domingo, 13 de mayo de 2012

El Zen intenta no chuparse el dedo

Los avatares de ser padre me llevan a Barcelona, lugar de nacimiento y ahora residencia de mi hija menor. Claro que para mi Barcelona es, además, la ciudad donde viví durante más de veinte años y en donde (man)tengo multitud de afectos. Una de esas querencias se refiere a "la cosa pública". Esta se agita tremendamente: este martes 15 de mayo se cumple un año del nacimiento del movimiento de los indignados y se suceden las "manis" preparatorias: ayer, entre las de Madrid y Barcelona juntaron muchos miles de manifestantes (entre los 50.000 de la policía y los 250.000 de ciertos organizadores, tal vez me quedo con una multitud de 100.000). O sea: estos vamos del brazo caminando hacia abajo, mañana seguimos de la mano caminando hacia arriba. Mantenemos una módica esperanza de "hacer camino al andar". 

Todos han escuchado hablar de este "movimiento social" pacífico: sus adherentes cubren un amplio espectro de géneros, generaciones y estratos sociales. Vigoroso por su sentido testimonial es frágil, en cambio, por su resistencia a transformarse en "movimiento político" (partido o similar). Me sorprende esta asociación de gente furiosa que no pega ni quiere por ahora premeditar sus límites. Tal vez por eso (o a pesar de eso) sigue alimentando muchas discusiones en la ciudad. Se trata de conversaciones de sobremesa, de café, de cola del mercado, de autobús: ¡qué discutidores respetuosos son los habitantes de Barcelona!, ¡cuánto tenemos que aprender de ellos en este sentido desde un país como Argentina!


Pero bueno, aquí la situación está que arde. Los que más lo explicitan son los jóvenes. Y los menos jóvenes escuchamos, nos instruímos, nos vamos abriendo a formas eventuales de entender la cosa pública. En algo aciertan, a juzgar por la inquina con que el establishment los trata (o más bien los destrata): los considera peligrosos, terroristas (desde hace días, las autoridades locales avisan que no tolerarán las manifestaciones: pero visto lo pacífico de ayer, las autoridades aflojaron la mano y hasta el martes tendremos acampantes en la mismísima Plaça Catalunya). Cuanto más ordenan apretar esta (repito: ¡pacífica!) protesta social, fuerza pública o prensa mediante, tanto más "familiares" se tornan las manifestaciones. Muchos van a las convocaciones con su prole: a las razones propias de los grandes como yo, se suma el instinto de proteger a los más jóvenes, víctimas de la incomprensión de los que más tienen y actúan escondidos detrás de los uniformados. Con más conciencia del riesgo que sus propios hijos, ayer muchos maduros no dejaron de asistir a las manifestaciones, intentando desviar alguna agresión dirigida a los más jóvenes. Como siempre: mucho más si estos no están bien vestidos, si son pelilargos y, no digamos nada, si se ven morochitos o moritos: ¡aj, eso si que no!


¿Cómo entra el Zen en este tipo de cosas? Desde hace años observo en Japón que, cuando se dice "Zen", se puede estar hablando de dos cosas distintas. Una sería la estética exquisita de numerosas tradiciones japonesas, mantenidas en el museo de las glorias nacionales (en un post anterior aludí a los kare sansui, jardines secos de Kioto y otros sitios): personalmente me deleito con ellas, pero a menudo echo a faltar que se involucren "en este mundo" y se mantengan en un "más allá" abstracto. La otra forma de entender el Zen me lleva a recordar a conocidos nipones que traducen la compasión del Bodhisatva en solidaridad activa, en temas espinosos como: lucha contra la proliferación de la energía nuclear, la contaminación ambiental, el karoshi (síndrome de muerte súbita por extenuación), además de otros problemas que, como no podría ser menos, aquejan a Japón y necesitan de muchas conciencias activas para reconocerlos y buscarles solución. En mi fantasía, un Zen occidental, hispano o latinoamericano, con naturalidad formaría parte del pujante movimiento de los que reclaman mejoras inaplazables de diversos tipos. Si así actúa, se verá inmerso en discusiones en las que puede perder algunas plumas. Es mejor saberlo de antemano.

4 comentarios:

  1. ¿Se puede hablar de cómo entra el Zen en este tipo de cosas o, más bien, se trataría de ver cómo entran en estas cosas los practicantes del Zen suponiendo que una caracterización fuera posible?. Porque hablar de que en el Zen hay una forma de actuar, incluso una forma de ser, es, a mi parecer, limitarlo.

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  2. Tu pregunta me parece muy buena. De hacerme la pregunta de esa forma, también yo me decanto por la segunda opción,la que planteas. Entonces, ¿por qué entonces formulé aquella pregunta? Si el Zen quiere colindar con el mundo real, sus cultores o practicantes frecuentemente se sentirán tironeados por opciones que a veces conversan amigablemente y otras se oponen con rudeza. El practicante no elude el conflicto (acabo de sostener en el facebook un lindo diálogo sobre el tema). Pero sentiría que traiciona el ideal del bodhisatva si, de puro eludir la inevitable pelea, acabara evadiendo una actuación compasiva e inteligente. A propósito elegí ejemplos de Japón, sociedad en la que los "zenistas" sensibles buscan distinguirse de religiones anegadas en un ritualismo ausente de la vida concreta. En el camino pierden plumas. Yo mismo tal vez pierdo plumas al no evitar plantear algo que las circunstancias me ponen por delante: un conflicto aquí, otro más allá, y un camino largo (el mío) que baja y (no) se pierde...

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  3. Me parece bien que cada uno actue de acuerdo a su propia naturaleza. Cada acto de nuestra vida puede transformarse en un rito, pero eso es muy difícil para la mayoría de nosotros. También es importante no confundir actividad con acción: el sol actúa por su mera presencia. Dejar abierta la posibilidad al wu-wei.
    Saludos

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  4. Veo que vamos por el mismo río (¿en el mismo bote?). En un proyecto colectivo en curso entre practicantes de zazen, un trozo del capítulo 10, Makusa (no-hacer), dice más o menos esto. Quizá viene a cuento:
    "Digamos que zazen es un hacer-sin-hacer. En estricto rigor, zazen no es algo que nosotros “hagamos” sino algo que “nos pasa” (o mejor dicho: que puede pasarnos, cuando todo va bien) mientras estamos sentados meditando. Al mismo tiempo, ello acontece únicamente si estamos en presencia de una movilización generalizada de la persona: zazen ocurre sólo cuando desaparece de nosotros la inercia (esta resulta incompatible con el factor interior del despertar). Para que “se haga” (se produzca) en nosotros, zazen necesita igualmente en nosotros la progresiva disolución del paradigma del mandato: de la intención, del precepto, del deber, de la culpa o de la obligación (y varias otras formas de nombrar esa forma de auto-boicot). De modo que uno va asumiendo el zazen con un talante cada vez más espontáneo. Considera al zazen parte de un funcionamiento independiente de cualquier circunstancia exterior (en términos personales y/o sociales). Lo curioso es que ese fruto no buscado acaba haciendo posible una actuación práctica inteligente y significativa"...

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