Poeta, traductor, sociólogo y experto
en temas japoneses, el argentino Alberto Silva publicó los dos primeros
volúmenes de una obra monumental sobre el zen y su diálogo con Occidente.
Por Pablo Gianera | LA
NACION
Episódicamente (en lapsos de décadas, de
siglos), Occidente traduce el Lejano Oriente. Como suele ocurrir también con
las traducciones en la literatura, cada época necesita un Oriente leído en sus
propios términos, en su propia lengua. Muchos de esos traductores, generosos
aduaneros de la cultura, fueron viajeros, como Marco Polo o Lafcadio Hearn;
otros, filósofos como Eugen Herrigel y Alan Watts, o incluso teólogos como
Richard Wilhelm. En la Argentina, está incluso el modesto caso de El zen y la crisis del hombre , volumen ínfimo, apretadísimo,
que D. J. Vogelmann, traductor él mismo, publicó en Paidós en los años sesenta.
El argentino Alberto Silva se inscribe en esa genealogía y concentra varios de
los atributos de sus predecesores: es poeta y viajero (vivió varios años en
Japón), pero también sociólogo y un traductor de haikus tan fino que en sus
versiones consiguió el milagro de la invisibilidad que persigue todo auténtico
traductor. Pero su empresa es mucho más ambiciosa: cuatro volúmenes que
interrogan cómo entender actualmente el zen -en sí mismo una relectura del
mundo- desde Occidente, es más, desde la Argentina.
En los dos primeros, los únicos
publicados hasta el momento, Zen
1. Ruta hacia Occidente y Zen 2. ¿Qué decimos cuando decimos experiencia? , la pregunta de Silva, como por
otra parte la de Vogelmann en su momento, podría ser "¿por qué el
zen?" En su respuesta, toma inicialmente distancia de Daisetsu Suzuki. A
diferencia del influyente divulgador, Silva no habla de "budismo zen"
y, en la senda tutelar de Eihei Dogen, fundador en el siglo XIII de la escuela
soto del zen japonés, cree que el zen es ante todo zazen, "la práctica que
lo hace posible, un simple sentarse a verse respirando". Fue el propio
Dogen quien en su obra maestra Shobogenzo observó: "El incienso, la
reverencia y la oración ante la imagen de Buda, la lectura de los sutras son,
ya desde el comienzo, completamente innecesarios". Pero entiéndase bien:
Dogen, como se ocupa de señalar Silva, no desdeñó nunca el budismo que habita
en el zen; en todo caso, entendió que el zazen , esa meditación sentada,
constituía el "cumplimiento de la ley de Buda". El gesto parece
simple, pero la experiencia es insondable. Esa experiencia personal, la
experiencia de un cuerpo y asimismo"pedagogía radical de la
libertad", es la que soliviante a Silva.
El viaje que lleva del
sánscrito dhyana al chino ch'an y de allí al japonés
"zen" no es solamente lingüístico; encierra distintas variedades de
la experiencia. Silva sigue ese itinerario, pero no lo hace cronológicamente;
su preocupación eminente no es ésa sino una de otro orden: construir el zen
como objeto, como discurso comprensible. Así como existe un "zen
japonés", bien podría existir un "zen occidental". Silva se
ocupa de esa posible cercanía, de ese "advenimiento", aunque no se le
escapa que el día que exista un zen occidental, "lo adjetivo (occidental)
se volverá sustantivo (zen)".
El "punto de vista",
según lo llama él mismo, es muy abierto. Zen
1 y Zen 2 no son libros de
historia ni ensayos académicos ni poéticos ni filosóficos. No son nada de eso,
y en cierto modo sí lo son. Silva tienta un ensayo tan sincrético como su
objeto; entra y sale de la primera persona y se sirve tanto de referencias
orientales como de Peter Sloterdijk, Jacques Derrida, Jacques Lacan, Jean-Paul
Sartre o Marcelo Cohen. Se sirve, en fin, de lo que necesita para despejar el
terreno y no confundir "lo" zen con sus efectos, lo que implica impugnar
la perversión instrumental de la autoayuda sin ceder a la estetización
ritualista. "Sin duda hay efectos de la literatura y la plástica del zen
que fascinan a los occidentales, entre ellos la lógica contradictoria de los
sermones magistrales o los koan (paradojas, calembours, retruécanos), o el
estallido de lucidez de un instante, captado en un acuarela sumié, así como el
talante antidogmático y contestatario del haiku [.] Sin embargo, limitarse a
dichos efectos sería tomar el rábano por las hojas."
