domingo, 11 de noviembre de 2012

Kamakura

Japón tiene una historia interesante. Por un lado, gozó de unificación territorial mucho antes que los países europeos: desde el siglo VI tuvo instituciones significativas para toda la población (religión, habla y escritura), así como un esquema de Constitución política común, en 18 artículos, bajo el Emperador Shotoku (trece siglos antes que Italia o Alemania, por ejemplo). Sin embargo, el centro territorial, físico, de la por otra parte incambiada unidad japonesa se fue moviendo en repetidas ocasiones, al albur de sus grupos predominantes (no pasó lo mismo con Francia, que siempre consideró a París como su capital; ni con un Reino Unido centrado sin interrupción en Londres; y no olvidemos a Roma, tal vez la más antigua capital estatal de la historia europea). Hasta finales del siglo VIII, la unidad japonesa de Yamato tuvo sede en la actual ciudad de Nara. Luego se aposentó en Kioto, hasta finales del siglo XII. Pasó a continuación a Kamakura, durante cuatrocientos años. Desde el XVII y hasta la actualidad, la nación japonesa se asienta en Edo, que ahora conocemos como Tokio.

Las cuatro ciudades capitales mencionadas buscaron identificarse mediante rasgos que ellas mismas hicieron visibles (por creación propia o adaptando creaciones ajenas), a fin de mostrarse en cada caso como nuevo ícono del poder de la nación. Nara fue sin concesiones la ciudad del Budismo aristocrático antiguo (alberga la estatua del gran Buda, el Daibutsu). La imperial Kioto se desarrolló siguiendo la cuadrícula de un urbanismo de estilo tan chino que ni Pekín pudo nunca igualar. A su vez, Kamakura fue pensada como ciudad para la ostentación militar, sede del poder de los shogunes, réplica castrense de las civilizadas Nara y Kioto. Edo, finalmente, fue ciudad de comerciantes y cuna (junto con Osaka) del capitalismo comercial japonés ascendente.

Es interesante el juego de parecidos y diferencias entre estas cuatro ciudades (de tamaño muy diverso en la actualidad). El parecido les viene de la estética y en particular de la arquitectura: todas desarrollan cánones constructivos de antiguo origen chino, plasmados de manera ejemplar en grandes templos budistas, desde la época Nara. Las diferencias les vienen de la idea que el poder se hizo en cada caso de sí mismo. Así, el palacio imperial y las villas ajardinadas de Shugakuin y Katsura difícilmente hubieran podido nacer en una situación distinta que la de Heian, una corte imperial 'abocada' a concursos de baile y poesía. Tampoco hubiera podido aparecer en otro sitio que en Kamakura la matriz de monasterios Zen rinzai (ayer visité Kencho-ji y guardo una imagen fresca de lo que estoy diciendo) donde lo religioso y lo militar por un tiempo parecieron unirse de forma indisoluble. Ni hubiera surgido en otro sitio que en la Asakusa de la época Edo un 'barrio reservado' como Yoshiwara,  dedicado al ocio nocturno de los diurnos y despiertos comerciantes del este de Japón.


Ayer pasamos el día entero en Kamakura. Kamakura tiene la belleza (y en un punto la tiesura) del voluntarismo de un poder armado desdeñoso (al mismo tiempo) de la pompa imperial y de la blandura del Budismo cortesano. Construida desde el siglo XII prácticamente de la nada, es una ciudad muy poco religiosa (en el sentido del ceremonial budista). Fue puesta bajo los auspicios del espíritu shintoista Hachiman (dedicado sin ninguna timidez a la guerra). Y recibió orientación no de los obispados budistas de Kioto, sino de las 'usinas monásticas' de la ascética rama rinzai, tan llena de confianza (como siempre se ha mostrado) en la concentración potente, el auto-dominio personal y un desdén torero por la muerte. Era lógico que el poder shogunal se enamorara de una rama del Zen tan propicia para el auto-dominio de la persona y, a la vez, para la imposición de su voluntad sobre los demás. Era de esperar que le dedicara a 'ese Zen' tan hermosos templos, tantos afanes oficiales. Era previsible que un gran escritor como Yasunari Kawabata, enamorado de la tradición japonesa, haya elegido a Kamakura como su domicilio: a sus ojos, la ciudad expresaba, desde un punto de vista moderno, el sueño de una nación a la vez estética y estoica, a tono con la vida y la escritura del gran escritor que muchos habrán leído.

