sábado, 16 de octubre de 2010

Juventud: cierta forma de estar en un áspero mundo

La trenza de lectura y enseñanza propia de la vida me lleva a revisar textos de la novelista japonesa Mahoko Yoshimoto, rebautizada (por ella misma y desde jovencita) como Banana. Sus novelas informan sobre las rispideces de los años jóvenes en Japón, que la todavía joven escritora capta con honestidad y consigue expresar con un talante agridulce muy próximo, tal vez, a lo que en la tradición japonesa desde antiguo han llamado aware: un sentimiento emocionado y a la vez nostálgico de las cosas.

Hasta acabar la universidad (un tercio, o más, de la población comprendida entre 18-22 años recibe estudios terciarios de algún tipo), la sociedad japonesa otorga un permiso generalizado para jugar (asobu: juego, entretenimiento, relax, sensualidad, laisser aller, pasarla bien). En cambio, después de la universidad todo se torna envaramiento, rigidez, ausencia de sensibilidad y pensamiento (kaisha: la empresa omnipresente como espacio laboral y mental de quienes serán el resto de sus vidas empleados, subordinados; Akutagawa diría: engranajes). La literatura de Yoshimoto tiene de característico (e inimitable) el hecho de situarse en ese fugaz tiempo intermedio (que hoy día abarca desde finales de secundaria hasta la entrada a un empleo permanente) en que los japoneses pueden, todavía, reinvindicar sin vergüenza su calidad de jóvenes, sintiéndose autorizados para explorar el mundo con libertad de adultos y a la vez con espontaneidad (sin la presión de la razón instrumental y la productividad a toda costa). La conjunción de ambos factores (la vena un poco adolescente, la lucidez hiper adulta) los vuelve capaces de tomar entre manos (con valentía) una felicidad que, desde el punto de vista colectivo, saben (por repetida observación) que siempre está a punto de evaporarse.

Los characters de Yoshimoto representan, simbolizan, certifican, la creatividad de jóvenes que luchan (con suave tenacidad, sin bronca como en otros escritores, como Kenzaburo Ôe) por no ser adultos de esa terrorífica forma corporativa japonesa. No tienen complejo de Peter Pan, aunque se niegan a crecer (si por crecer se entiende embutirse en un molde o corsé a todas luces inaceptable). Ajenos al mundo de los adultos convencionales, normales (“yo no me considero en absoluto una persona normal”, reflexiona un personaje femenino), tampoco usan los modos violentos de ellos. Eso los hace funcionalmente débiles. Pero al mismo tiempo intensamente gozosos, dolorosamente despiertos, ávidos de luz, de vida y encuentro. En Amrita, la joven Sakumi aconseja “abandonarse con naturalidad al flujo de la vida, con la conciencia de que algún día moriremos”. Y abrocha con esta perla: “ese abandono, que llamamos cotidianidad, tiene un enorme poder de curación”.

Los personajes de Yoshimoto son conmovedores por su verosimilitud, aunque (o porque) son a la vez singulares, excéntricos, más de una vez chiflados. Y su verosimilitud pende del hilo de Ariadna de una búsqueda curativa del bienestar, sin pasar por el aro de los discursos establecidos, sin dejarse domar por una sociedad de normalización, al decir del filósofo francés Michel Foucault. Son personajes reales, posibles, atractivos en su concreción, entrañables en su osadía por buscar un espacio propio, hasta encontrarlo. Son chicos atrevidos creados por una valiente joven de 45 años. Si el tema les interesa, en este mismo blog pueden leer una nota aparecida hace un tiempo en el diario Página12, titulada Lady Banana.

1 comentario:

  1. Qué bueno! justo estoy leyendo Amrita para elaborar el trabajo de la facultad. gracias Alberto por ese hermoso Seminario.

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