jueves, 6 de agosto de 2009

6 agosto 2009: Hiroshima


He visitado el Memorial de la Paz en Hiroshima en diversas ocasiones. Solo, en ambiente de peregrinación. Con la complicidad de mi mujer. Acompañando el emocionado bullicio de mis hijas. Con grupos de turistas. Cada pueblo se dota de emblemas para celebrar la paz evanescente. O para ahuyentar la pesadilla del exterminio. Todo pueblo yerra a veces, porque es humano, y en ocasiones llega a imaginar que hay ejércitos buenos, o que hay pueblos enemigos. Pero cuando ha sufrido la humillación y el exterminio de la bomba atómica sólo se le ocurre, como al japonés, callar y meditar en silencio, ir a visitar los restos calcinados y reconocerse en el propio dolor. Y en el ajeno.

Hoy, 6 de agosto, se cumplen 64 años del bombazo. A estas alturas, entre los historiadores existe amplio consenso para explicar dos tipos de hechos.

La primera serie de hechos se refiere a las circunstancias precisas del lanzamiento de la bomba atómica: su premeditación destructiva (Hiroshima está envuelta en colinas, lo que acentuó el buscado efecto invernadero), el hecho de que Japón llevara semanas enviando mensajes de rendición no atendidos; la conveniencia científica e industrial de, por primera vez, chequear in situ el alcance exacto de la deflagración; la minuciosa red de engaños con vistas a diseñar un escenario en apariencia irremediable; la ocultación de los daños verdaderos. Japón pide disculpas cada año en Hiroshima por sus crímenes de guerra. En cambio, nunca se han escuchado disculpas norteamericanas.

La segunda serie de hechos tiene que ver con los cambios mentales y sociales que se produjeron en Japón como consecuencia de la bomba. El nipón es un pueblo que tuvo que pasar página y sacar consecuencias favorables para la paz y convenientes para el desarrollo de la hegemonía norteamericana en la zona. Esto ayuda a explicar numerosas imágenes chocantes que persisten y que detallo. El Emperador Hirohito proclamando algo nada obvio para los japoneses: que era humano, como cualquier persona. El pueblo japonés vitoreando en las calles a los ocupantes y haciendo flamear banderitas norteamericanas. El general McArthur opinando lo mismo que, cuatro siglos antes, San Francisco Javier: que este pueblo también es pacífico, sutil y cultivado. La burocracia de anteguerra, repuesta con disimulo en antiguos sitiales, simulando bregar por una reforma a la norteamericana, aunque de rondón instaurando el mismo y antiguo sistema de autoridad de corte confuciano del pasado (sutileza, ésta, que los ocupantes no percibieron).

El archivo de la memoria preserva la imagen del hongo de la bomba A. Se trata de un ícono de fuerza parecida al hombre alunizando o al Che fumando puro. En retaguardia de la imagen de archivo queda, sin embargo, un pueblo que sigue sin aceptar lo que pasó y sin comprender del todo su contradictorio proceder. Ya estamos lejos del bombazo, pero queda todavía mucho por reflexionar sobre Hiroshima.

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