Que Kamakura haya 'surgido de la nada' se nota en la nada tímida reutilización de grandes íconos de épocas anteriores, a beneficio propio. De Nara toma, por ejemplo, la enorme estatua  de Buda, un Daibutsu que hoy día puede admirarse en sitio destinado especialmente a visita y admiración (pero se trata de un ícono más pequeño que el realmente gigantesco del parque de Nara). También toma la idea de un gran santuario, como el de Kasuga, precedido por una prolongada entrada procesional: en el caso de Kamakura, el santuario se denomina Tsurugaoka Hachiman-gu. Ejemplos de préstamos de Nara podrían multiplicarse. En cuanto a Kioto, ya mencioné la fiel utilización de la arquitectura templaria de origen chino: lo que agregó el shogunato fue la inmigración directa de maestros chinos a fin de liderar un Zen de estilo rinzai adicto al poder. Estos maestros venidos del continente presidieron una serie de cinco momasterios, réplica sutil y velada de las 'Cinco Casas' del Zen rinzai de Kioto. Se le parecen en todo, salvo por la distancia mantenida con lo vernáculo mantenida en Kamakura, la cual en Kioto se había anulado desde el siglo XI.

Una cosa que siempre me llamó la atención en la configuración espacial e ideológica de Kamakura es el carácter profundamente arreligioso de los poderes dictatoriales (sirva comparar con dictaduras europeas, como las de Franco, Hitler o Stalin): los elementos de carácter religioso son manipulados por ellos con vista a mantener y acrecentar su poder. En el caso de Kamakura, resulta muy ingeniosa la combinación de Budismo y Shintoismo, que se expresa con nitidez en el emplazamiento de santuarios (shintoistas) y templos (budistas). Y sobre todo, se revela en la reutilización del Zen como instrumento en manos del poder del clan Hojo (cuna de regentes durante casi dos siglos). Fue el primero de sus patriarcas quien propuso al patriarca Dôgen residir al menos un tiempo en Kamakura, para que este le contara las maravillas del zazen, innovadora aportación del Zen soto en esos años. Se trataba de una situación similar a la ilustrada por aquella famosa frase: te haré una propuesta que no podrás rechazar. Dôgen compareció, a pesar de estar enfermo (tenía 52 años y murió un año después) y a pesar de las airadas protestas de su propia comunidad del templo de Eihei-ji (¿en qué queda el carácter universal y popular del Zen?, se preguntaban). No conozco crónicas sobre qué conversaron Dôgen y Hojo. Pero hay un hecho cierto: nunca, durante los ocho siglos siguientes, volvería a repetirse una invitación de esas características a un referente del Zen de estilo soto, por parte de gobernantes japoneses pasados o presentes. Esto lo digo con alivio.

6 comentarios:

  1. !Que interesante estimado Alberto ,genial guia en este descubrimiento de Kamakura....Rama zen propicia para el auto dominio de la persona....
    Te haré una propuesta que no podrás rechazar...estas frases me hacen re-capacitar mucho en el "poder" en el dominio del "auto-poder"el dominio de sí..Fuocault(estoy estudiando)y de los otros.(Hermeneutica del sujeto)encuentro el poder del"lenguaje"de la palabray de el peso con que llega al auto-conocimiento de sí..tema más que apasionante ,del que como tu sabes(mejor que yo)es una practica constante...
    -Estimado :no se si soy lo suficiente--mente clara en mis discurso.Este poder,es lo poderoso que permite que a travez de los tiempos "perdure"en lo eterno,siempre semilla en gestación para continuidad....de generaciones.
    perdón si no soy clara en los términos
    Maria

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    hace años leí traducciones al inglés de haiku de los maestros
    hice mi propia antología, la traduje al español y se publicó una selección en
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    Entiendo los intermedios, pero esa pequeña edición de bolsillo tal vez pudo sensibilizar a mucha gente
    con esa poesía indescriptible que es el haiku...
    Gracias y un cordial saludo
    Margarita Schultz (schultz.margarita@gmail.com)

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