lunes, 7 de septiembre de 2009

7 septiembre 2009: Dilemas de un Japón que está naciendo


Japón se enfrasca en el siglo XXI inmerso en una paradoja: cuanto más alto cotiza Occidente la vastedad y eficacia de los recursos culturales nipones, más urgentes se vuelven, a ojos locales, graves disyuntivas sobre sus tradiciones nativas y el modo de relacionarse con el exterior. Lejos de aclararlas, las elecciones del pasado 30 de agosto, ganadas por el PDJ (Partido Democrático de Japón), las vuelven más agudas, más impostergables.

De forma diversa según los ambientes, el prestigio de Japón no deja de crecer en Occidente. Para algunos constituyó, en los años 80 y 90, un modelo de producción industrial alternativo al fordista (norteamericano) y al renano (alemán). Luego pasó a epitomizar, según otros, una estética posmoderna llamada a difundirse en el Oeste: minimalismo, manga y anime, arquitecturas como la de Tadao Ando, nouvelle cuisine a lo Shunjû Tsugihagi, moda vestimentaria a lo Issey Miyake. Sin que falten hoy día (más bien aumentan) quienes piensan que el zen contribuye al rediseño de un budismo capaz de reivindicar su lugar como nuevo humanismo del justo medio, ecléctico, pacifista y ecológico, en reemplazo de la tradición cristiana. El brillo que proyectan estas versiones de Japón lleva a un observador como Peter Slöterdijk a sostener que Occidente experimenta una asiatización cultural sin parangón histórico. Según aclara en su libro Eurotaoísmo, esta afirmación resulta especialmente cierta en el caso de Japón.

Que lo japonés esté de moda en Occidente llena de pasmo a los propios nipones, quienes no dejan de emitir dudas sobre su condición individual y colectiva. Se sienten urgidos a decidir riesgosos e inéditos caminos y tal vez los están intentando como consecuencia de los recientes comicios.

Japón solía practicar un modo de vida comunal, amante de proximidades y encuentros informales, pausado (al decir de Yasunari Kawabata), incluso lento (un poco según el concepto de Carl Honoré), un estilo marcado por la búsqueda sistemática del consenso. El país ha virado vertiginosamente hacia nuevas formas que ellos tildan con auto-ironía de individualistas. Un padre novel corre a casa después de la oficina, para ayudar a su mujer con el bebé y preparar la cena: bien puede ser considerado poco masculino por practicar maijomismu (de my home: preferencia por el domicilio en detrimento del lugar de trabajo, otrora sacrosanto). También entra en juego la ingesta masiva de gadgets de consumo y mentalidad occidentales, particularmente norteamericanos, de imbatible prestigio. Nace un diferendo: una parte de la población no duda en occidentalizarse, mientras que otra se mantiene nipona, vale decir amante de la tradición. ¿Cómo manejará el PDJ este diferendo?

Es que una fisura recorre la sociedad japonesa. No simplemente entre generaciones. También entre regiones (dependiendo del peso relativo de la cultura agrícola, según zonas que hasta ahora fueron exageradamente favorecidas por el PLD, en el gobierno hasta hace una semana). Y sobre todo entre medios sociales. Sigue siendo rasgo de pertenencia a una elite social la destreza en el uso y disfrute de recursos tradicionales japoneses, los do o caminos: ikebana (arreglo floral), chanoyu (ceremonia del te), haiku (composición de poesía), zazen (meditación sentada), etc. Para superar con éxito su examen de admisión a la Facultad de Medicina, un candidato debe reconocer al menos 5.000 kanjis (caracteres simbólicos de origen chino, reconvertidos al japonés). Un colega nipón, especialista en literatura, me confiaba hace poco no entender cabalmente a Kenzaburo Oé, “porque usa kanjis excesivamente especializados”. A la masa le quedan los periódicos, cuya lectura es posible dominando los 1.500 caracteres que enseña la escuela. O los folletos de electrodomésticos, caso para el que bastan 500 kanjis. En un punto, Japón se ha vuelto un país con riesgo de analfabetismo de retorno. Es posible que, con el nuevo régimen, esta antigua situación consiga ser reconocida como tal.