Se le debe a Arthur
Schopenhauer la introducción del orientalismo en Europa; su filosofía de efecto
retardado (publicó su sistema entero, El
mundo como voluntad y representación ,
en 1819, pero el pensamiento europeo acusó su influjo a partir de la segunda
mitad del siglo XIX) le aplicó a Kant el correctivo del hinduismo. No es ése
sin embargo el eje que Silva elige para abordar la relación del zen con
Occidente. El primer volumen dedicaba un capítulo al examen de las
ramificaciones orientales de la filosofía de Martin Heidegger, bisagra con lo
lejano pero no puente con él. Zen
2empieza también en ese punto. Silva no encuentra solución de continuidad
entre el "salto", springet,
de Kierkegaard, el Sprung heideggeriano y ese otro salto del zen, el que lleva
de lo conocido a lo desconocido. Hay una diferencia entre hablar sobre un río y
ponerse a nadar. "El zen no se ciñe a señalar un salto que por supuesto
considera necesario realizar. El zen salta y se zambulle debajo del agua. Y no
sólo nada sino que busca hacerse salto.".
Pero, se pregunta Silva,
"¿se puede hacer teoría de lo que se ofreció antes que nada como
práctica?". El autor, como un arquitecto, es fiel a su objeto construido.
Para el zen, como para él, el camino es la meta y, por eso mismo, no tiene
meta.
Hola Alberto:gracias por tu sabiduria y trabajo constante ,el que nos regalas en tus obras para gaudio y solaz nuestro....tus fieles seguidores.
ResponderEliminar------cordiales saludos
Maria
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Muy interesante tu blog Alberto, miles de gracias
ResponderEliminarSaludos
Hola Alberto, he leido (entre lineas) tu 1er libro y parte del 2do, el tuyo me pareció un proyecto muy ambicioso que debe haber demandado mucho esfuerzo, pero debo decir que me encontré con el mismo dilema que me plantearon libros parecidos: esto es que cuanto más hablan "acerca del" del Zen más se alejan de su verdadera esencia.
ResponderEliminarMe considero un buscador, y como tal intento "darme cuenta aqui y ahora" de la sabiduría que emana de lo sutil, de lo que queda implicado sin decirlo. En ese sentido siento que tu libro me plantea una elaboración demasiado intelectual llena de interpretaciones muy alejadas de la simpleza, frescura, y espontaneidad que emana del auténtico Zen, sobre el cual solo logro tener atisbos (insights) muy personales de tanto en tanto.
En el medio del 2do libro me ví impelido a interrumpir su lectura para volver a releer Mente Zen Mente de Principiante, posiblemente necesitaba un cable a tierra que me ayudase a desaprender tantas palabras rebuscadas y volver a la inocencia de ver las cosas como son, en su talidad sin tantas vueltas.
Sin ninguna duda tus libros contiene referencias muy interesantes (pequeñas "perlas" que se ahogan en el elaborado desarrollo de conceptos e interpretaciones intelectuales que forman el grueso del contenido.
Tras muchos años, tengo asumido que compro libros como el tuyo únicamente para encontrar esos insights inesperados que recibo como una brisa fresca, y que me ayudan a mantener mi equilibrio interior frente al complejo mundo moderno en que vivimos.
Tras releer Mente Zen Mente de Principiante no pude volver a retomar la lectura de tu libro. En estos días pienso volver a releer otro de mis favoritos el Hsin Hsin Ming del maestro Seng-Ts'an.
Perdoná mis comentarios críticos, pero tenía la necesidad de decirte que siento que el Zen es algo maravilloso cuando simplemente se expresa al modo Zen. Ni más ni menos.
Un abrazo, Ricardo
¿O sea que pensar el zen es alejarse de su esencia? Esa es toda una definición. Casi diría que tiene más peso que todas las palabras de Alberto. Te felicito por la claridad y la síntesis y me alegra que te sirvan para vivir. Con respecto a la obra de Silva me parece que simplemente cada cual ve hasta donde quiere/puede. Y si lo comparte, mejor. Me pasa algo parecido a vos, sólo que a esos pequeños insights que me llegan por contraposición al esfuerzo intelectual, yo los llamo enseñanza. Y creo que están íntimamente ligados. El burro camina mucho para encontrar pasto tierno. y lo digo absolutamente por mi. En todo caso ahora me siento menos solo perdido en el enorme y fértil valle del pensamiento Albertiano. Buena cosecha, compañero.
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