el tercer acto, interviene el factor discriminante, uno que hace que el bien se imponga: el generoso desprendimiento. Es una forma de contar una historia que bien puede ser real y hasta frecuente en nuestras vidas: pone al bien de un lado y al mal de otro, como dos entidades externas, diferenciadas, que sólo se conectan ya por colisión, ya porque el bien (adjetivado apócrifamente como amor al final del dibujito) disuelve en su seno al mal, igual como desaparece la gota de vino en un vaso lleno de agua.

Hay, sin embargo, otra forma posible de entender la historia, propia de una auto-observación realista (aunque por eso no menos amante de uno mismo y del prójimo). Consiste en entender que Shichiri y el ladrón conviven en el interior de una misma persona, que son sus dos principios sustentadores, que juntos le dan vida y la explican en su accionar. Lo anterior significa aceptar que:
a) mientras una parte de uno atesora, sin culpa ni complejos, (al parecer, Shichiri es un maestro de clase media, capaz de guardar sus ahorros en el cajón) pero, a la vez, con una mentalidad práctica y sin excesivo egoísmo (le indica al ladrón donde está el tesoro también para evitar inútiles violencias; sólo pide que deje algo para la comida);
b) otra parte de uno codicia y está dispuesta a traicionar la confianza, abusando de la buena fe depositada por quien ingenuamente le abrió la puerta: basta observar el decidido comportamiento del caco.

De modo que luz y sombra coexisten en nosotros. Bien y mal se entremezclan. Codicia y generosidad liman asperezas en los intringulis de nuestra mente, buscando un equilibrio, siempre inestable, que deje transitoriamente tranquilo nuestro corazón, mediante explicaciones si es necesario auto-complacientes. La visión del zen interviene con vigor para disipar tamaña ilusión. Buscando superar el dualismo de nuestro razonamiento, permite entender que ambos principios son parte de nuestro ser. El zen nos hace verlos dormir con nosotros, transitar en nosotros, charlar animadamente entre ellos, en la rumia de nuestro corazón.

Pero, atención: dichos principios no son exactamente el bien y el mal (sesgo moralista que adquieren en nuestra cultura los materiales discontinuos de nuestra persona; con parecido sesgo en la que es leída y editada esta historia tradicional china), sino los bandazos y barquinazos en el camino de la totalidad de lo posible, esa que imagina nuestra mente sin jamás detenerse. Porque tal vez el monje no es del todo "bueno" (¿cómo con tanto ahorro no fundó una ONG de educación de adultos y regeneración de cacos?). Ni, a pesar de su caracterización como pirata de novela de Emilio Salgari, el ladrón quizá no es del todo "malo": tiene la energía, la agresividad, el coraje requeridos para lanzarse a la búsqueda de lo que, según él, necesita. Y es tal vez la integridad de la búsqueda lo que reúne al religioso y al ratero: se reconocen iguales porque en el fondo se "afanan" en lo mismo. En lograr sin concesiones lo que consideran importante.

El santo cede, como un junco, al embate del otro. Como dice el final de un poema que me envía una practicante de zazen:
No se resiste
Se dobla, se repliega, se sacude
No se quiebra
No se niega


Por su parte, el villano acaba jugando el juego flexible y sencillo del junco. Acaba tomando la forma de un junco, a pesar de su panzota de bebedor de cerveza en alguna taberna de la costa sureste de China, en tiempos remotos que a la vez son los nuestros.

1 comentario:

  1. Aquí les dejo otro trabajo de animación que bien podría ir acompañado de algún haiku sobre pájaros de Yosa Buson

    http://www.youtube.com/watch?v=yCzq_8MCk2M

    Saludos

    n

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