jueves, 9 de julio de 2009

9 julio 2009: Barbijo


Estampa de Japón en tiempos de emergencia sanitaria. La prensa enfoca multitudes: oleadas de gente enmascarada, cuerpos tiesos dentro del uniforme laboral, ojos casi cerrados por el resfrío o el sueño. En contraste, la joven de la foto pedalea por una calle solitaria, con aire alerta. ¿Seguimos estando en Tokio?

Cuando hace falta, voceros oficiales emiten consignas que unifican a la población con una rapidez difícil de alcanzar en otros lados: la administración pública no admite dilaciones. Algo así trasunta la foto (de Silvia Falcoff). La chica al parecer sigue las reglas: se siente tranquila, protegida, avanza sin apuro, conoce su camino. Pero la foto insinúa otra cosa: su prevención del riesgo no se limita a crisis o a aglomeraciones. Y puede que la chica vaya a trabajar con barbijo cada día: no contagiarme, no contagiar. En Japón no hacen falta campañas para que la gente siga la corriente. El tapabocas es aceptado como parte de la normalidad. En esta ocasión: una normalidad mórbida.

Pero, de pronto, el barbijo de la joven cambia de función y se transforma en artilugio estético. Tocamos algo interesante: en temas de imagen propia, un japonés vive en estado de alerta permanente. ¿Cómo me perciben los demás?: un barbijo intachable forma parte del decoro personal. La chica vive en una sociedad donde todos escrutan a todos, aunque muchas veces no se dirijan la palabra (por eso sobreabundan fotógrafos captando en silencio la imagen ajena). La primera conciencia de los nipones es que hay otros rodeándolos, (re)(con)figurándolos.

En tanto delata algo propio, conviene que el barbijo estéticamente se sostenga. Pero al mismo tiempo oculta la plenitud del rostro, dando alas a la insinuación. Aparición/desaparición: este vaivén permite que entre en juego el estilo. La joven ciclista lleva un abrigo caro, medias negras impecables, un corte de moda, bolsas de tiendas finas, tal vez pendientes de perlas Mikimoto. El barbijo centra la atención en un punto, pero luego la expande a toda la escena: nuestros ojos potencian la mirada que ella proyecta a lo lejos, y a continuación realzan la elegancia de unas piernas que hacen algo más que pedalear: se exhiben, o se asoman apenas, entre matices ínfimos del negro. ¿Piensa la chica en el vestido que se pondrá a la noche, en una cena afuera, en alguna cita postergada? La peste es cosa ajena, la fiebre queda lejos, igual que la oficina y la obediencia. Falta medio kilómetro para llegar a casa y a la joven del barbijo no se le mueve un pelo.

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