lunes, 30 de abril de 2012

En la 116

El inolvidable poeta brasileño Haroldo de Campos sostenía que alejarse del lugar habitual enardece la pertenencia a las cosas de siempre. Le tocó pasar una Navidad escribiendo una serie de poemas emocionantes que llamó "Renga en New York". ¿Pero cómo es posible dado que renga designa un "poema escrito a varias manos"? La explicación es que Haroldo había concertado cita con otros poetas. Pero, para su desgracia, ¡le fallaron! Y decidió lanzarse solo a tejer ese largo renga, una tirada de versos en cadena, ejercicio poético que recuerda a la payada rioplatense (pero que a él lo remitía a su propia soledad de extranjero en la Gran Manzana). Por mi parte, alejarme (aunque sea a la mínima distancia del bar frente a mi casa...o a la distancia nimia de la nariz, durante el zazen) me ayuda a acercarme. Seguro que a otros les pasa lo mismo.

Estos días, las circunstancias me (a)traen a Nueva York, concretamente a la calle 120th, esquina Amsterdam Avenue, lugar de reminiscencias para mi. Es la dirección de mi hija mayor, desde cuya casa escribo. Y es el vecindario de Haruo Shirane y Bernard Faure, de lo más grande que existe en materia de investigación en literatura japonesa (el primero) y en fundamentos del Zen japonés (el segundo). "Morning Side Heights" se extiende entre el Upper West Side y Harlem. Entre los parques Riverside y Morning Side se desperdiga un vecindario que en buena parte es propiedad o usufructo de la potente Universidad de Columbia. La zona rebosa de estudiantes y, dato no menor, volvemos a comer auténtica comida japonesa, comparable a la del archipiélago nipón.


¿Qué pertenencia intensifica la distancia? Los sabios antiguos decían: Coelum, non animum, mutant qui trans mare currunt. Los que surcan caminos de agua (eran tiempos previos al avión) no cambian de humor, sino solo de traje o paisaje. Uno (ware) carga consigo mismo en la valija: uno se lleva a cuestas cuando sale de viaje. En consecuencia, uno se sienta a meditar con el equipaje mental de costumbre, aunque cambie el color de la pared o el tipo de ruido ambiente (escaso en este caso, con relación a Buenos Aires). Evoco sin querer a los latinos: uno fluye, se desliza o navega por un cauce fluido de agua. Porque el camino de que habla el Zen no es más que lento transcurrir acuático: el meditante flota en la humedad de su propia respiración. El cambio de paisaje se transforma en paseo, en motivo de nuevos encuentros, en "distracción" (liberación de ataduras espaciales; en la otra orilla que "atracción", la cual implica un gesto o impulso de fusión). No soy de los que "extraña" o añora. Me limito a reanudar mis pertenencias cuando se alejan un poquito. Así comprendo que mis "querencias" en parte son geográficas (¿cuánto Japón, cuánto Buenos Aires?) y en parte personales (mis queridas hijas). Alejarse es, así, el trámite necesario para acercarse, lo cual juega (el amor es un juego) en ambas direcciones. Esta oscilación permite que confluyan lugares y afectos familiares, los que (para seguir con la metáfora inicial) pueden nuevamente "encadenarse": cada verso o camino se anuda con la vía o palabra siguiente. ¿Complicado? Más bien complejo, como lo real.

2 comentarios:

  1. Gracias por sus notas ,disfrute de sus hijas y de todo el resto,pero, no deje de salpicar nuestras vidas con el sal de su sabiduria.
    no estoy en "fv" pero le deseo lo mejor.cordial abrazo Maria

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