Un académico occidental se encuentra a menudo en la siguiente situación. Se le acerca un estudiante con calificaciones llamativamente buenas. Le invita a asistir al concurso nacional de kyudo (tiro al arco) en Kioto. De inmediato el docente imagina el cuadro familiar del joven: este vive en domicilio amplio, tiene dos hermanos y algún abuelo en casa, cena en familia, con padres muy presentes que preparan comida japonesa, practican caligrafía, cantan shomyo en el coro del templo budista o conocen el zen. La situación del hombre de la calle es bien distinta: apartamentos reducidos que ofician de dormideros, comida pre-cocinada, desinterés por su pasado, débil cultura de base, pobres resultados lingüísticos, irreligión (mushukyo).

Este contraste se observa en todos los países, se dirá con acierto. Sólo que en Japón concurren otros elementos: antes que el bolsillo (en plena crisis económica nacional y decadencia política del PLD, el país sigue empleando al 94% de su población activa nacida en Japón), el factor discriminante es el uso social de la lengua común. El acceso a universidades y empleos sigue pautado por el número de caracteres que maneja un candidato. Y es obvio que el hogar es (o no) sitio de una práctica constante y de emulación en materia de asimilación cultural. De forma que el dilema interno de Japón (en cultura y también en política) es el siguiente. O bien entrenar a las nuevas generaciones en aspectos de la cultura contemporánea como los mencionados al comienzo, favoreciendo fusiones creativas en los niveles superiores de la escala y pasivo consumismo occidental en los inferiores. O bien proseguir con la actual política de masificar los frutos del legado antiguo japonés, como los que acabo de citar, por medio de resúmenes escolares y mangas temáticos. ¿Qué camino querrá (y podrá) tomar el nuevo régimen del PDJ?

Difícil disyuntiva, a la que tendrá que enfrentarse el nuevo gobierno del premier Hatoyama. Seguir el segundo camino implica concebir la inculcación de la identidad nacional como un barniz de informaciones, recibidas con indiferencia y poco interiorizadas. La popularidad declinante de la institución imperial (a juzgar por sondeos de opinión que de forma trimestral publica la oficina del Primer Ministro japonés) ofrece un caso paradigmático. Otro es la aparición y desarrollo de lo que llaman “el cuarto alfabeto”: el uso generalizado del teléfono celular difunde entre jóvenes una nueva escritura que reduce el uso de kanjis, centrándose en una mezcla de hiragana (escritura silábica introducida en Japón desde el siglo VIII y durante mucho tiempo privativa de mujeres) y eigo (inglés, pronunciado y escrito según la peculiar fonética japonesa).

El debate sobre qué lengua preferir existe en Japón desde finales del siglo XIX. De tanto en tanto, el Ministro de Educación de turno hace circular un informe discreto donde se plantea la adopción del bilingüismo japonés/inglés. Esto ha sucedido en cuatro o cinco ocasiones. Pero cada vez la reacción en contra ha sido visceral y se ha impuesto el mantenimiento de un mito nacional basado en la igualdad de todos los japoneses: hijos de un mismo emperador, hermanos entre si, con igual raza, religión, territorio y por supuesto lengua. Si el rápido envejecimiento de la población obligara al PDJ a autorizar la entrada masiva de trabajadores extranjeros (entre tres y cuatro millones serían necesarios en 2030 para abastecer la hiper-tecnologizada industria local), el país no podría funcionar sin zonas de bilingüismo (en transportes, lenguaje laboral, mass media, administración). Lo que implicaría seguir taponando el acceso de las japonesas al mercado laboral (manteniendo discriminaciones en salarios y escala de ascensos), incentivándolas a volver al hogar y elevar la tasa de nacimientos (la más baja del mundo, en rivalidad con España). Un verdadero intríngulis.

Ya se ve que Japón está en vísperas de cambios internos profundos, algunos de los cuales afectarán profundamente sus relaciones internacionales. ¿Seguirá siendo un fiel (y algo cautivo) aliado de las conveniencias norteamericanas en la región, manteniendo pactos que ya cumplen cincuenta años y que Hillary Clinton se afanaba hace pocas semanas por elongar? ¿O profundizará otra tendencia, que avanza en círculos del desde ahora partido gobernante y sus aliados empresariales, hacia el re-centramiento de Japón en el Este de Asia, zona que incluye a países hermanados por la tradición confuciana en torno a China, como Taiwán, las dos Coreas y Singapur? Sean cuales fueran, las posturas diplomáticas niponas del siglo XXI acabarán congeniando con otras decisiones, domésticas (acaso a punto de tomarse) sobre qué significa ser japonés.

0 comentarios:

Publicar un comentario