viernes, 9 de octubre de 2009

Mishima. El señor de las máscaras


















Escándalo de la ambigüedad
A comienzos del siglo XXI, la obra de Mishima sigue escenificando, como pocas, el intríngulis moderno nipón: dos almas, oriental y norteamericana, reunidas en equilibrio impermanente. Mishima certifica la contigüidad del agua y el aceite, condenados a compartir recipiente sin conseguir alearse ni alejarse. El gesto vital de Mishima repite uno típico de Japón: labrar su identidad apoyándose en principios culturales antitéticos: tradición y modernidad; perennidad de lo natural y fugacidad del artificio tecnológico. Como devolución, y sin que nadie lo deseara o premeditara, la cultura japonesa se condensa en la vida sintomática del escritor Kimitake Hiraoka (conocido por Yukio Mishima): lentitud y aceleración; Eros y Tánatos; y en su caso, hétero y homosexualidad.

Mishima hizo que afloraran antiguas fantasías de millones de compatriotas suyos. ¿Por qué, entonces, cosechó tanto rechazo? Es que todo eso Yukio quiso hacerlo explícito, público, querible en/por sus contradicciones y, como si fuera poco, argamasa de una estética nueva, mestiza. Al punto de ser tomado como provocador, como perverso. Mishima dio carta de ciudadanía a algo genuinamente japonés: la ambigüedad como sentimiento básico (y trágico) de la vida, aplicable no sólo a la sexualidad sino a los demás tramos de experiencia: religión, modo de vida, afiliaciones políticas y estéticas, arraigo en el terruño. Ahora bien, la ambigüedad suele llevar al equívoco y eso no deja de avergonzar a los nipones. Han buscado soterrarla, silenciarla, bajo capas y siglos de convencionalismos, eufemismos, falsos argumentos y erudición vana. A base de sigilo, esta sociedad elude el sufrimiento de enfrentar algo que sabe propio, pero cuyo fondo no entiende: finge que su sistema cultural cierra, incluso mientras vuela hecho pedazos; argumenta claridad, incluso cuando imperan los velos y las sombras. Mishima fue quien destapó en la posguerra la caja de Pandora de las ambigüedades de su patria. Las hizo explícitas, aunque sin buscar resolverlas, ya que para él no había nada que resolver (sólo bastante que asumir). La reacción de muchos lectores ha sido, sigue siendo, escandalizarse por la completa libertad de expresión de quien igualmente consideran representante conspicuo, eso sí trasmutado de a poco (quizá por su descaro) en anti-héroe nipón por excelencia. Mishima, y el arte de Mishima, funcionan como conciencia turbia de la sociedad nipona, y hasta como una pesadilla de la que pocos aceptan hoy hacerse cargo. En 2009 se celebran sesenta años de la publicación de Confesiones de una máscara. ¡Que lo recuerden si quieren en el extranjero!, parecieran decir con su actitud. Porque en Japón la gente ni se entera.





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