domingo, 3 de mayo de 2009

Un hombre que llega, sostiene Marcelo Cohen (Posfacio a El Viaje, 2002)

El Viaje, Editorial Paradiso, Buenos Aires, colección Poesía

Aunque Alberto Silva no es lo que se dice un viajero, conozco pocas personas que hayan partido tantas veces. Silva partió de Buenos Aires cuando era chico, de Uruguay en la adolescencia, del amparo jesuítico en la juventud, de Chile cuando cayó la Unidad Popular, de la Universidad de París, de un ashram yoga en las montañas de Cataluña, del trabajo de guía en la India, de la Universidad Autónoma de Barcelona y ahora, que vive en Japón, amaga con partir de la sociología, que es su suave karma, y por lo que se lee en estos poemas podría partir de sí mismo...

...El hecho inoculto de que en la última parte de El Viaje haya alguien que está sentado, sin duda haciendo zazen, podría parecer gruesamente ilustrativo. Pero lo curioso es que el lenguaje de los poemas no va centrándose, ni disolviéndose en el silencio, como debería pasar por efecto de la meditación; más bien se resiste y hasta se inflama. El lenguaje entusiasta de El Viaje viene de algo más que la alianza entre inquietud política y atención al momento: parece un producto de la confianza en que el temperamento político, la aspiración de cambio, sólo inciden en lo real cuando comparten la misma decisión soberana que lleva a abandonarse a la proliferación del sentido, al azar, a la necesidad de que exista el azar; sólo cuando se entiende la libertad soberana como desapego de sí, como en la caricia, en el fuego, en la partida, como en cualquier derroche o sacrificio, y luego como un acto de entrega que da una forma inconmensurable, porque la entrega es justamente lo que prueba que no había nada que perder...

...Así es el zen. El zen dice: levántese, haga aguas, cumpla con su trabajo, coma y siéntese varias veces al día con la pelvis abierta, frente a una pared en blanco, a sentirse respirar; eso es el zen. Un día, nadie va a prometérselo, quizá encuentre que se ha desposeído y con eso habrá ganado la pertenencia a todo lo que existe...

...El desapego no tiene nada que ver con la renunciación. Una política zen de lo cotidiano es una poética de la dicha, y la dicha es abundancia no reclamada y es conceder el máximo valor a cada momento, no menos que hacerse cargo de los problemas que ocasiona cada momento. Los momentos son las verdaderas moradas, y cada uno arrastra todas sus condiciones...

...Tienta pensar que lo que Silva quiere impulsar desde la quietud es un ataque a la idolatría. Hoy practican la idolatría tanto los materialistas absolutos como los espiritualistas, que a su vez corrompen lo que fue el espíritu para los viejos monoteístas. La idolatría pide de la inmortalidad constancia de pago. De hecho no ven las imágenes. La idolatría espiritualista de hoy es antiestética y timorata, y al final cae en el dinero. Nunca producirá un arte que releve al de las viejas religiones. De eso tiene que encargarse la poesía.

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