Como una planta, el seminario que hoy termina (sobre la experiencia del zen) tiene algo de organismo viviente. Lo suyo es crecer y manifestarse según su modalidad. El zen está atento a cualquier manifestación de lo vivo: de lo vivo hace su agosto, su premura, su tema.
Ocurren conversaciones orales, que a veces transcribo. Y ocurren comentarios vía mail. Como este, honesto y real, propio de quien quiere seguir de cerca la jugada (perdonen la metáfora futbolística), la jugada de la propia existencia. Sigue lo que ella/él dijo (editando levemente el texto como siempre, para preservar el anonimato) y algo que tal vez podría corresponder (no trato de responder, sólo de aportar intercambio).
Alberto: Quedé pensando mucho lo que usted refirió acerca del "Maestro", del alumno o discípulo y...bueno. Muy claro pudo usted poner en palabras lo que yo voy viviendo sintiendo, aprendiendo, e incluso buscando ((alude a la afirmación de que "cada uno es su maestro")).
Es un profundo momento en el que uno se encuentra en un barranco, debajo; un angosto camino, escarpado, desértico. Y al mismo tiempo vislumbra una vista maravillosa de altas cumbres, que se confunde con la visión de lo lejano y también de lo cercano. En los distintos puntos de este círculo, que percibo como vida, me encuentro enfrentándome con la valentía de buscar, como usted dijo, apoyada en mí como único eje .
Suele hacerse difícil. Y la pregunta que siempre acecha es la misma: ¿será así?; ¿estaré bien o erro el camino?
Los monjes del cristianismo hablan de "discernimiento de espíritu", buscado desde el más profundo silencio, ante la presencia de Dios, en espera...abandono...ascesis.
¿Podría usted decirme si en lo referente a la búsqueda dentro del Zen (o: a partir de; o sostenido por la técnica y el alerta de la mente en espera) se puede reconocer/sentir, entonces, el camino como algo claro y correcto (si es que se puede usar el término "correcto" en estos temas o intereses)?
No dejo de sentir una profunda semejanza o paralelismo entre estas dos búsquedas o experiencias, pero al mismo tiempo temo estar confundiendo.
¿Qué agregar a lo que va bien encaminado? Con suerte, el suplemento de una glosa. Zen es discernir lo que se vive. Toda vida (hasta la más apegada a su naturalidad e incluso la que consigue acercarse materialmente al llamado mundo natural: por ejemplo viviendo en un paraje agreste) deja de ser animal cuando el que se abandona a la vida (a eso invita el zen) se mira vivir (eso busca el zen). En esa línea, un primer sentido de discernir es mirar hasta ver (miru). Una creciente capacidad de observación nos ayuda a que se precise (mental y emotivamente) la dimensión de lo que vemos. Ahora bien, discernir es también aclarar la contextura del mundo y de nuestra experiencia en él (el tan mencionado satori viene de satoru: comprender abarcativamente, contemplar). En la tradición oriental, todo eso se resume en el término prajna, una combinación de sabiduría, penetración, contemplación, inteligencia emotiva, intuición (sin que esté completa esta caracterización, de intención simplemente fenomenológica).
¿Qué es, entonces, lo que se nos "aclara"? Que somos aquellas gotas de tiempo de que habla Dôgen, opción suave para designar algo que dicho con rudeza ya nos gusta menos: somos nadadores sin flotador, no tenemos seguro de viaje, ignoramos qué meandros toma el río de nuestra vida, no conocemos el futuro, no sabemos qué va a pasar.
¿Es esta una condición inquietante? En todo caso, es propio de una condición libre. Lo que significaría que ser libre consiste en bancarse, entre otras cosas, la inquietud de no saber a ciencia cierta si uno va o no en dirección correcta. Ser libre ayuda a despejarse: no hay que dormirse porque uno se ahoga; uno no puede distraerse porque se arriesga a confundir la ruta. El zen contribuye al despertar, según se dice. ¡Y sí!, hay que estar despierto, incluso en el sentido más pedestre del término. Dice Taigi en un haiku:
Se alarga el día
como mis ojos
que se extravían
escrutando el mar
Esa condición de caminante escrutador es dramática (del griego drama/dramatos: alude a la inevitable actuación que nos corresponde en el oficio de vivir; la palabra griega incluye la negación a escabullirse, el deber de subirse al escenario y ser agonista). Pero no es trágica: si nuestro camino es inseguro, no hay razón para pensar que acaba en el abismo, en el despeñadero. Caminar nos aproxima a nuestra verdad humana, nos hace sencillos, facilita la relación con los demás, agiganta la capacidad para disfrutar de todo lo que vemos o tenemos. No sabemos en qué acabará todo este asunto de la vida, es cierto, pero el sentido de la fruición (que aguza en nosotros el zazen, ese cuchillito en manos de un niño bizco de emoción que pela una fruta madura y le arranca bocado) nos hace sospechar que, de haber felicidad, ella reside en la generosidad del momento presente. Por lo que el marchar errabundo a cada instante se transforma en paseo esperanzado. Lo dice Otsuji, otro haijin:
Entre la lluvia, apenas,
entre ramas diviso
un caminito
que lleva al mar
El mar es el regazo de lo inmenso. Extiende su falda hasta nosotros. No hay nada que temer; hay todo para recibir, para reposar, para abandonar, para dejarse llevar. Ahora bien: no le pidamos explicaciones que no nos dará. El mar, esa abuela amorosa, nos deja flotando en la ignorancia.
jueves, 10 de febrero de 2011
Zen es prajna
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