viernes, 16 de abril de 2010

Me preguntaron: ¿qué dice el zen sobre la muerte?

Eihei Koroku recopila algunos mondo de la antigua tradición zen. Los mondo son intercambios verbales entre un maestro y un discípulo. Se trata de diálogos, aunque algo engañosos. Porque no lo son en el sentido de una conversación normal sino, más bien, en la acepción propia de la etimología griega del término: razonamiento cruzado entre dos o varias personas en torno a una cuestión (lo que cada uno aporta al esclarecimiento previsto es sumamente dispar, como veremos).

Aseguran que el diálogo siguiente pudo haber tenido lugar en el monasterio de Eihei-ji (en la lejana y montañosa provincia de Fukui), sede de Kigen Dôgen, fundador de la rama Soto del Zen japonés, allá por 1245. Es el mondo nº 32 y dice lo siguiente:
- La vida no tiene procedencia. Se limita a llevar hacia adelante. Hacia adelante una y otra vez. La muerte no tiene un más allá; conduce fuera, y fuera una y otra vez.
- En definitiva, ¿cómo es eso?
- Si la mente no difiere, miles de cosas son eso mismo.


Hay que entender antes que nada que es un trozo de conversación “editada”. A continuación, es necesario adjudicarle a cada interlocutor un tramo o trozo de este inusual peloteo: al hablar, el visitante manifiesta o delata un estado de la mente (digamos: un síntoma). El que recibe al otro y escucha lo aclara (vale decir: interpreta). Esta precisión, que es necesario hacer (pero que de algún modo resulta previsible), nos lleva a descubrir que el sentido del citado intercambio difiere si el maestro habla en 1 y 3, o si en cambio habla en 2 y 3.

De cualquier forma que “armemos” el diálogo (probablemente inventado y no por eso falso), las palabras empleadas denotan la dificultad que tenemos para situarnos ante un hecho que sin cesar nos desborda: eso (lo que pomposamente denominamos existencia) empezó antes que llegáramos a la vida biológica y la pensáramos (traduciéndola en palabras); eso sigue después que la muerte “nos saque” fuera de la comprensión habitual de los fenómenos (expulsándonos a los suburbios del universo del lenguaje, donde reina el silencio).

Hasta podría pensarse que un tipo de intercambio como el citado remite a la charla silenciosa entre alguien meditando y su propio torrente mental, al que asiste (¿impotente?; ¿impasible?) sin poder evitarlo o zafar. Porque, en última instancia, lo que el meditante observa fluyendo de su nariz no es más que su propia palpitación, ondeando (ella y él) en el océano azaroso de una respiración.

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